Sacrifiquemos a los toros

Sacrifiquemos a los toros

Terminarán muriendo por el cuchillo de un carnicero

Por: Carlos L. Benavides-Riveros
septiembre 14, 2015
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Sacrifiquemos a los toros
Foto: tomada de animanaturalis.org

Aunque no está claro si las instancias jurídicas se han agotado o si los recursos necesarios están disponibles, todo indica que en octubre se le consultará a los bogotanos si quieren prohibir las corridas de toros en la ciudad. Todo se realizará en medio de la campaña a la Alcaldía de Bogotá. Como los políticos, siempre dispuestos a contemporizar, prefieren o no pronunciarse o eludir la pregunta, los argumentos a favor o en contra han corrido principalmente por cuenta de los propios ciudadanos. Lo que está bien, por supuesto.

Opuestos a las corridas, o por lo menos opuestos a la muerte del toro en el ruedo, los antitaurinos han dominado el debate desde el comienzo. No solo es impopular defender las corridas, como tradición o como arte, sino que debatir es imposible. Supongo que hablar del sufrimiento de los animales es un poderoso instrumento para la autocomplacencia que da la “autoridad moral”. Lo cierto es que quienes defienden las corridas son equiparados con torturadores de animales o con asesinos y, por lo tanto, con criminales. Este nivel de paroxismo no es anormal; después de todo, la vía más sencilla para imponer una vía de pensamiento es descalificar al rival.

Lo que se desconoce de plano es que el toro de lidia como lo conocemos hoy es una creación humana. No es un animal que está ahí libre en el bosque y que sin más se lleva a la plaza para ser salvajemente toreado. Aunque en Escocia o en Suiza hay toros que embisten, solo en la península ibérica el toro de lidia fue cuidado y conservado para ser utilizado en fiestas populares como el toreo o incluso en espectáculos que no implican la muerte del animal, como el recorte o el embole. Fue el español, quien, al seleccionar los mejores ejemplares, daría forma a las notables cualidades que posee ahora: porte, altura, embestida. Dicha selección solo fue posible porque había un negocio que la estimulaba: el del toreo. Sin lidia no habría ningún interés en mantener un animal que es costoso y, es evidente, peligroso. Los antitaurinos no se dan cuenta de que al no querer que los toros de lidia sufran o mueran en el ruedo, lo que realmente van a conseguir es que el negocio de los toros se acabe y, por lo tanto, que, a continuación, los toros mismos sean sacrificados hasta su exterminio. Prohibiendo las corridas acabarán llevando los toros mismos al matadero para que mueran no por el estoque de un torero sino por el cuchillo de un carnicero.

Este argumento seguramente no es aceptado por los antitaurinos, claro; y no lo es porque cuando uno tiene una idea fija en la cabeza, sea ella falsa o verdadera, no hay forma de cambiar de opinión. El fanatismo es así, y por eso es lamentable que un prejuicio compartido por la mayoría sea impuesto a la minoría sin por lo menos un debate serio, con calma. En lo que se refiere a nuestra relación con los animales el futuro es bastante oscuro. Un día estará mal visto comerse el hígado o las costillas de un animal vacuno. Y cuando esa sea la posición mayoritaria un grupo de militantes, usando argumentos similares a los usados para prohibir las corridas, querrá que todos seamos vegetarianos.

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