¿Qué necesitamos para ser felices?

¿Qué necesitamos para ser felices?

Tal vez volver al principio, a la inocencia primaria, sea la respuesta correcta para este interrogante

Por: Jorge Enrique Gómez Ariza
abril 22, 2020
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¿Qué necesitamos para ser felices?

Preguntaba Miguelito a Mafalda sobre la felicidad, respondiéndose a sí mismo con profundos señalamientos existencialistas: ¿Qué necesita un perro para ser feliz? ¡Ser perro! ¿Qué necesita un gato para ser feliz? ¡Ser gato! ¿Qué necesita un pájaro para ser feliz? ¡Ser pájaro! Y finalmente, ¿qué necesita un ser humano para ser feliz? ¡Ser médico, abogado, ingeniero, esposo, trabajador, mecánico, esposo, novio, hermano, etc.

El cuestionamiento expone tácitamente la compleja fragilidad humana, edificada en un artificio llamado cultura, en contraste con la esencia original, la naturaleza. Y contrasta porque desnuda la necesidad de ser individuos a partir del reconocimiento sobre todo aquello que poseemos o hacemos. El disentir entre la naturaleza y la cultura precipitó a la especie humana a optar por el pensamiento, las emociones y la conducta, alineados y alienados en la fantasía ilusoria de ser.

Somos felices si estamos casados, tenemos hijos, empleo, posesiones, dinero para gastar en viajes, ropa, rumba y artículos innecesarios que se han colado en nuestra cotidianidad. Todo esto alimentando, según Freud, en el sentimiento oceánico de omnipotencia. Es decir, nuestra fortaleza de vida se radicalizó en paliativos o curitas que cubren momentáneamente el vacío existencial que nos habita. Efectivamente, son banditas curativas que cubren el dolor, no obstante, la inconformidad inconsciente se transforma, adaptándose a los designios del monstruo cultural, instrumentalizado en el consumismo desenfrenado, “la mano invisible” que guía la felicidad individual y colectiva.

En este contexto, el coronavirus, la pandemia y la cuarentena han logrado ubicarnos en un punto existencial sin precedentes. Todo esto nos lleva íntimamente a preguntarnos, como lo hace Miguelito, ¿qué necesitamos para ser felices?, ¿ser reconocidos?, ¿o estar vivos y en equilibrio con nuestra naturaleza interna y externa?

Si ahondamos en la necesidad de  ser reconocidos, veremos en escena hordas de víctimas desposeídas, clamando por el retorno del turismo, el fútbol, los conciertos, el reguetón, los bares, los centros comerciales, los restaurantes y todos aquellos artilugios que han alimentado la quimera cultural de estar vivos. Veremos, además, mutar el reconocimiento, transformándose en síntoma.

De tal manera, las enfermedades mentales pasarán a ser el sustituto ideal. De ahora en adelante la depresión, la ansiedad, la angustia, la bipolaridad, la adicción, la anorexia, la bulimia, entre otros, determinarán la existencia de miles. Paradójicamente, la misma cultura que los enfermó, les tendrá una extensa carta de antidepresivos, ansiolíticos y centros psiquiátricos para calmar momentáneamente el vacío que los asfixia.

No obstante, si logramos cuestionar y reflexionar el desafío de la pandemia creceremos en humanidad consciente. Como diría Neil Armstrong al descender del Apolo XI: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para humanidad”.

Volver al principio, a la inocencia primaria, nos confiere la fuerza insaciable de encontrarnos sin máscaras, disfraces, enfermedades, síntomas o displacer, de tal manera que si alguien nos pregunta qué vamos a hacer durante la cuarentena si se sigue extendiendo, responderemos sin vacilar: vivir.

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