Por la vindicación de la filosofía en Colombia en tiempos de pandemia

Por la vindicación de la filosofía en Colombia en tiempos de pandemia

Respuesta a la columna '¿Será qué...?', escrita por Mauricio Botero Caicedo y publicada en El Espectador

Por: Laura Nataly Bello López
abril 22, 2020
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Por la vindicación de la filosofía en Colombia en tiempos de pandemia
Foto: Pixabay

La historia de la humanidad, en sus múltiples facetas, esto es múltiples historias, ha contado con un patrón repetitivo: la obligatoriedad de un chivo expiatorio. Y ni hablar de lo potente de esta figura en tiempos de crisis. En principio, el título de este texto afirma la figura poco o nada práctica de la filosofía que en una —bien llamada— columna de opinión es rezagada no solo en tiempos de pandemia, sino en todo tiempo. Vista así, la importancia de la filosofía por sobre ciencias, saberes o disciplinas, según el columnista Mauricio Botero Caicedo, es que no merece el apoyo de la sociedad y además, que la filosofía no es “tan prioritaria”. De entrada uno podría preguntarse si es que en algún momento la filosofía ha sido una de las prioridades de la sociedad colombiana o si quiera del Ministerio de Educación Nacional. Pues no. Quienes hemos hecho parte de la formación filosófica universitaria en el país sabemos las limitaciones, por ejemplo, presupuestales que se disponen para la investigación en filosofía, o no habría que ir tan lejos si se fija la mirada en el lugar que ocupa la filosofía en la educación secundaria ahora relegada como “lectura crítica”, esta es la evidencia —como ha de gustar a los hombres prácticos— de que la filosofía no ha sido valorada por esta sociedad, por el contrario, sí subvalorada.

A pesar de otras críticas que inevitablemente puedan hacerse a esta columna de opinión, como su sentencia impersonal “¿será que…?” hablando de todo y profundizando en nada, así, de modo escueto, hacia “los colombianos”, sin comprometer a nadie, sino supuestamente a todos, no deja de saltarse a la vista (¿o sí?) Hablar de la necesaria dependencia de los agricultores, la necia importación de alimentos, la explotación —literalmente— del medio ambiente, la informalidad laboral, la burocracia, etc, ¿no son males de una causa más grande? ¿Uno de los problemas de fondo no es acaso un país —desde tiempos no inmemoriales, sino con-memoria— horrorosamente desigual, una política corrupta, un estado corporativista, una economía del “sálvese quien pueda”, un sistema económico funesto, entre otros? Sin embargo, la crítica a la que apunta este texto no es esta, aunque bien pudiera serlo, porque si la filosofía tiene una tarea clara es la de hacer crítica, pero no podemos detenernos aquí porque ni siquiera se reconoce la importancia de ella misma. Precisamente, el propósito de este texto es interpelar el “¿será que…?” de Botero al referirse al futuro deontológico de las cosas. Una deducción lógica del lenguaje a la pregunta de Botero es sencilla: lo que se propone no son preguntas para reflexionar, es la afirmación de cómo deberían ser las cosas. Por eso, no deja de ser preocupante su postura de dar prioridad a carreras profesionales como medicina o enfermería sobre filosofía.

La interpelación que se formula desde aquí no puede pasar inadvertido un momento violento de la humanidad y de la historia colombiana: “solucionar” implica eliminar al otro, o por lo menos hacerlo a un lado —si es que ambas cosas no son lo mismo—. Desde esta perspectiva, básicamente la importancia de la medicina supone la eliminación de la filosofía. Decir que la situación pandémica permite que nos demos cuenta de que hay saberes más importantes que otros, no es solo muestra de la odiosidad inmediata de nuestros intereses, sino también es muestra de la radicalización de “las preguntas del hombre práctico”. La primera, revela que “ahora sí” los profesionales de la salud son primordiales, porque la inmediatez de la pandemia nos permite reconocerles, ¿pero antes no? Tal vez si la lectura del problema fuera más fina, desde otros tiempos podría fijarse que no ha faltado ese reconocimiento ¿no será que aquello que ha faltado son quizás el acceso a la educación en salud en términos económicos y de cobertura, y además, reformas al sistema de salud que beneficien y reconozcan el trabajo de dichos profesionales con salarios justos, empleabilidad estable, etcétera? La segunda es el asunto en el que la filosofía se vindica y se hace vindicar, no a la manera de eliminación de lo otro, sino desde sí misma.

