Relaciones feudales
Opinión

Relaciones feudales

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junio 27, 2013
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Al caer el imperio Romano, todo un imperio —divisa, visa e idioma—, se producen cambios en las relaciones del poder y, por supuesto, en la economía, la sociología y, la cultura. En la Edad Media, cuando la estantería del Imperio no dio respuesta de protección y de poder a los súbditos del mundo conocido hasta el momento y, como la tierra era el símbolo de riqueza, la relación era de poder-súbdito, es decir, las relaciones de supra-subordinación se establecen entre el Señor y el vasallo. El Señor con un poder dentro de su perímetro de tierra y, el súbdito que clamaba por su seguridad.

Estados en concepción estricta no existían y, el Imperio se atomizó. Cada persona trabajaba para su nuevo ‘amo’, con quien los vinculaba a más que la seguridad, el juramento de vasallaje: honor y sometimiento. Un mercado interno en autarquía; ningún movimiento o movilidad social; una producción afecta al Señor. Un Rey, donde existía, que no mandaba, una decoración más que quedó de la época anterior. En suma, muchas soberanías tan pequeñas como Señores y territorios.

Cerrado se encontraba el paso al transeúnte por las murallas que lo repelían, como en la época Romana, las murallas,  símbolos de poder y de reserva, estaban para la protección —seguridad— frente al extramuro e, imprimían determinación política en su interior, en todo sentido, social, económico, judicial y, de servicios. Poco a poco, alrededor de los confines del feudo se fueron incrustando unos seres humanos que por la relación de intercambio de productos, el comercio, de moneda, de productos o especies fueron aceptados, reconocidos y, luego, luego resaltados: los llamados burgos. Y con ellos, las nuevas relaciones de poder, en donde la riqueza ya no se encontraba propiamente la tierra sino en el valor y el producto que del mercado se genera; después: la riqueza de las naciones.

En la Alta Edad Media, se encuentra una relación de supra a subordinación entre Señor burgués y el vulgo que surge en el contexto del comercio y, de los nuevos valores económicos: la intermediación. Así se da comienzo a la ruptura de las antiguas fronteras afectas a la tierra, y se da paso a las nuevas, dadas por el comercio. Y allí, nuevamente, la seguridad, como que las murallas antes físicas, fueron reemplazadas por las fuertes relaciones jurídicas de castigo y sanción, casi todo traducido a la pena de muerte: las nuevas obras defensivas que rodea el burgo; pero, ningún derecho, solo ese ambiente de seguridad. Hombres libres, pero jamás iguales; el añejo juramento y sus efectos se imponían y persisten. Toda relación social era sencilla, personal, directa; no así la relación de poder que, si bien en construcción, aún daba la posibilidad de disposición de vida, honra y bienes a cargo del dominus, del dueño. En suma, tierra y, luego comercio, son la base de la edad media, bajo la consolidación de dominación.

Mucha agua pasa por debajo del puente, hasta que el panorama se torna complejo, más no dificultoso; las relaciones de poder son entre libres e iguales; el dominus pasó a ser el Estado soberano y en ejercicio de sus funciones. Ya no es el dueño de vida, honra y bienes, sino el protector de esos derechos, hoy llamados fundamentales y, allí su legitimidad. El Estado en la protección de los derechos fundamentales; no es predicable, en este momento de la historia esgrimir una valía única a la seguridad, sino a todos los bienes que humana condición pueda gozar y disponer. La protección no es formal, es decir, no solo se debe velar porque todos tengan los mismos derechos, sino velar porque se tengan los mismos derechos en postura de ejercerlos (material).

Esa es la secuencia de los hechos que se ha trazado por el relato de los días o, por lo menos la historia de la sociedad y de las instituciones. Por supuesto, el derecho colabora en perfilarlas y hacerlas posibles y, el juez en el oficio, en la garantía de revelar el derecho, el derecho sustancial. Y, observen los partidos políticos en esta última versión, no solo lucen como, sino que son, verdaderos vehículos para el poder, para ejercerlo y para optar por él. Los instrumentos económicos, los factores reales de desarrollo de la economía con función social, etc. En suma, una democracia en operación: una ilusión, un deber ser.

Todo una eclosión, una evolución del feudalismo al ‘Estado Nación’ y, de allí al Estado Social y Democrático de Derecho. No obstante, vivimos en un ‘estado social de derecho’ con las características propias del feudalismo. ¡Qué ironía!

Una muestra de la situación existente:

Los partidos políticos —muchos, de los que se dicen ahora, que son reciclables—, son verdaderos mecanismo de presión con propósitos burocráticos, cada entidad es de un Señor; ya no se habla de la función de la entidad sino de quién, cuál Señor la regenta, la ordena, la explota; en una época se llamaba la atención del público, de la sociedad, sobre la existencia de los barriles de cerdos, en cuanto se consumía por ellos el presupuesto y la inversión; en la hora actual actúan de peor modo: o existe un unanimismo que impide el libre examen y los planteamientos sobre los fines del Estado, pero afecto a la cuota de poder, que en verdad es en la burocracia; o, sencillamente son microempresas electorales con el mismo fin. A ellos, como supuestos factores reales de poder, los han reemplazado y, en buena medida, las redes sociales. La relación Congreso-Ejecutivo es de suprasubordinación; el juramento es del Congreso al Ejecutivo. Y, resucita en mágica aparición, la tabla del argumento de lo común o el común denominador: la seguridad que es el discurso, la fuente y la razón de Estado; y, el anverso de esta misma moneda: el miedo; es el mejor aliado cuando se trata del abandono del examen de los problemas y, del desarrollo de los fines del Estado. Como que a cada desarrollo un miedo y, este se cosifica por la razón total: la seguridad.

Son pequeños girones de poder con Señor y vasallos, con el mismo juramento; pequeñas republiquetas de ejercicio del poder. Y, el Estado impotente.

Un Estado con una Constitución vigente, como lo estuvo la anterior —sin que nadie lo advirtiera—, con más de veinte años de gracia, sin total desarrollo y, cuando más, cuando ha sido incómoda, se ha tomado la decisión de solucionar la molestia: su reforma. La culpa que algo no funcione, no son las relaciones feudales que se dan, sino la Constitución que no se adapta a ellas.  Solo parece importante, necesario, vital y única función estatal ejecutable, igual que siempre, la sensación de seguridad.

Y mientras las relaciones atávicas, las feudales se dan, las  funciones del Estado están cooptadas por fuerzas lejanas y bien que lejanas de la institucionalidad; algunas de ellas violentas, otras en trance o sumidas en la corrupción. Son las nóveles relaciones feudales que hemos aceptado y… padecido.

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