Pasto rebelde, desde Antonio Nariño hasta Petro

Pasto rebelde, desde Antonio Nariño hasta Petro

“La educación libera a los jóvenes del yugo de la violencia y del odio, los libera del miedo y la pobreza”

Por: Isidoro Medina Patiño
junio 21, 2018
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Pasto rebelde, desde Antonio Nariño hasta Petro
Foto: Jorgelrm - CC BY-SA 3.0

La nación española de Pasto, hoy Nariño en la República de Colombia, no termina de escribir gloriosas páginas en nuestra historia nacional y, por qué no, en los anales universales, a través de permanentes e irrefutables manifestaciones de rebeldía, irreverencia ideológica y principios inquebrantables en su altivo pueblo que no ha permitido sepultar su herencia de irreductible defensor de su autonomía y autenticidad.

Pruebas de valor y sangre demuestran la auténtica y férrea formación física y espiritual de los pastusos contra la cual se estrellaron siempre los más poderosos ejércitos y las más esclarecidas intelectualidades, que debieron resignar sus armas y plumas ante la imposibilidad de lograr un verdadero convencimiento.

Las extensas páginas de la historia real así lo señalan en numerosos pasajes, como aconteció con don Joaquín de Caycedo y Cuero, máximo comandante de los confederados vallecaucanos, y con don Antonio Nariño, quien a pesar de comandar un fuerte y bien apertrechado ejército fue derrotado y humillado por hombres y mujeres pastusos que acabaron con la arrogancia santafereña, sumando a su natural valor la astucia y picardía de los indígenas.

Y fue justamente el precursor de la independencia quien se benefició entonces de la aplicación a un reo por primera vez en nuestra historia de la manoseada figura jurídica de la casa por cárcel, y después la ciudad por cárcel, como se hace en estos tiempos republicanos modernos concediéndosela a cualquier delincuente, sea de cuello blanco o de cuello negro, de estrato alto o simplemente desestatificado por su misma maldad. En fin.

Previamente, el propio Nariño había ofrecido la destrucción de la ciudad y de sus habitantes si no se rendían y a pesar de ello disfrutó de tales beneficios y de otros considerados tratos, incluyendo el de la noble dama Doña Ana Polonia García y Sócoli, esposa del gobernador Miguel Tacón.

Ni qué decir de Simón Bolívar, también derrotado a orillas de la quebrada de Cariaco, al igual que sus más valiosos comandantes militares, muchos de ellos caídos en los propios campos de batalla o en las escaramuzas insurgentes protagonizadas por osadas guerrillas entre los agrestes e infranqueables acantilados del Guáitara o del Juanambú. La rebeldía y los permanentes alzamientos de los pastusos sacaron de quicio al Libertador y al general Santander quienes insistieron en la necesidad de sacrificarlos y “desparecerlos de la faz de la tierra”.

Los republicanos debieron recurrir a procedimientos inhumanos, criminales, para doblegar al pueblo pastuso, víctima de genocidios y expulsión de sus propios territorios. Su altivez e hidalguía se mantuvieron firmes y aún dentro de la misma república siguieron luchando por su autonomía, independencia y autoctonía.

Y una muestra de ello volvió a registrarse cuando el entonces coronel José María Obando, con el respaldo de su similar José Hilario López, se rebeló contra la dictadura de Simón Bolívar, encontrando entre los pastusos un respaldo que les permitió no solo engrandecer sus figuras como dirigentes populares sino salir triunfantes tras lograr la firma del Tratado de La Cañada del Juanambú en 1829, que, subliminalmente, obligó de nuevo al reconocimiento de la tradicional autonomía por la que siempre reclamó y luchó nuestra orgullosamente denominada “Pasto, Nación española”.

Efectivamente, Obando y los constitucionalistas se hicieron inexpugnables en el gran cañón del Juanambú, “opuestos a las intenciones monarquistas del “Libertador” y quienes con enorme astucia depusieron las armas protegiendo sus intereses y de los pastusos que los apoyaron, mediante el habilidoso convenio concretado en La Cañada”, como menciono en mi libro Berruecos. Secretos militares. El coronel Obando, después como gobernador civil y militar de Pasto, se ganó el pleno favor y confianza de su pueblo por sus actuaciones en favor particularmente de las clases necesitadas y especialmente de los campesinos, a muchos de los cuales logró recuperarles y entregarles sus tierras, arrebatadas injustamente por los republicanos desde la guerra de independencia. Eso le valió el agradecimiento y lealtad de los pastusos que estuvieron con él cuando llegó a la Presidencia de la República.

