¿Se va pensando que lo hubieran reelegido?
Opinión

¿Se va pensando que lo hubieran reelegido?

No pasó de duque a presidente, ni dejó buena estela. Parte Duque tras 1.500 días con profundo descrédito; sin afectos, sin recuerdo grato, sin frases coherentes

Por:
agosto 04, 2022
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Hace cuatro años, durante elecciones escribí que era mejor duque que presidente. Ha recibido, aludiendo a Duque, “la herencia de aspirar a gobernar muy pronto… en un parpadeo fue movido por la “mano visible” de duque o marqués a rey...”

En rigor, Iván Duque Márquez acreditaba para entonces “haber trabajado como un parlamentario juicioso… pero, precisamente, por la forma como fue jalado de la suplencia y vestido de capitán para patear en el último minuto el penalti del campeonato…sus conceptos se perciben prestados y las verdades difuntas.”

Las líneas de la propuesta económica, social o política, decía entonces acerca de quien era apenas candidato, la alta cirugía que requiere el país, se oye en él balbuceantes, igual que la desgastada presentación del cuadro de Excel que mes a mes está obligado a recitar ante jefes y subalternos el encargado de recursos logísticos de la empresa. Ser bueno es bueno, sembremos más papa que coca, recuperar la confianza, articular esfuerzos, trabajar de la mano con todos es su lugar común, el best seller de autoayuda convertido en programa gubernamental, todo esto bien antecedido de una primera persona en mayúscula: yo hice, yo haré, yo pienso, yo sí le digo. Tal vez un YO que se proponga demostrarle a la galería que es él, Iván Duque, quien habla, no el gran director que lo encumbró pero le hace sombra.

Luego resultó elegido. En ese momento escribí: Antes de los seis años frente a la pregunta acerca de qué quisiéramos ser cuando grandes (como si adultez significara lo mismo que grandeza), la mayoría de niños respondemos bombero o presidente. Alta política, por cierto, ya que no es larga la distancia entre el fuego y el poder.

Uno entre millones cruza el umbral. Usted, señor presidente electo, Iván Duque, lo ha conseguido. Coyunturas, laberintos de la política y, cómo no, sus propios méritos, lo ponen en esa situación. Y es que precisamente de eso trata el poder: de una situación, una oportunidad, un tiempo de la vida propia que incide en la de alguna sociedad. En sentido estricto no se “es” presidente, se está como tal; por eso, la mención frecuente (no despectiva sino valorativa) al inquilino del palacio.

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Para algunos es imperativo ese mandato humano de “dejar las cosas un poco mejor de lo que las encontramos”

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Para algunos es imperativo ese mandato humano de “dejar las cosas un poco mejor de lo que las encontramos”. Ojalá este sea el suyo, y aunque no se ve fácil hacerlo en cuatro años, tiene usted el privilegio de lidiar de aquí en adelante con un país de extraordinarios relieves.  No pierda de vista que somos abismales: un día queremos a Yerry Mina en el escudo nacional (en reemplazo del cóndor que pocos han visto en vida), y horas después tragamos cenizas en el fondo del volcán. Lo mejor es su gente, dicen los anuncios para atraer turistas; lo peor es su gente pensamos tantas mañanas al leer primeras planas en los diarios. El más rico, el más diverso, el de más ríos, climas y fiestas; el más violento, el más inequitativo, el de mayor desplazamiento de personas, el más corrupto y devastador de la floresta. Nos atraen singularmente las hipérboles y los adjetivos. La guerra más larga o la paz más corta. El más o el peor, son expresiones que de forma ciclotímica alimentamos. En cuanto a presidentes, no somos diferentes de la mayoría de sociedades, dadas a poner la banda aromatizada a quien llega y el dogal apretado al que se despide.

Ahí está usted. Tiene durante cerca de 1.500 días (con desvelos) la ocasión de ocuparse sin ensayo como bombero y presidente. Cortázar ilustraba que lo terrible de que ponerse un reloj es que uno se vuelve esclavo de darle cuerda y mirar la hora. Es su tiempo que cruzará el de 50 millones de personas (no de 10 millones de votos). De adulto ha alcanzado sueños prefigurados cuando niño. ¡¡Ahora tiene el desafío de ser grande!!

Pero no se hizo grande, no pasó juiciosamente de duque a presidente, no dejó buena estela. Parte Duque tras esos cerca de 1.500 días, con profundo descrédito; sin afectos, sin buen viento, sin recuerdo grato, sin frases coherentes.

Tuvo la ocasión, pero la desperdigó. Se rodeó de gente fea, burda, tosca, mentirosa: así se fue diseñando un inevitable fracaso personal y político. Quizá el 7 de agosto de 2018 cuando se puso la banda, más que ganar empezaba a perderlo todo. La borrasca de aquel día fue premonitoria.

 

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