Ponerse la camiseta

Ponerse la camiseta

Por: Laura Alejandra Rubio León
mayo 29, 2014
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Ponerse la camiseta
Imagen Nota Ciudadana

El domingo en la mañana mientras caminaba a mi punto de votación, vi que muchas personas tenían la camiseta de la selección puesta. Niños, jóvenes y adultos la llevaban sin distinción. Pregunté si ese día habría partido, puesto que la camiseta es síntoma de encuentro deportivo en el país. La señora a la que le pregunté me dijo que no. ¿Entonces por qué tienen puesta la camiseta? Porque hoy hay elecciones, porque hoy gana Colombia. Quedé muy desconcertada. ¿Cuál es la relación entre contiendas políticas y deportivas? ¿Desde cuándo existe esa relación? Si bien es cierto que para muchos el fútbol es un signo de identidad nacional, no me es muy clara la relación entre dos asuntos aparentemente tan diferentes.

Desde hace ya mucho tiempo, comúnmente se emplea la expresión “ponerse la camiseta” cuando se quiere expresar que se asume un compromiso. Aunque para muchos, incluyéndome, es completamente desconocido el origen de esta expresión, que probablemente proviene del lenguaje de los periodistas deportivos, ésta ha calado en las profundidades del inconsciente colectivo, pues sin previo aviso ni convocatoria, muchas personas se pusieron la camiseta para ir a votar. ¿Qué significaba ese gesto simbólico? Hoy gana Colombia. El tono esperanzado con que lo afirmó la señora me llevó a cuestionarme respecto a su voto. Para ella ¿cómo ganaba Colombia el domingo? ¿votando por la guerra para exterminar de forma “definitiva” con la guerrilla? ¿votando por la continuación de un proceso de paz que no significa transformaciones sociales profundas? ¿votando por una mujer de izquierda coherente en su discurso pero dudosa porque es apoyada por una dizque exguerrillera? Para ella, Colombia ganaba si su voto sacaba victorioso al final de la tarde al candidato de su preferencia. El país perdió: sólo el 40% de sus votantes ejerció su derecho y deber al voto, dando como ganadora a una política de guerra.

Aunque no creo que el proceso de paz adelantado por Santos resuelva de forma definitiva el conflicto armado en el país, porque no resuelve las causas profundas que han permitido que se mantenga a lo largo de nuestra historia, sí creo en que esta es la mejor opción frente a otra que aboga por el terror y una guerra fraticida. No confío en el voto en blanco ni en la abstención, a pesar de todos los argumentos basados en la historia y en las teorías políticas. Sí, estamos decepcionados de las instituciones y las clases políticas del país, pero elegir marginarnos con la abstención o el voto en blanco no es una opción en un país cuya gran mayoría está obligada a la marginación, ya sea por la fuerza, la falta de educación, el hambre, o por todas esas situaciones juntas. Esa gran mayoría no puede elegir libremente, pero nosotros, los que nos encontramos en las ciudades, hemos podido acceder a la educación y hemos constatado la fragilidad de la democracia en nuestro país, debemos, pese a toda la decepción, votar por un contexto de diálogo en el que se nos permita manifestar nuestro disentimiento, sin el temor a ser tachados de terroristas simplemente porque no estamos de acuerdo y pensamos y proponemos distinto.

James Robinson en un artículo especial escrito para el Espectador del domingo de elecciones señaló de forma muy acertada: “Aunque las Farc (y el Eln) son los síntomas y no la causa real de los problemas de Colombia, esto no significa que no sea importante persuadirlos de dejar la lucha armada” (http://www.elespectador.com/noticias/politica/imaginando-y-alcanzando-una-nueva-colombia-articulo-494322). Aunque el proceso de paz no plantea transformaciones profundas que impliquen acabar con la desigualdad social y el monopolio de las tierras, considero que abre la puerta para continuar dando esa lucha. Con la disolución de las FARC no se resuelve el conflicto en el país, porque esa agrupación no es el origen del conflicto, sino su consecuencia. En ese sentido, pese al reciente pacto firmado con Marta Lucía Ramírez y su aparente reconsideración del camino de la guerra, Zuluaga cree fervientemente que el enfrentamiento militar es el camino para solucionar el conflicto. Si los colombianos, un día después del primer partido de Colombia en el mundial, deciden votar por Zuluaga porque consideran que con él gana el país, esto simplemente significará la postergación del conflicto; al mismo tiempo que se perpetuaría una clase política preocupada sólo por sus intereses de clase, se continuaría preparando el nuevo ejército de desposeídos resultado del desplazamiento, el narcotráfico y la corrupción.

Aunque el proceso de paz de Santos no es la panacea, sí propicia un espacio político de diálogo y discusión, cosa muy diferente a la que propone Zuluaga quien niega toda posibilidad de disentimiento. Pese a lo demagógica que pueda sonar, estoy completamente segura de que la transformación de la desigualdad en nuestro país es responsabilidad de todos y no sólo de unos cuantos políticos cuestionados. La inequidad se acaba cuando elegimos quedarnos o regresar al país, pese a lo frustrante que pueda serlo y decidimos, no simplemente ascender en la escala social, sino que nos comprometemos con compartir nuestro conocimiento. Quizás eso sea ponerse la camiseta de verdad. No creo en Santos, pero votaré por él, en contra de Zuluaga, porque no quiero volver a tener miedo de que se lleven a los jóvenes desplazados, pobres o campesinos de las ciudades para registrarlos como guerrilleros. Votaré porque no quiero marginarme en el silencio, mientras exista la amenaza de una guerra institucionalizada. Para que el conflicto termine, quienes pudimos ingresar a la universidad pública debemos ir al campo, no para armarnos, sino para compartir el conocimiento, para decirle al otro que tiene una voz y que con ésta puede luchar. Aunque en nuestro país muchas voces han sido y continúan siendo calladas por las armas, quiero conservar la esperanza de que algún día se podrá disentir sin temor a ser asesinado. Por eso votaré por Santos y no por Zuluaga.

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