Todo lo anterior, es un preludio para contextualizar el problema filosófico a tratar, a saber, las preguntas del hombre práctico y las preguntas de la(o)s filósofa(o)s.

En Lo que está mal en el mundo (1910), G.K. Chesterton, nos expone inteligentemente la acusación que se le ha hecho al hombre no-práctico de tocar el violín mientras arde Roma. Hay una secta —cuyo nombre desconoce— que trabaja en nombre de “la eficiencia”, el hombre práctico hace parte de esta, es quien maneja el funcionamiento práctico de la vida diaria. Pero cuando las cosas dejan de funcionar se necesita del hombre teórico, pues este habrá de tener alguna razón sobre por qué no funcionan.

El desprecio por la filosofía puede verse en la radicalización de las preguntas del hombre práctico acostumbrado a la vida cotidiana, cuya acción no ha de juzgarse —o no por ahora— moralmente, su acción es útil, en tiempos de pandemia y en todo tiempo hay que reconocerlo y por qué no beneficiarse de ello. Ahora bien, la importancia de las cosas prácticas, dar los primeros auxilios, inyectar medicamentos, suministrar las dosis correctas, combatir los efectos respiratorios del virus, salvar una vida, entre otros, no tendría por qué desmeritar en ningún caso el lugar del pensamiento abstracto-teórico, el lugar del hombre no-práctico, el lugar del filósofo. Por eso, Chesterton dirá que “Está mal tocar el violín mientras arde Roma; pero está bastante bien estudiar teoría hidráulica mientras arde Roma”.

Reforcemos la vindicación de la filosofía a partir de la literatura. En otra de sus obras El hombre que fue jueves (1908), Chesterton muestra a seis hombres que se han pisado los talones persiguiéndose entre ellos por ser anarquistas, pero una vez se dan cuenta de que todos son policías encubiertos contratados por un séptimo hombre cuya identidad desconocen, están agotados, confundidos, no saben qué significa todo lo que ha sucedido, el mundo parece estar al revés. Uno de ellos dice:

Me queda una vaga, imposible esperanza que no puede abandonarme. Parece que todas las fuerzas del planeta se han conjurado contra nosotros. Y me pregunto cómo es posible que aún me quede esa vaga luz (…)

Hay que dejar de lado la esperanza como posibilidad de “salvación del mundo” en relación con la filosofía, puesto que no es ni ha sido necesariamente así, de aquello podrían dar fe los filósofos llamados “pesimistas”. Pero lo que sí podría vindicarse de la filosofía con esta referencia es que allí, en el mundo práctico que ahora más que nunca es locura, que tiene otro orden, que funciona de otra manera, claro que el hombre práctico es necesario, pero allí mismo el filósofo ve una luz, una vaga luz, ¿habría que cubrirla para que reine el mundo práctico de “la salvación”? ¿la luz puede unirse al mundo ya no para sacarlo de su oscuridad —como se creyó y se sigue creyendo— sino para atizar el fuego del mundo?

En los dos casos Chesterton desdibuja la dualidad radical, y sobretodo la primacía de las preguntas del hombre práctico frente a las preguntas del filósofo. En otro momento, el escritor dirá que a veces, el filósofo, incluso el materialista, ama lo infinito, pero esto es solo una provocación que invita a leer al escritor inglés.

Ahora bien, si lo propio de la filosofía no es lo práctico —cuestión debatible todavía—. ¿Qué significa en filosofía atizar el fuego del mundo con una luz? En ese sentido ¿Qué es lo propio de la filosofía? Una vez “subsanada” la supuesta primacía de una cuestión sobre otra, podría centrarse la atención en una lectura del conocimiento teórico-filosófico que no deja de considerar sus efectos prácticos en una sociedad como la colombiana que, en eso sí de acuerdo con Botero, requiere de una vida práctica distinta con urgencia, pero no es lo mismo que decir que es lo que “realmente” importa.

