“Resuelto el problema, el dios queda casi olvidado”

“Resuelto el problema, el dios queda casi olvidado”

Por: Marco M. Sarmiento
enero 21, 2014
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Cero y van dos. Uribe, cuyo teflón populista lo salvó en todas las tempestades de su gobierno, se ha adelgazado. Todavía muchos creen en su discurso, pero ya comienzan a pegársele las críticas. Primero Boyacá, invitada de piedra al festín del Agro Ingreso Seguro, y ahora Soacha, donde comenzó la tenebrosa historia de los falsos positivos, le reprochan con palabras altisonantes y tomates en la mano, sus ocho años de gobierno.

Los videos son dicientes. En el de Boyacá se le ve, tratando de imponer su labia, cercado con sus guardaespaldas por indignados, mientras en Soacha, sus escoltas, con escudos anti motines evitan que algún tomate pueda alcanzarlo. Lejano de las mieles del poder, acostumbrado a la lisonja, los aplausos que arrancaba su inútil micro gerencia, su soberbia de escoger las preguntas y arrojar a las tinieblas a sus contradictores, Uribe debe estar sorprendido.

Su imagen desfavorable crece a límites jamás vistos, sus críticas despiadadas al proceso de paz que adelanta el gobierno en La Habana cada vez calan menos en la opinión, su candidato Zuluaga no despega, varios departamentos no podrán votar por sus listas a la Cámara por haberse invalidado las firmas, la financiación de la empresa privada a su campaña es escasa, y no consiguió que su nombre apareciera en el tarjetón electoral para arrastrar votos a su movimiento.

Muy a su pesar, además, el gobierno muestra cifras favorables que desmienten sus calumnias cotidianas. La inversión extranjera crece, la apuesta a un bloque económico regional avanza a paso firme con la Alianza para el Pacífico agrupando a cuatro economías en ascenso (Chile, Perú, México y la propia Colombia), la menor inflación en 50 años, la reducción a un dígito del desempleo, el crecimiento cercano al 5% pese al fin de la bonanza regional, la aprobación a ser parte del OCDE, la reducción de la informalidad, son logros que suscitan admiración internacional y el apoyo de las calificadoras de riesgo.

Y el fin del conflicto armado, tan esquivo en más de 50 años, se vislumbra con los avances en las conversaciones de La Habana. Se ha llegado a acuerdos en dos de los puntos de la agenda pactada y se avanza en el tercero, al igual que se avanza en la reparación a las víctimas de la guerra, la devolución de las tierras a los despojados por los violentos, el crecimiento de la construcción y el despegue de la locomotora de la infraestructura vial, luego de incontables meses enderezando los contratos irresponsables feriados en el gobierno anterior, son logros que el ex presidente trata de tapar a punta de trinos.

Como el cirirí del cuento, Uribe aburre, fastidia con sus previsibles críticas, señalando inseguridad e impunidad, mientras la fuerza pública no cede en su ofensiva contra los insurgentes, dando de baja a sus cabezas y a sus combatientes y el presidente abre la puerta a reformas aplazadas por muchas décadas, mientras le aclara a los colombianos que lo pactado en La Habana sólo se hará realidad si hay una refrendación en las urnas. ¿Mayor legitimidad podría caber?

Explicable, entonces, que el movimiento caudillista de Uribe no tenga la audiencia esperada, porque se sintoniza con un país que ya no existe, el fallido de hace algo más de una década, con unas fuerzas beligerantes en ascenso. Para su infortunio, el país cambió y mira otros horizontes. El fin del conflicto armado le agregará un punto al PIB y su economía, como lo predicen analistas internacionales, se enrumba a estar dentro de las 30 grandes economías a mediados de siglo.

Hoy, la prioridad es la educación, la economía, el cómo volverse más competitivos en un mundo de bloques económicos, de equilibrio de fuerzas, de transferencia tecnológica, de flujo de capitales, de un despegue del campo para convertirnos en despensa agrícola, muchos retos, altibajos como los de la locomotora minera, pero todos apostándole a un escenario de construcción de la paz, de un país incluyente, lejano de la polarización de la guerra. Comienza la época de los estadistas y termina de la de los guerreros.

Sabias las palabras de T. S. Elliot: “The problem once solved, the Brown god is almost forgotten” (“Resuelto el problema, el dios queda casi olvidado”). Es la ley de la vida. Ni Uribe puede contrariarla.

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