Salman Rushdie, un sobreviviente a las amenazas de ISIS, estará en Cartagena

Salman Rushdie, un sobreviviente a las amenazas de ISIS, estará en Cartagena

El escritor angloindio es uno de los invitados especiales al Hay Festival y durante más de 10 años estuvo sentenciado a muerte por su novela “Los versos satánicos”

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enero 24, 2018
Salman Rushdie, un sobreviviente a las amenazas de ISIS, estará en Cartagena

El día de San Valentín de 1989, el escritor Salman Rushdie descolgó el teléfono de su casa de Londres, y al otro lado una periodista de la BBC le preguntó: «¿Qué siente uno al saber que el ayatolá Jomeini le ha condenado a muerte?» Al instante, el autor de «Los versos satánicos» masculló: «Soy hombre muerto». La capital británica había amanecido soleada ese 14 de febrero de hace veintitrés años. Esa pregunta extinguió toda luz. Así arrancan las memorias de Salman Rushdie «Joseph Anton» (Mondadori), que el escritor angloindio presentó en Madrid. Precisamente, hace dos décadas visitó por última vez la capital de España para participar en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense. En aquella ocasión admiró el Museo del Prado; veinte años después ha vuelto a visitarlo. En esta larga conversación-entrevista concedida a ABC, Salman Rushdie desgrana la década ominosa que le tocó padecer, amenazado de muerte (fetua) por el régimen iraní de Jomeini, que le acusaba de «blasfemo» por su novela «Los versos satánicos».

Aquel fatídico día de San Valentín de 1989, Rushdie acertó a responder así a la periodista británica: «Uno no se siente bien», se preguntó cuántos días le quedarían de vida y concluyó que la respuesta probablemente sería un número de una sola cifra. Salman Rushdie colgó el auricular. corrió escalera abajo desde su cuarto de trabajo en la estrecha casa adosada de Islington donde vivía. Las ventanas del salón tenían postigos, que cerró y atrancó. Luego echó el cerrojo a la puerta de entrada. Ayer, atendía a ABC entre un apenas un par de biombos.

 

- ¿Por qué se sintió ese día de San Valentín que era un hombre muerto?

-Lo pensé porque el régimen iraní había matado a mucha gente. Y había asesinado a gente fuera de Irán, también. Habían matado a oponentes del Régimen en Europa, sabía que tenían escuadrones de asesinos. Jomeini era una persona muy cruel y despiadada.

- ¿Hoy se sigue sientiendo así, «a dead man»?

-Ya no, claro. Quien estuvo realmente interesado en matarme fue el régimen iraní. Cuando las presiones políticas fueron suficientes en el régimen, entonces cesaron las amenazas, y entonces desapareció el problema. A nadie le interesaba matarme más que al régimen iraní. En muchos países musulmanes a la gente incluso le avergonzaba ese hecho porque le daba una imagen muy negativa al mundo musulmán. Eso sí, siempre, en Irán, sale un mulá que levanta el puño contra mí y profiere amenazas, pero nadie se lo toma en serio ya, incluso dentro del propio Irán. Hay otras muchas cosas por las que hay que preocuparse.

- ¿Piensa en la muerte, señor Rushdie?

-Bueno, cuando uno tiene ya sesenta y cinco años ya va pensando en ella como cualquier otro ser humano.

- ¿Su vida ahora es normal?

-Sí, desde hace mucho tiempo, unos diez años ya.

- ¿Cómo se sintió tratado durante los once años de cautiverio bajo protección de Scotland Yard?

-Hubo un guardaespaldas [un chófer desafecto, Ron Evans, despedido de las fuerzas de policía por malversación], que escribió un libro donde no decía la verdad: afirmaba que los equpos de protección sentían tal aversión hacia mí que me encerraban en un armario y se iban de copas. Era todo mentira. Fue expulsado de la Policía, acusado y condenado por corrupción, o sea que escribió ese libro para ganar dinero. Pero mis relaciones con la Policía de hecho siempre fueron muy buenas. A la fiesta de presentación de mis memorias invité a muchos policías. Fueron muy amables y cariñosos conmigo. Siempre me llevé bien con los policías que venían a protegerme.

- ¿Y con los oficiales?

-A veces, los oficiales superiores de Scotland Yard pues tenían una actitud más crítica con respecto a mí, puesto que me veían como una molestia, o algo molesto de lo que tenían que ocuparse. Y una de las cosas que me dijeron es que todas las otras personas a las que habían protegido habían rendido un tipo de servicio al Estado, pero que yo no. Y eso les daba rabia a estos oficiales de la Policía, y pensaban que era una condición que no me merecía. Normalmente protegían a primeros ministros, altas autoridades, etc... y yo no estaba prestando ningún servicio al Estado.

- Ya no siente amargura. ¿De qué sentimientos negativos se ha desprendido al escribir sus memorias tituladas «Joseph Anton»?

