Que siga la guerra
Opinión

Que siga la guerra

La guerra sigue su curso en el sistema de pensamiento de unas élites desprendidas del sentido de lo colectivo y alejadas del bien común

Por:
noviembre 25, 2016
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La Paz hace la guerra a la guerra para que no siga su curso malévolo signado por la historia y el destino de esta tierra de impuros. Suena y huele a cansancio seguir insistiendo en que la Paz sea una opción válida en estas comarcas de sangre y dolor.

La guerra sigue siendo una opción válida en Colombia porque se alimenta de la lógica de quienes vivimos en este país. Aporreados por un mazazo de la historia. Paridos en medio de un intenso y extenso dolor al chocar dos culturas, tres razas y jamás de los jamases con la mínima disposición a tolerarnos.

La guerra sigue su curso en el sistema de pensamiento de unas élites desprendidas del sentido de lo colectivo y alejadas del bien común. Con marcadas diferencias hacia la masa amorfa de ciudadanos inermes y atontados, mientras que a manteles se beben sus propias secreciones en un contubernio satánico bendecido por la curia.

La Paz se queda relegada al meta relato y a los sueños de utopías aplazadas. Ni siquiera tenemos derecho a la tranquilidad. La convivencia entre pares no es posible. Las apuestas indican que los perdedores siempre tienen las cartas que jamás la baraja mostrará.

La guerra cabalga entre campos yermos. Y también entre las fértiles montañas y los valles de felicidad en pocas manos y en propiedades inalcanzables con la mirada y las escrituras legalizadas bajo el imperio de las balas y las huidas.

La guerra tiene su sentido para los que inventaron que matarnos es la mejor manera de vivir en medio de las angustias del tiempo y el terror en el espacio conquistado a empellones. Ella determina el color de los amaneceres y el triste murmullo de la tarde que viene con sus noches de miedo hepático.

La Paz se adormila entre las cavilaciones, las vacilaciones y las dudas de un país inconsciente y soberbio; que da mal ejemplo a sí mismo y a sus vecinos, al mundo que lo contempla absorto y a la historia que le colgará un sufragio en sus páginas.

La guerra aunque herida de muerte,
es capaz de dar su zarpazo más mortífero a quienes le rezan sus estertores
y anuncian con trompetas siderales el fin de sus días de sufrimiento y gozo

La guerra aunque herida de muerte, es capaz de dar su zarpazo más mortífero a quienes le rezan sus estertores y anuncian con trompetas siderales el fin de sus días de sufrimiento y gozo; a costa de un pueblo víctima de la demora en el reloj de la historia.

La guerra no es fácil de vencer. Se atrinchera en las mentes más retrógradas y hábiles; en los retruécanos de la maldad y la expoliación inmisericorde del otro; del desvalido por el Estado, del socorrido por la caridad del político filántropo; por la indiferencia de una sociedad que se castiga con su propia sombra de espanto.

La Paz se volvió promesa en la voz de profetas de otra parte. Predicando en tierra de sordos, mostrando paisajes en comarcas de ciegos y vendiendo paraísos ajenos. Se tilda de trasnochado a quien la defiende, otras, de subversivo o de maleante intelectual; en últimas, se condena a la locura a quien sueña con respirar su aire por los poros de la vida misma.

La guerra viene de un mundo apartado, rural e inhóspito y en donde no habitan personas sino números, y otras estadísticas de pobreza y conflicto social inventado por los discursantes que paga el comunismo internacional.

La guerra es ajena por naturaleza. Despiadada y no mide sus impulsos. Llega hasta donde tiene que llegar con su estela de muerte. De nada sirven los aurigas que intentan contener sus bríos y furia ciega. El destino está más allá de lo que las fuerzas permiten. Es la guerra como predicción del oráculo infalible en una sociedad desalmada y que ha perdido la esperanza porque no conoce la tranquilidad ni el hastío.

La Paz no nos condena. No nos señala. Sólo nos enfrenta con la posibilidad de ser otros sin tener que denigrar y eliminar al diferente y al temerario. Eso es a lo simple que estamos aspirando y que por derecho ya deberíamos tener conquistado y consolidado en esta sociedad de mendigos de ciudadanía.

Coda: En noviembre quiero encontrar la Paz en medio de los Montes de María, en Las Piedras Toluviejo, entre las aguas mansas del Catarrapa de Mexión que fueron el arroyo Pechelín de mi infancia y en donde una santa Catalina, que vino de Alejandría a la fuerza, protege a una comarca invocada en su inocencia pura.

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