¡Por la urgente reinvención de la universidad!

¡Por la urgente reinvención de la universidad!

Una mirada a propósito de lo ocurrido con el movimiento estudiantil, que ha estado tan activo durante los últimos meses

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
abril 17, 2019
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¡Por la urgente reinvención de la universidad!
Foto: humanas.unal.edu.co

El movimiento universitario que ha tenido lugar desde mediados del año pasado y que, en rigor, todavía persiste, aunque con desgastes evidentes, ha brindado muestras a granel de posturas dicotómicas y maniqueístas que ofuscan y enrarecen la comprensión al respecto. Es decir, posturas que cabe resumir, palabras más, palabras menos, como sigue: “Nosotros, los de las universidades públicas, somos los buenos; y el gobierno, el malo que no nos provee”. Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre. De ahí que no sorprenda en modo alguno la fuerte tendencia a presentar a quienes han estado detrás del movimiento de marras cual héroes, con los tintes hagiográficos inevitables que son tan propios de la emotiva mentalidad hispana. Empero, las dicotomías y los maniqueísmos riñen sobremanera con la comprensión de lo que es la compleja naturaleza humana. Por lo tanto, conviene evitarlos si de alcanzar la verdad se trata. Eso sí, una verdad con un fuerte sustrato científico, basada en hechos fehacientes y no en creencias consensuales.

Años atrás, el notable intelectual germano-mexicano Heinz Dieterich Steffan se refería al mundo universitario mexicano como un mundo plagado de oportunistas, apreciación que cabe aplicar de paso al resto de Latinoamérica. Con esto en mente, cabe temer que el aporte de recursos económicos adicionales a las universidades colombianas no podrá sustraerse en lo que a esto concierne, máxime cuando persisten con tozudez ciertos síntomas preocupantes que refrendan con creces esta apreciación, síntomas como los siguientes:

(1) Desde sus inicios, el movimiento universitario en cuestión ha tenido su énfasis puesto en la consecución de cuantiosos recursos económicos adicionales. En otras palabras, dada su calidad de pobre dama vergonzante, casi no ha tenido presencia lo relativo a la consolidación de una verdadera excelencia académica de índole integral, que comprenda a todo el ser humano, cuestión harto crucial en estos tiempos caracterizados por los desastres de ingeniería y los escándalos de corrupción a granel que han sacado a flote una evanescencia de la ética en general. Son tiempos de un tremendo vacío ético, por lo que soltarle dinero adicional a las universidades, sin una contraloría rigurosa y estricta, suena a algo así como dejarles la nevera abierta a los ratones, o permitir a un gavilán comiendo en un gallinero con la puerta cerrada.

(2) Las presiones indelicadas de parte de las administraciones universitarias para que el profesorado se “anime” a volcar la información de su “producción académica” tanto en las bases de datos de Colciencias como en algunas bases internacionales, tal como Scopus, presiones que apuntan al acrecentamiento obsesivo por la “visibilidad” institucional con el fin de mejorar sus posibilidades tanto para acceder a mayores recursos como para lograr las tan ansiadas acreditaciones. Es lo que Marcelino Cereijido denomina con fina ironía como “el sistema basado en puntitos”, con su reificación inevitable. Del mismo modo, esto va también de la mano con las triquiñuelas de los grupos de investigación para mejorar sus indicadores, triquiñuelas que incluyen el echarle mano a los logros de otros para así “incorporarlos” a su “acervo” como grupo, lo que cabe resumir de esta manera: hacer milagros con padrenuestros ajenos.

(3) La crisis de los posgrados a causa de la merma en las cifras de matriculados desde hace varios años, crisis más notoria por cuanto los directivos correspondientes no disimulan su angustia por la disminución consecuente de recursos, reflejo mismo del burdo carácter de negocio que caracteriza a las maestrías y los doctorados. A este respecto, Cristovam Buarque, quien fuera ministro de educación de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, no podía haberlo dicho más claro: hasta la década de 1960, los habitantes de los países con una mayoría de la población de renta baja (antes llamados del Tercer Mundo) apenas conocían las palabras doctorado y postgrado. De ahí que apenas un grupo exiguo de intelectuales, con una formación similar a la del erudito medieval, procuraba obtener tales grados. Pero, en la actualidad, el postgrado universitario ha pasado a ser una de las aspiraciones de la población rica, integrada en el primer mundo internacional de los ricos, sobre todo porque el título de doctorado está asociado dizque con la modernidad tecnológica, otra creencia consensual que hace furor aquí y en Vladivostok. Por ende, en el seno de las universidades colombianas, no solo las públicas, vemos a los directivos de las maestrías y los doctorados al borde de un ataque de nervios al no tener segura la cornucopia estatal que provea con becas año tras año a unos matriculados, procedentes no pocas veces de sectores medios y populares, desempleados con frecuencia, para quienes cursar un posgrado becado hace las veces de un subempleo precario por unos cuantos años. Incluso, esto ha llevado a una situación hilarante como la que más, a saber: montar diplomados y especializaciones que permitan allegar recursos con el fin de tratar de financiar las maestrías y los doctorados, algo así como rifar un equipo de sonido de fabricación china para poder luego comprar uno japonés de alta gama, como la marca Sony. Así las cosas, resulta bastante obvio que los directivos de marras no saben de economía real y convivencial, sino de economía especulativa de tres al cuarto en el mejor de los casos.

(4) Afín con lo previo, persiste la exagerada burocratización de la vida universitaria, la cual entorpece, fastidia y ahoga diversas iniciativas en docencia, investigación y extensión dados los procedimientos farragosos que no suelen tomar siempre en cuenta las iniciativas recientes para reducir la tramitología y el papeleo redundante, una situación que, claro está, cabe explicar por la ansiedad de los burócratas con el fin de tratar de justificar sus puestos de trabajo. Al fin y al cabo, por su larga historia, que se remonta a los inicios de la Baja Edad Media europea, los únicos estamentos universitarios propiamente dichos son los profesores y los estudiantes, por lo que la aparatosa burocracia de marras es una rémora. En todo caso, he aquí un gran problema que acarrea una dilapidación onerosa de recursos. Por así decirlo, si los ejércitos, en asuntos de intendencia militar, hiciesen las cosas por el estilo de las paquidérmicas burocracias universitarias, serían mucho más numerosos los desastres de uniforme en las guerras y los conflictos afines.

Por lo dicho hasta aquí, cabe entender porque nuestras universidades son disgenésicas como las que más, lo cual es un impedimento serio para hacer un uso óptimo de recursos económicos adicionales. Sencillamente, no piensan y actúan en clave sistémica y holística, cuestión harto irónica habida cuenta de que José Ortega y Gasset definió a la universidad en su momento como la inteligencia cual institución. Empero, los hechos son tozudos. Las universidades colombianas, contraproductivas a más no poder y enquistadas en una mentalidad que promueve los valores de cambio, no están en capacidad de dar el salto cualitativo hacia instituciones que fomenten los valores de uso y los ámbitos de comunidad, una dimensión que no cabe captar en este reciente movimiento universitario en modo alguno. Más bien, el mismo queda reducido a mera ignorancia financiada. Todavía queda por abordar la enorme problemática humanista de la crisis de las universidades, instituciones postradas en extremo ante los valores propios del mercado. Poderoso caballero es don dinero. Precisamos reinventar la universidad por completo.

 

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