Para regresar a la discusión que genera la columna de Botero es preciso preguntarse hasta qué punto afirmar que la medicina requiere todo el apoyo de la sociedad colombiana por encima de la filosofía, no solo violenta al saber filosófico en sí mismo, sino que silencia a quienes se han dedicado y se dedican al pensamiento filosófico en el país. Por eso, para tratar la pregunta sobre lo propio de la filosofía y su existente relación con la sociedad colombiana de acuerdo con posibles efectos prácticos sobre la misma, recurrimos a otra manera de vindicación de la filosofía desde ella misma, desde sus pensadores y pensadoras pensando filosóficamente.

En su texto Filosofía y Política, John Jairo Betancur expone su tesis central acerca de la relación entre filosofía y política: no es que la filosofía tenga como propósito la política, la causa fiendi de la filosofía no es ni su utilidad ni su finalidad, por eso es necesario distinguir entre la filosofía y el uso que se hace de la filosofía. Lo propio de la filosofía es pensar. El pensamiento necesariamente transforma la realidad, tiene efectos sobre el mundo, pero no es lo mismo decir que la filosofía sirve para tal o cual cosa. Según Betancur, la filosofía en ningún caso puede ser ideología, a pesar de que tenga un asentamiento social, esto es, un contexto situado desde el cual se piensa, su alcance es universal y esto quiere decir que atraviesa los límites de una condición histórica particular.

Afirmar que lo propio de la filosofía es pensar, es admitir que inevitablemente este ejercicio del pensamiento tiene efectos sobre aspectos como la política, la educación, etcétera, pero estos no son necesariamente su objetivo, porque según Betancur, la cusa final de la filosofía es la filosofía misma, así pues su objetivo no está fuera de ella. En relación con la política, por ejemplo, la filosofía ha pensado y tiene por pensar aun la “lucha contra la pesantez de los valores establecidos como definitivos, () el dogma mecanizado, () el camino construido, () la verdad fácil” (p.144).

Podría vincularse el ejemplo de Chesterton sobre el hombre práctico y el hombre no-práctico, la idea de este texto acerca de las preguntas del hombre práctico y las preguntas del filósofo, con la idea de Betancur acerca de la existencia de dos tipos de filósofos: el pensador y el hombre de mundo. Para el filósofo, este último es quien perjudica a la filosofía, es quien utiliza a la filosofía para algo, mientras que el primero es quien piensa sobre toda clase de discursos, esto es, quien hace filosofía.

El surgimiento de la filosofía en la sociedad es aquello que puede vincularla con la política, por eso la filosofía critica, problematiza, orienta, imagina posibilidades de la política, pero no es subsumida por la política. De esto da cuenta la contradicción y la peligrosidad de la filosofía en una sociedad política homogenizada y homogenizante, pues a la filosofía no le interesa situarse en un lugar radical de la discusión, por eso se pelea con el orden establecido y solo quizás por eso no es “bien querida”.

Las conclusiones de esta relación del pensamiento filosófico y sus efectos prácticos pueden surgir de varios lugares. Primero, el hecho de que la filosofía “no sirva para…” salvar vidas en su sentido práctico —porque habría que estudiarlo en otro plano—, no quiere decir que la filosofía no esté presente en la epidemia como lo que es ella misma: pensamiento, y tampoco quiere decir, por poner como ejemplo, que no se fije en una economía de la vida o en los términos de moda por esta época frente al “cuidado de sí” o “el cuidado de la vida”. Segundo, cuando el mundo está en problemas —como diría nuestro amigo Chesterton— los filósofos y las filósofas no solo están presentes, sino que son necesarios para pensar razones, para pensar este problema. Tercero, la supuesta prioridad necesaria de unos saberes sobre otros revela la limitación del pensamiento que sobrepone lo práctico por encima de lo no-práctico en respuesta a una cosmovisión fáctica, utilitarista ¿y, de paso por ahí, neoliberal? Cuarto, el antagonismo que representa la filosofía en contra del orden, por ejemplo, político colombiano ¿no es el mismo antagonismo planteado por Botero? En ese sentido, entendiendo desde Betancur lo potente de la filosofía la falta de apoyo a la misma en las facultades universitarias ¿no es una comulgación acrítica con el “orden” establecido?

Referencias bibliográficas

G.K. Chesterton. Lo que está mal en el mundo.

G.K. Chesterton. El hombre que fue jueves.

Betancur, J.J. Filosofía y política.

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