Pedro Páramo y el tiempo congelado en México y Colombia

Pedro Páramo y el tiempo congelado en México y Colombia

"Es el entierro en blanco y negro del México rural de la revolución mexicana que se niega a morir en Chiapas con los ‘zapatistas’ del comandante Marcos"

Por: Leandro Felipe Solarte Nates
septiembre 27, 2017
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Pedro Páramo y el tiempo congelado en México y Colombia

Desde la atmósfera que rodea las primeras escenas de la novela, el autor marca el escenario del tiempo congelado, al igual que el aire y los caminos que bajan o suben, según se vaya o se venga, sin importar a dónde llevan. Por esos parajes de desesperanza en blanco y negro del abrasador México semidesértico y rural de inicios del siglo XX, que capturó Juan Rulfo con el otro ojo de su cámara, cuando fue fotógrafo y pudo fijar las imágenes físicas de esos fantasmas que hablan con otros muertos habitantes de los yermos campos y las ruinosas casas de su novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas.

A lo largo de la novela, construida por escenas y no en tiempo lineal, como en un torbellino se entrelazan ecos de diálogos precisos, cargados de tensión y austeridad, entablados entre personajes reales y sombras de tiempos atrapados por las telarañas de los recuerdos en  cuartos de  casas abandonadas y caminos polvorientos por los que trasciende el fantasmal México de “Adelita”, “La cucaracha” y las rancheras y corridos revolucionarios que en las cantinas rebosantes de tequila cantaban y bailaban los hombres de Pancho Villa y Emiliano Zapata, después de sus combates contra los hombres que defendían a terratenientes como  Pedro Páramo, que como todo un señor feudal ejerciendo el derecho de pernada, andaba sembrando hijos ,  como los dos hermanos que accidentalmente se encuentran en la primera escena, —cuando Juan Preciado busca el camino a Comala—  y deambulan por esas breñas polvorientas, a la buena de dios y más vale del diablo de vida a la que los condenaba con su abandono de reproductor insaciable,  amo y señor de haciendas, pueblos  y voluntades, que coincidió en asistir a sus bautizos, pero no en responder por ellos y sus madres.

Es una magistral técnica narrativa que rompe los moldes tradicionales y requiere de lectores atentos, al enmarcar atmosferas de paisajes agobiantes por el calor y la pesadez, con el contrapunteo de diálogos. Sin caer en el costumbrismo, nos hacen sentir en el México que conocimos a través de las cintas de charros ‘sombrerones,  pistoludos’ y cantantes de la época de oro de su cine, que inundó las salas de nuestra niñez, pero no con el tinte machista, festivo y caricaturesco que predominaba en la mayoría de películas, sino con un dejo de nostalgia y frustración por una revolución ‘triunfante’ —que a la hora de repartir la tierra de los Pedros Páramos y  afrontar la religiosidad ofendida de los ‘Cristeros’ y adoratrices de la  ‘madrecita Guadalupana’—  a los campesinos pobres  que hablan por boca de los fantasmas, sólo  les quedó la idolatría religiosa y los eriales donde sólo crecen  piedras, polvo,  víboras y cactos, mientras los jefes de lo que sería el PRI, “la dictadura perfecta”, según Mario Vargas  Llosa, se quedaron con las mejores tierras y siguieron gobernando con alcaldes, jueces, curas  y policías corruptos.

Es el entierro en blanco y negro del México rural de la revolución mexicana que se niega a morir en Chiapas con los ‘zapatistas’ del comandante Marcos y en nuestra época resurge con nuevas caras y ropajes de los señores feudales que aún campean en sus campos, al igual que en Centroamérica y  Colombia y que en esta época bailan, no a ritmo de rancheras sino de narco-corridos, música norteña y de carrilera,  glorificando las hazañas ‘robinhodnescas’ del Chapo y Pablo Escobar y de todos los narco-hacendados que siguen trabajando en llave con políticos, funcionarios del Estado, de las fuerzas armadas, grupos paramilitares, la iglesia y los nuevos socios del gran capital que mantienen a las sociedades congeladas en los tiempos del atraso semifeudal para perpetuar la violencia, corrupción de la justicia y las instituciones buscando permanecer en el poder con sus delfines.

Es una metáfora del tiempo que parece avanzar, pero está congelado, sacudiéndose cuantos tempestuosos huracanes y terremotos de la tierra desperezándose, o de los pueblos agobiados por la inequidad, rebelándose, desentierran los fantasmas dormidos de Comala, transfigurados en  otros tiempos, rostros y paisajes.

PS: Somos un país de sinvergüenzas, empezando por el capo del  ‘cártel de los togados',  Leonidas Bustos, insistiendo en declararse inocente en declaraciones concedidas al periodista Néstor Morales de Blu radio. La misma posición de Ricaurte y Malo. Este no renunciando a su fuero, esperanzado en poder salvarse. Ya por los medios han trascendido tantas interceptaciones de conversaciones y mensajes en las que tejieron sus remunerados torcidos, que no tienen escapatoria. Pero Bustos insiste en echarle toda la culpa a su ‘hijo’ Gustavo Moreno, fiel discípulo, socio comercial y compañero de oficina  de los capos Bustos y Ricaurte. En otro país ya habrían renunciado y hasta suicidado, antes de que los fusilen a lo chino.

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