Antes de las dos, el presidente salió caminando. No montó en carro, no pidió escoltas invisibles ni helicópteros. Bajó desde la Casa de Nariño, la espada la de Simón Bolívar iba en la urna de cristal escoltada por soldados vestidos de la época de independencia—, la misma espada que él ha cargado como talismán y como peso—. Petro llegó a la Plaza de Bolívar cumpliendo su promesa: llevar la espada y llevarla hasta el Congreso, donde presentaría las doce preguntas de su consulta popular para darle luz verde a su reforma laboral.
A su lado, su hija menor, Antonella, caminaba con una camiseta blanca que decía “Sí a la consulta”. Detrás, como una sombra sin pausa, el ministro del Interior, Armando Benedetti. Vestía igual, con gesto serio. Benedetti ya no grita, no amenaza. Sabe que el presidente lo ha hecho volver y lo necesita entero.
La gran ausente fue Verónica Alcocer, la primera dama, que está en Suecia, lejos. Con una amiga, según dicen. Verónica, distanciada de su esposo, el presidente Petro, no estuvo en la plaza, ni en la caminata, ni en la foto.
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Sí estuvo el ministro de Educación, Daniel Rojas, y la ministra de Cultura, Yannai Kadamani Fonrodona. También estuvo Antonio Sanguino, recién nombrado ministro de Trabajo, que había estado desde las ocho de la mañana en el Parque Nacional con su antecesora, Gloria Inés Ramírez. Viejos camaradas. Viejos rituales. Sanguino ya tiene tarea: mover las centrales obreras, armar comités, reavivar una base que parece dormida. No va a ser fácil.

La senadora Martha Peralta lo acompañó también. Y Gloria Flórez, incondicional hasta la médula. Y León Fredy Muñoz, que siempre está. Entre ellos, una figura más silenciosa: Angie Lizeth Rodríguez, la nueva directora del Dapre. Guillermo Alfonso Jaramillo, el ministro de Salud, también estuvo presente. En este gobierno, los hilos no siempre se ven, pero se sienten.
Todos rodearon al presidente. No dijeron mucho. No alzaron pancartas. Solo acompañaron, como los escuderos que son, como los elegidos para las tareas que vienen en camino.