Creer que Charly García es un asqueroso drogadicto, otro pecado colombiano
Opinión

Creer que Charly García es un asqueroso drogadicto, otro pecado colombiano

En Bogotá lo respetan, pero en ciudades tan pacatas como Medellín es solo un degenerado, un desechable que debería ser borrado

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agosto 03, 2022
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Saltar de un piso 9 a una piscina es apenas cotidianidad para un Charly García acostumbrado al agua. Bigote bicolor, castigado por el vitiligo que le manchó la cara desde que era un niño, el hábitat de este animal mitológico es la anormalidad. Acá, en este país de cafres y vallenateros, el rock no es más que una enfermedad de drogadictos. Todo llega tarde en el trópico. Sobre todo la vanguardia. Y Charly en los ochenta era lo más parecido a un sacerdote satánico. A Bogotá vino por primera vez en 1988, el año del concierto de conciertos, el año en el que fue invitado a un concierto de rock Franco de Vita. No sabíamos nada. No conocíamos que Charly era mucho más que un clon de Chaplin. En ese momento García venía con una racha imparable: 1982 Yendo de la cama hasta el living, 1983 Clics modernos, 1984 Piano bar, una racha comparable a los cinco años en los que los Rolling Stones cambiaron la historia del rock. Charly era John Lennon y Paul McCartney juntos. Pero acá llegó acompañado de su leyenda negra, sus desafueros producto de una esquizofrenia diagnosticada, lexotanil revuelto con vodka y demoler hoteles, el deporte garciniano por excelencia.

En el concierto que dio en El Campín por esos años la gente esperaba solo dos de sus éxitos para cantarlos, No voy en tren y Yo no quiero volverme tan loco, lo que sonaba en Radioactiva. El resto no conocía nada de la obra de Charly, ni los Raros peinados nuevos, ni Cuchillos, ni toda la santa lista.

En Colombia no saben nada. No saben que cada vez que Charly García se untaba la cara de pintura amarilla lo que quería hacer, entre su locura, era arte warholiano. No saben que, en los noventa, la policía menemista le montó la perseguidora por burlarse del eslogan con el que estos guardianes de la moral buscaban evitar el consumo de alucinógenos ('Sol sin drogas') él la cambió por 'Drogas sin sol' en un concierto en Pinamar; lo que hacía era darle una patada al orden establecido, detonar las puertas de las percepción para que un torrente de arte estallara sobre el cielo como un arcoíris hecho con goticas de LSD.

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¿A Charly lo estamos matando desde el verano de 2009 cuando lo internaron e intentó suicidarse cansado de la miseria de un mundo que se entregaba a los brazos de Maluma y todos los reguetoneros?

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A Charly lo estamos matando desde hace que, ¿desde los noventa? ¿desde aquel concierto en Villa Gessel cuando no se tomó a tiempo la pastilla y subió al escenario convertido en un esquizofrénico y acabó a patadas con todo? ¿Desde que saltó desde el balcón de un apartamento en un piso 9 tentado por el placer que le ha producido siempre darse chapuzón en piscinas?, ¿o los días oscuros del verano del 2009 cuando colapsó en pleno San Telmo, lo internaron e intentó suicidarse cansado de la miseria de un mundo que se entregaba a los brazos de Maluma y todos los reguetoneros?

Estuve en un concierto de su tecladista en sus mejores discos (un tal Fito Páez) en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá en 2017 y pidió, con la voz quebrada, rezar porque el maestro se recuperara porque parecía que otra vez estiraría la pata. Pero Charly, el que no duerme, el que no come, el que se alimenta solo de Coca-Cola volvía a demostrar que es un vampiro y ellos solo se mueren si les clavan una estaca en el corazón.

En Bogotá aman a Charly y le perdonan todo, hasta los conciertos de mierda que dio en 1997. Es que a García, como a Diomedes, eso de la disciplina, del rigor, no le viene bien, no se le acomoda a sus días agitados y lo de él era tomarse un trago, una raya, un ácido para activar los demonios que habitan su cabeza y que han estado a punto de destruirlo.

El de 1997 fue un concierto horrendo, en donde se presentó 5 horas tarde, tambaleante, con la memoria vaciada por culpa de la droga y la enfermedad. Y aun así la gente lo aplaudió. Bogotá es tal vez la única ciudad colombiana que respeta el fracaso, que entiende su elegante decadencia. En Medellín, García siempre ha sido un maldito vago, un viejo que se cree joven, que nunca se metió la camisa por dentro, que odia los horarios. Un desechable que debe ser borrado. Lástima que Medellín se parezca tanto a Colombia.

Es bello Charly, bello que esté vivo así la paliza que le dio la vida se le note a sus 71 años. Y en tiempos en donde el rock ha muerto a Charly hay que verlo con la solemnidad y el respeto que se ve una pirámide. Los viejos dioses, como él, no mueren jamás.

 

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