- Evidentemente, no soy un admirador de la religión que vino a matarme, que quería matarme. Y había una gran cantidad de gente que, en aquel entonces, de forma muy violenta, apoyaba públicamente los discursos de muerte contra mí, las amenazas de muerte. Nunca nadie fue arrestado y juzgado por ello. Durante mucho tiempo la gente decía que me mataría si me viera; los viernes en las mezquitas congregaciones completas se levantaban y lo decían: «Estamos dispuestos a hacerlo», había manifestaciones en las que la gente llevaba pancartas con esto escrito: «Muere ya». Y nadie nunca fue juzgado ni arrestado por eso. Yo me pregunto: ¿y si no hubiera sido yo? ¿Y si la amenazada hubiera sido la Reina de Inglaterra, por ejemplo? Es imposible pensar que no hubiera habido gente arrestada y llevada a los tribunales. No estoy con esto poniéndome al nivel de la Reina de Inglaterra, pero estoy diciendo solamente que no deja de ser extraño que el trato haya sido en este caso tan diferente. O sea, que sí tengo muchas cosas por las que estar enfadado. A partir de ahora prefiero seguir con mi vida tan tranquilo. No me voy a enfadar más.

- ¿Cómo ve hoy ese fanatismo islámico?

-El fanatismo islámico actual puede compararse con el catolicismo extremo de hace doscientas o trescientos años. Quizás haya una relación con la Inquisición española.

- «Defender mi texto...» les pidió a sus amigos tras ser amenazado de muerte por la barbarie fundamentalista. Y sus amigos quisieron forjar un anillo de hierro para que usted pudiera vivir dentro de él.

-Si analizamos la historia de libros que han sido perseguidos, no se trata de defender el principio de la libertad, sino los textos concretos de esa libertad. El caso concreto de «La amante de Lady Chatterley», o «Lolita», o el «Ulises» de Joyce, todos ellos fueron acusados de cosas similares: Joyce, de blasfemia; Nabokov, de pornografía, y es muy importante que otras personas del mundo de la literatura defiendan esos textos de otras acusaciones. Así que una de las cosas que más me agradó fue ver cómo mis colegas u otros escritores amigos y compañeros estaban dispuestos a escribir para apoyar no solamente el principio de la libertad de la expresión, sino también el propio libro.

- ¿Qué hay de Chéjov, el maestro de la soledad y la melancolía, y de Conrad, el creador de vagabundos, de agentes secretos en un mundo de asesinos, en Salman Rushdie?

-En aquel momento de mi vida caí en un mundo, que en parte era de Conrad y en parte de Chéjov. Como escritor yo no me parezco a ninguno de ellos, la verdad, los admiro, evidentemente, pero no soy como ellos. Ahora bien, mi vida se convirtió en algo que se parecía a sus libros, es como si hubieran salido de sus obras los agentes secretos de Conrad, o las «Las tres hermanas», de Chéjov. Esos mundos muy diferentes se fusionaron y era mi mundo en aquel entonces, en el que yo vivía.

- ¿Ha vivido su corazón en esos once años de cautiverio que relata en «Joseph Anton» una especie de infierno entre tinieblas?

-A veces sí, me sentía así. Lo que me rescató es ser escritor. Porque los escritores estamos acostumbrados a la soledad, a estar sentados solos en una sala de redacción y a hacer mucha introspección, y a meternos en nosotros mismos. Eso es un proceso normal de cualquier escritor. Y, por tanto, esto significaba que, en aquellos años, para poder mantenerme vivo, para mantenerme psicológicamente en orden, el hecho de poder escribir seis libros en ese periodo fue una forma muy importante gracias a la cual pude sobrevivir.

- ¿Ha pasado por su mente un sentimiento de odio hacia «Los versos satánicos»?

-No odio «Los versos satánicos». Estoy bastante orgulloso de mi libro. Me alegra mucho que se pueda leer hoy como cualquier otra obra. Si uno lee «Los versos satánicos» de una forma neutra no parece un libro muy crítico del Islam. Ni siquiera trata del Islam, y la parte que trata del Islam yo creo que es bastante inofensiva. Y, además, pienso que si hay una religión y sus líderes atacan a la gente y trata de asesinar gente, evidentemente es una religión que ha de ser criticada.

- ¿Por qué, entonces, el Islam odia «Los versos satánicos»?

