¿Por qué tantos se hacen los de los oídos sordos ante las recomendaciones frente al COVID-19?

¿Por qué tantos se hacen los de los oídos sordos ante las recomendaciones frente al COVID-19?

A pesar de que se ha desplegado una estrategia de comunicación para que la población conozca las medidas de protección, muchos parecen no enterarse. ¿Por qué?

Por: Rodrigo Beltran
junio 26, 2020
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¿Por qué tantos se hacen los de los oídos sordos ante las recomendaciones frente al COVID-19?
Foto: Leonel Cordero

Cualquiera experto en comunicación, analista de masas, creativo, sociólogo o estratega podría pensar que luego de una campaña global y sistemática en Colombia —concretamente de tipo institucional, reiterativa e insistente, utilizando todos los medios convencionales privados y públicos—, una agresiva información sobre prevención y las consecuencias de no ajustarnos a la norma que día a día entregan los noticieros de mayor audiencia, un espacio de televisión nacional abierto liderado por el propio presidente Iván Duque en un buen horario —en donde ministros, funcionarios y expertos realizan las recomendaciones— y una labor de las plataformas digitales, las redes sociales y los escenarios gubernamentales, la lección quedaría aprendida. Sin embargo, después de todo este complejo bloque de comunicación en prevención y de monumentales esfuerzos, increíblemente no, en nuestro país no. A nuestra sociedad, me refiero al colombiano craso en su totalidad, no le ha llegado el mensaje de prevención, tampoco se ha empoderado de él mismo y menos de la norma que debemos en nuestra cotidianidad poner en práctica, so pena de aumentar los riesgos del brote del COVID-19 para cada uno de nosotros, nuestra célula familiar y comunidad.

Mirando con lupa tratamos de establecer si es que ha fallado la estrategia integral de comunicación que creemos ha sido comprometida producto de un estudio serio, responsable y con un lineamiento en donde persigue el bien individual y común. Claro ejemplo, los millones de mensajes sobre prevención con el uso obligatorio del tapabocas y el distanciamiento social, las alertas sobre las noticias negativas en redes sociales con versiones que no corresponden a la verdad científica argumentada, etc.

Entonces, pareciera que en vez de estar entendiendo, estamos retrocediendo en materia de comunicación. Las preguntas que surgen entre otras son: ¿por qué esos actos de desobediencia civil de "pasarse la norma por la galleta", como se afirma popularmente?, ¿qué grado de cultura ciudadana poseemos y cuál estamos poniendo en práctica?, ¿cuál es el nivel de conciencia y sentido común de valor y respeto por la vida nuestra y la de los demás?, ¿qué educación primaria y básica tienen nuestros ciudadanos para comprender estas campañas de urgencia, respaldada por la realidad de una pandemia mundial?, ¿qué nivel de responsabilidad tienen sobre sus actos?, ¿por qué las rumbas en comunidades populares y también en estratos de clase media con fiestas prácticamente masivas?, ¿qué lleva a los ciudadanos a las malas prácticas como fue el caso de la historia casi de película, en un funeral cerca de Barranquilla en donde se abre porque sí, el ataúd de un cadáver infectado con COVID-19 en presencia de familiares y amigos?, ¿por qué las salidas en familia de paseo a pesar de las prohibiciones por los riesgos y multas o comparendos? Al parecer nadie, ni expertos tienen la respuesta, pareciera que se declaran impotentes del diagnóstico certero.

Tristemente y con vergüenza podríamos afirmar que esa estrategia de comunicación responsable y nítida, aunque ha sido eficiente y eficaz en la gran mayoría de los casos, inexplicablemente ha fracasado para algunos sectores puntuales. Quizás porque se ha inundado de medidas que a diario se hacen públicas y los ciudadanos no han logrado asimilar todo este cóctel de normas, comunidades a las cuales no les ha llegado con claridad. O lo otro, tanto mensaje, tanta llamada de atención, lo que ha traído como consecuencia una saturación, un desgaste y se ha vuelto para algunos el clásico paisaje en donde no logra movernos la piel y la actitud.

Lo cierto es que más que juzgar a una estrategia de comunicación que ha sido permanente e incansable utilizando herramientas de pedagogía y educación directas, claras con lenguajes sencillos frente a esta crisis en salud pública, ha ratificado lo que muchos sociólogos y analistas califican a nuestra sociedad con la definición de un estado en grave “descomposición social”, producto de igual manera del “sálvese quien pueda”, que se ha juntado a un deterioro de los valores y una histórica heredada política errada en inversión en educación para todos los sectores y generación de oportunidades de desarrollo en diferentes campos. Aquí la máquina de la corrupción también ha tenido que ver por el desfalco de los dineros de inversión en desarrollo, programas y obras de infraestructura, como es el caso del Chocó un departamento olvidado por sécula seculórum.

Los oídos sordos se pusieron de moda y la cero comunicación de un sector todavía afirma que el COVID-19 no existe, que es una farsa y así que poco les importa, que no creen en nada ni nadie, que perdieron la sensibilidad a todo lo que signifique incluso protección de vida y que está cobrando los oídos sordos de los gobiernos que nunca han contado con ellos y ahora esperan que obedezcan ante una emergencia que se está saliendo de la brújula y del control, así pocos quieran escuchar.

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