Sean Penn y su adicción por el peligro

Sean Penn y su adicción por el peligro

La estrella de Hollywood hizo de reportero en la guerra de Irak, el terremoto de Haití, el Katrina, la Venezuela de Chávez y ahora con el Chapo Guzman

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enero 11, 2016
Sean Penn y su adicción por el peligro

A Sean Penn le gustaba tanto como cantaba su amigo Hugo Chávez que hasta pensó en llevarlo al Madison square Garden para que diera un recital. Al discutir con su agente la viabilidad de su idea este lo miró de frente y le dijo, como tantas otras veces, que estaba loco.

Nadie en Hollywood ha sido más temerario que él. Hijo del contestatario director Leo Penn, famoso no sólo por los musicales que dirigió sino por integrar la lista negra creada por el senador Joseph McCarthy, el pequeño Sean creció escuchando enfebrecidas conversaciones sobre lo diabólico que podría ser la política norteamericana. A los once años, en pleno escándalo del Watergate, su padre mandó a timbrar una cita de Thomas Jefferson que decía «Nuestros niños nacen libres, y su libertad es un regalo de la naturaleza y no de quienes los engendraron».

En su adolescencia, obsesionado por los crímenes que terminaron destituyendo a Richard Nixon, Penn soñaba con ser periodista pero la vocación de actor le ganaría en 1981 cuando debutaría, a los 21 años y junto a Tom Cruise, en la olvidada Taps, más allá del honor. En los ochenta se casaría con Madonna, se haría famoso por su mal genio y ganaría dos Óscar.

Cuando vio que con la actuación lo había conseguido todo, Sean Penn volvería a sus raíces La revolución que empezaba a gestarse en Venezuela a principios del siglo XXI le interesó. Nunca creyó en las noticias que CNN y CBS decían del país caribeño. Quiso verlo con sus propios ojos y por eso, al ver el fervor con el que la gente de los cerros de Caracas había frustrado el golpe de estado orquestado por derecha venezolana en abril del 2002, Sean Penn viajó a conocer al líder supremo de la revolución bolivariana.

Aunque Chávez chapuceaba el inglés y Penn desconocía el español, forjaron una amistad inmediata. El comandante lo llevó a conocer los laboratorios en donde los venezolanos anhelaban crear alimentos que les permitieran desligarse para siempre del imperialismo yanqui. Penn constató que en la Venezuela de la década pasada los niños iban al colegio, los pobres tenían casa y no se encarcelaba a nadie por pensar diferente. La amistad entre los dos duraría hasta la muerte del presidente. Penn, contrariando los deseos de su agente, viajó hasta Caracas a los funerales de su amigo.

En abril del 2003, al ver por la televisión como las bombas norteamericanas arrasaban Bagdad, la estrella de Hollywood pagó de su bolsillo 56 mil dólares en el Washington Post para condenar la invasión. Su voz, y la de su amigo Hunter Thompson, fueron de las pocas que rechazaron la sangrienta reacción del gobierno de George W. Bush ante los atentados del 11 de septiembre. No contento con escribir el artículo, Sean Penn, contrariando de nuevo las súplicas de su agente, viajó a Bagdad y durante tres semanas, refugiado en un búnker, escuchaba como la metralla gringa destruía los tesoros de la antigua Mesopotamia.

Visitas a La paz y Buenos Aires en donde se dejó fotografiar al lado de Evo Morales y Cristina Fernández, reuniones en La Habana con los Castro que terminaron en una crónica para Vanity Fair, viajes a una Nueva Orleans devastada por el Katrina y a la Haití demolida por el terremoto del 2010, alejaron al hermético Sean Penn de los platós del cine para convertirlo en un reportero más, un reportero al que no le interesa tanto su vida personal (su hijo estaba en coma por el accidente en una patineta en el 2010 cuando viajó a Puerto Príncipe) como los hechos que cubre.

Ahora se internó al México profundo para encontrarse con el narcotraficante más peligroso del mundo, desafiando montañas, alimañas, balas, granadas y, también, los comentarios que afirman que fue él el que entregó al Chapo. Anoche, en broma, Ricky Gervais, presentador de los Globos de oro, lo llamó soplón. Él, sin televisor, smartphones o computadores, deberá estar con la conciencia tranquila; su nueva crónica para la Rolling Stone vuelve a develar una de las obsesiones que lo perturban desde que vio cómo su padre quedaba impedido de dirigir películas por pensar diferente:  la destructiva doble moral de los Estados Unidos de América

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