-En primer lugar, no han leído el libro, ni lo leen. Muchas veces les han contado a los islamistas una versión del contenido del libro, que no se corresponde con la realidad, que si se les llama a las mujeres del profeta prostitutas, que si se utiliza lenguaje sucio...Son cosas que no son ciertas. La mayor parte de la gente conoce esas tres o cuatro o cinco afirmaciones con respecto del Islam y lo utilizan. Si nos situamos en un nivel más serio, en el de críticos islamistas que han leído el libro, mi postura como escritor es que no hay nada que se salga de los límites, no hay ningún tema o asunto que uno no pueda tocar. Esas historias son historias del mundo, y nos pertenecen a todos. Y podemos escribir con respecto a ellas de la forma en la que queramos: de forma respetuosa, con formato satírico, como comedia, podemos reírnos de ellas, podemos hacer lo que nos dé la gana. Esa era mi postura. Un escritor, un artista puede hablar de cualquier cosa en el modo en que queramos. Y en una sociedad libre, ese es un presupuesto del que gozamos. Creo que la gente que ataca el libro no cree que esa libertad deba ser algo que podamos tener. Y desde ese punto de vista, solo hay una forma ortodoxa de hablar de esos temas, y si uno se desvía es una ofensa, les ofende. Bueno, pues yo no creo que esto sea así.

- En «Joseph Anton» hay un maravilloso retrato de sus padres. ¿El mejor legado de ellos fue concederle a usted la libertad religiosa?

-Siempre he pensado que el hecho de que no hubiera religión en casa en aquel entonces no parecía raro, porque cuando uno crece en ese ambiente eso es normal. Yo creo que es un regalo infrecuente que me dieron mis padres: me excusaron de la religión, me la salté. Pero, al mismo tiempo, a mi padre le interesaba mucho la religión desde un punto de vista histórico, lo que heredé también de él.

- ¿Sigue actualmente excusado de la religión, señor Rushdie?

-Totalmente excusado. Y mis hijos incluso más que yo. Les he transmitido ese legado.

- ¿La condena a muerte dictada por Jomeini cómo afectó al edificio de su vida personal?

-Se deshizo completamente. Fue una calamidad. Desapareció mi vida cotidiana. Me lanzaron a esa especie de mundo excepcional, de «estado de excepción», por así decirlo. Por ejemplo, cuando mi hijo pequeño nació me preocupaba muchísimo cómo le afectaría: si iba al colegio, qué ibamos a hacer, cómo iría al colegio desde casa, sin que se supiera donde yo vivía. ¿Qué iba a ocurrir cuando él invitara a amigos del colegio a jugar en casa? ¿Cómo puede uno educar y criar un hijo en una situación semejante? Era algo que me preocupaba muchísimo. Pero, en cierto modo, haber tenido un hijo en medio de esta situación introdujo optimismo, fue una forma de decir: esto no va a durar para siempre. Y él va a ser capaz de tener una vida normal. Y, precisamente, es lo que ocurrió. Lo que pasa es que, a diferencia de su hermano mayor, que tuvo que crecer en medio de esa pesadilla, mi hijo pequeño no lo recuerda, en absoluto. Bueno, tiene un par de imágenes, pero ese periodo no le afectó a su vida. Mis dos chicos han tenido una experiencia muy diferente con respeto a mi amenaza.

- ¿Y a las mujeres de su vida? ¿Cómo les afectó su condena a muerte?

-Las dos mujeres que aparecen en el libro se muestran un poco como heroínas. Son las madres de mis hijos. Las dos fueron extraordinarias y, desafortunadamente, la madre de mi hijo mayor, Clarissa, murió de cáncer, y la madre de mi hijo pequeño sigue viviendo, afortunadamente. Las dos han tenido un carácter y una personalidad muy fuertes, muy sólidas, y una de las cosas más placenteras de escribir este libro ha sido precisamente hacer esos retratos. El retrato de mi primera esposa es muy importante para mi hijo, que se ha sentido orgulloso de que el retrato de su madre estuviera así en el libro. En cuanto a Elisabeth tuvo un par de cosas e inconvenientes con respecto al libro, pero en su conjunto le pareció bien. Le dije: tienes que sentirte cómoda porque sales muy bien parada.

- Usted da una lección magistral, en su cautiverio y en la vida, enarbolando la bandera de la dignidad humana, tan inusual en esta época insolidaria.

-Bueno, me da la sensación de que tuve que hacer muchas cosas que no eran muy dignificantes, en esos años. O sea, encontrar una forma de vivir con dignidad en esa situación se convirtió en algo fundamental.

- Durante su cautiverio ganó y perdió amigos, ganó y perdió escritores. ¿Por qué le criticaban?

-Fueron muy pequeñas críticas, que fundamentalmente las recibí de la prensa sensacionalista. Personalmente no me afectaban mucho, porque me importan un comino. Tengo que decir que la mayor parte de los escritores fueron un gran apoyo para mí, incluidos escritores del mundo musulmán. Fue un acto mundial de solidaridad.

- ¿Le dolieron las collejas de John Le Carré como relata en el libro?

-Más que dolerme, me molestaron. Me irritó mucho, pero supongo que a él también le irritaría mucho. Ambos hubiéramos deseado habernos mantenido en un tono más bajo de intensidad. Creo que tanto él como yo nos dejamos llevar por la situación, pero fue divertido, gracioso para el resto evidentemente, no para nosotros.

- A partir de ahora, ¿nace un nuevo Rushdie?

-A partir de ahora tengo una vida normal.

 

*Retomado del diario ABC de España

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