Se vende himen... con certificado de calidad
Opinión

Se vende himen... con certificado de calidad

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enero 28, 2014
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Dos temas me rondan todo el tiempo por estos días: la venta de virginidades y la calidad de la educación. ¿No tienen nada que ver? Creo que sí. Aquí les presento cuatro historias,  a ver si les convenzo:

  1. Con el escándalo de las pruebas Pisa, en las que Colombia quedó de penúltimo en Latinoamérica, los ojos del país se volvieron durante unos pocos días hacia el tema de la calidad de la educación. Como todo tema de fondo en Colombia, se debate mientras aparece un nuevo reality o escándalo de corrupción o se muere algún juglar moderno. Me imaginé de inmediato que la ministra de Educación, tan buena en la Cámara de Comercio, allá volvería y sería reemplazada por un verdadero experto o experta en educación. Me equivoqué. La ministra sigue atornillada, no solo a su puesto, sino a un discurso tan pobre en ideas que nos haría quedar de últimos en las pruebas Pisa para ministerios de Educación (si las hubiera). También me imagino que en las conversaciones en La Habana se detendrá la agenda para debatir el tipo de ciudadanía necesaria para un país en posconflicto, un país en el que logremos reconciliación, justicia social, inclusión etc. Otra vez me equivoco. Sigue quedando el debate en cabeza de un Ministerio que se centra en cifras de cobertura, pero tiene una idea triste de la calidad.
  2. Viajo a barrios y veredas, a municipios lejanos, fronterizos, a zonas de conflicto armado y de tráficos legales e ilegales. Los y las profes intentan seducir a niños y niñas para que estudien, intentan demostrarles la importancia de estudiar en un contexto que les dice lo contrario: estudiar solo es perder el tiempo, que podrían dedicar a meterse en una mina o de raspachines, o de actores armados. O por el contrario: para qué estudiar si el destino está “cantado”: Motorratones o vendedores de tinto ellos, empleadas del servicio doméstico o novias de traqueto ellas. Con todo en contra, miles de docentes se idean maneras para construir relaciones afectivas con sus estudiantes, para antojarles del saber académico, para generarles esperanzas de ascenso social en uno de los países más desiguales del mundo. Esa es la verdadera discusión de la calidad: ¿Cómo brindar una educación pertinente, que les sirva a los y las jóvenes para la vida, que le sirva al país para salir de las múltiples trampas de pobrezas y violencias?
  3. El profesor Carlos Arias, del Colegio Nuevo Latir en el Distrito de Aguablanca escribe y comparte un conmovedor cuento: “¿Mamá, por qué mis casitas se queman?”, en el que a través de la voz de un niño se hace el retrato de la situación de miles de niños y jóvenes: pobres, desplazados, excluidos del sistema educativo y queriendo regresar, encuentran mil obstáculos: No tienen certificados de estudio originales, son “extraedad”, no tienen uniforme de diario o de educación física, en fin… son vistos desde la carencia por la normatividad del ministerio y las secretarías de educación. A su historia le pongo los rostros y voces de mis encuentros recientes: un padre de familia en el Putumayo, queriendo salvar a su hijo del reclutamiento de actores armados, lo envía a estudiar a Cundinamarca, pero es rechazado por extraedad. además no tiene el original de su certificado de estudios. Ningún ser humano es extraedad, pues aprende a todo lo largo de la vida. Todos los niños y niñas son originales, aunque sus certificados estén en una casa quemada o en un rancho abandonado en una huida.
  4. Ante el cuestionamiento por la calidad de nuestra educación, son muchas las instituciones educativas, las facultades y universidades que se le han medido al proceso de “certificar” su calidad. Mi hermana Gloria Helena, de un colegio de Belén de Umbría, me cuenta su tristeza por lo que significa para los y las docentes este proceso. Ella, que junto a sus compañeras y compañeros de trabajo ha venido construyendo orgullo y pertenencia, creatividad e inclusión, está abrumada: se trata de más de 35 formatos que hay que diligenciar. No se habla en ellos de conocer a los y las estudiantes, empatizar con ellos, inventarse la manera de que lo que aprendan les sirva en la vida, incluir a la diversidad, animar la vida, sembrar esperanzas.  Es más importante llenar formatos que llenar la educación de sentido. Es imperativo mirar las pantallas para no cometer errores. Aunque no puedas mirar a los ojos encharcados de la que está sentada al fondo del salón, tal vez hambreada o maltratada o tal vez con su virginidad vendida.

Y aquí llegué al tema que quiero relacionar: una sociedad que somete a las niñas a la compraventa con la idea prehistórica del valor del himen, es una sociedad que requiere con urgencia cambios culturales radicales, de los que no se miden con la prueba Pisa. Gran parte de estos cambios pasan por la calidad de la educación: pasan por docentes reconocidos, bien tratados, bien remunerados, actualizados, con oportunidades de formación humanista y pertinente. El cambio cultural que clama una generación de niñas condenadas y de niños sin esperanza,  pasa por construir la escuela del amor y la alegría y eso no se aprende en las cámaras de comercio ni en los 35 formatos de la “alta calidad” que manda el Ministerio.

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