Un carro rojo que cae al vacío: ¿quién iba adentro? El nuevo misterio del Salto del Tequendama

Un carro rojo que cae al vacío: ¿quién iba adentro? El nuevo misterio del Salto del Tequendama

El abismo más terrorífico a las afueras de Bogotá es famoso por los suicidas y las muertes extrañas, como la del hombre que cayó hace días al fondo de la montaña

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octubre 01, 2022
Un carro rojo que cae al vacío: ¿quién iba adentro? El nuevo misterio del Salto del Tequendama

La curva que el Chevrolet Aveo de color rojo intenso tenía que coger estaba hacia la izquierda. El automóvil iba muy rápido. No giró. Siguió tan derecho como si la curva no estuviera ahí. En un destapado que se conoce como el mirador el carro desapareció tan rápido como venía. Gerardo Segura, quien iba al volante, no hizo maniobra alguna para evitar caer al vacío.

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A 50 metros del mirador donde desapareció el Aveo solo había un carril habilitado. El pedazo de carretera que va hacia Mesitas del colegio se había caído al precipicio. Esa madrugada helada del miércoles 21 de septiembre John Bairon Forero hacía turno para darle paso e indicaciones a los carros que subían y bajaban por aquel punto de la carretera en reparación del sector de San Antonio del Tequendama.

John Bairon recuerda muy bien haber visto al conductor del carro rojo porque iba pinchado. Lo vio subiendo rumbo hacia Bogotá y diez minutos después lo vio bajando por el mismo punto perdiéndose en la espesura de niebla de aquella madrugada directo a hacia la muerte, frente al gigante Salto del Tequendama de 140 metros, donde los misterios, las almas y los espantos hacen de las suyas llevándose a más de un cristiano al fondo de acantilado.

El abismo se tragó el carro con tanta tranquilidad que sin saber quién o quienes iban adentro, la primera hipótesis del accidente fue suicidio. Así lo dijo el capitán Raúl Riobueno, del cuerpo de Bomberos de Soacha cuando el día aclaró y a pocos metros del mirador encontraron el primer pedazo del carro con la placa RMW778, que entregó las primeras pistas. El Aveo estaba a nombre de Luisa Fernanda Méndez Cruz, quien horas después contó que se lo había vendido a su vecino Gerardo Segura, exconcejal del municipio y dueño del restaurante Mi granja Ecoaventura, ubicado a pocos metros del lugar del accidente.

Ricardo Segura

Ricardo Segura era dueño de un restaurante que quedaba a pocos metros del trágico lugar donde ocurrió el accidente.

Tras la caída del carro, historias fantasiosas empezaron a rodear el accidente. Dijeron, entre otras cosas, que el conductor se había suicidado. También, que dentro del Aveo rojo había dos personas. Otra de los cuentos, que no pasó de ser chisme de paso, contaba que Gerardo Segura se había lanzado al precipicio junto con su amante embarazada después de discutir.

El carro lo encontraron en la tarde de ese mismo miércoles. No había rastros de sangre dentro del vehículo. Pasaron dos días con sus noches y los rescatistas no hallaron cuerpo alguno. Por más que los hombres de la Defensa civil y los bomberos buscaron, parecía que el fondo del misterioso Salto del Tequendama se había tragado al ocupante de aquel carro. A esa hora el único reportado como desaparecido era Gerardo Segura, quien pasada la medianoche de ese miércoles había salido de la casa de su esposa y sus dos hijos adolescentes en Soacha, un municipio que ya parece más la parte más sur de Bogotá.

Ante el misterio los cuentos y los chismes se ampliaron. Mientras su familia desmentía la hipótesis del suicidio o de la amante, se decía que Gerardo Segura había fingido su muerte para escapar cobrar seguros, para huir de deudas o para escapar con una mujer. Por más que escudriñaron la montaña boscosa y casi virgen, los bomberos y los hombres de la Defensa Civil ampliaron el rango de la primera búsqueda 200 metros más.

El cadáver del expolítico y hermano mayor de los once hijos que criaron sus padres en su natal San Antonio del Tequendama, de donde nunca se había marchado, apareció en horas de la tarde del siguiente viernes. No saben cómo el cuerpo estaba tan lejos de su auto rojo. Las voces bajas cargadas de comentarios puntillosos se silenciaron.

El muerto recuperó la dignidad y el buen nombre que los habladores querían arrebatarle sin que se pudiera defender. Como todo muerto es bueno, empezaron a hablar de él como el emprendedor gastronómico, excelente jefe y amigo y sobre todo lo buen esposo que era. Mientras tanto los investigadores responder qué fue lo que pasó, por qué el auto no frenó y por qué ni siquiera intentó esquivar el precipicio que el muy bien conocía; preguntas que tal vez también se las trague el misterioso Salto del Tequendama, así como una helada madrugada del miércoles 21 de septiembre se tragó un carro de color rojo intenso con un hombre adentro.

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