Esa rebeldía pastusa en el transcurso de los tiempos siguió marcando la historia, como el famoso “Cuartelazo del 44”, durante el golpe de Estado más corto registrado en nuestro país. Era por segunda vez presidente Alfonso López Pumarejo (1942-1945), quien con su “Revolución en marcha” produjo una serie de importantes reformas, buscando entre otras cosas la modernización del campo, el avance en la industrialización y la seguridad social.

López Pumarejo intentó ejecutar una reforma agraria que finalmente condujo a una crisis política por la indisposición de los grandes terratenientes y capitalistas, la mayoría alineados en el conservatismo, que miraban con desconfianza el proceder liberal señalándolo por su tendencia al socialismo, fenómeno que significaba el terror para algunos gobiernos en el mundo. Soplaban los vientos de la Segunda Guerra Mundial.

La indisposición promovida por el conservadurismo fue aprovechada por militares opositores el 10 de julio de 1944 cuando, estando en Pasto, el presidente López Pumarejo se preparaba para observar un entrenamiento del Ejército. Salió del Hotel Niza, donde estaba alojado, y en el camino fue arrestado por orden del coronel Diógenes Gil. La acción la cumplió el capitán Olegario Camacho, quien no solo procedió a capturarlo sino a amarrarlo y llevarlo a la hacienda Consacá. Era un golpe de Estado. Conocida la noticia, desde la capital del país se decretó el estado de sitio por parte del ministro de Gobierno Alberto Lleras Camargo. Pero la unidad de los militares golpistas duró unas cuantas horas; debieron rendirse y liberar al presidente. El hecho marcó una vez más este rincón sureño de Pasto.

Y ahora otro gran hecho histórico para resaltar las ansias de independencia política y social pastusas se registró este domingo 17 de junio de 2018, en el marco de los comicios presidenciales, cuando pasó a convertirse en uno de los principales fortines de la izquierda nacional al poner la mayor votación en favor del candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, quien conquistó el favor de los nariñenses en 54 de los 64 municipios que conforman su geografía, muy por encima del aspirante del Centro Democrático, Iván Duque.

Precisamente, con el registro de esta interesante coyuntura política, bien vale manifestar dentro de una seria lectura histórica, que mientras lo del Tratado de La Cañada del Juanambú se enmarcó en una revolución entre monarquistas y patriotas, y lo del “Cuartelazo del 44” entre liberales y conservadores, lo de hoy, en estos comicios de 2018 (Petro – Duque), claramente se encuadra en una revolución entre la Social democracia y la derecha, definidas y polarizadas en la contienda democrática.

Pero, en este contexto, debemos reiterar: el pueblo nariñense una vez más alzó su voz de inconformismo y protesta en la figura de Gustavo Petro, en quien ha depositado desde ahora y hacia el futuro su confianza y esperanzas por un cambio social y político, de verdadera transformación para el desarrollo y progreso. Pasto, y Nariño, investidos de su ancestral rebeldía, dejaron de lado al partidismo tradicional. Cada rincón de la otrora imponente, autosuficiente y autónoma “Nación española” ha volcado sus sentimientos en otro movimiento revolucionario sin antecedentes en la República heredada de Bolívar y Santander.

Es el momento entonces para que Gustavo Petro y su Colombia Humana, emulando al caudillo José María Obando, asuma sus estandartes y se comprometa, como aquel añorado y respetado dirigente, a rescatar al campesinado, a la gente humilde, trabajadora y sacrificada de estas regiones del sur, siempre abandonadas por aquellos republicanos que desde 1819 ofrecieron un nuevo país, una nueva nación, pero sin cumplir uno solo de sus compromisos.

Pasto y Nariño, otrora considerada una bación española, identificaron como suyas las propuestas del programa de gobierno de Gustavo Petro, enfocado hacia el rescate del campo, la educación y la tecnología en todas sus áreas. Ha creído en una economía productiva en defensa de la vida, con trabajo digno, bien pagado, en condiciones estables y seguridad social en el campo y la ciudad; con derecho a una salud pública gratuita, preventiva y de calidad a la que se pueda acceder sin ninguna restricción, y con una educación en donde niños, niñas y jóvenes puedan ser preparados al servicio de su propia felicidad, con una formación integral que les permita tener herramientas para construir sus proyectos de vida… que los jóvenes puedan educarse en lo que deseen y en lo que el país y sus territorios necesitan. La educación libera a los jóvenes del yugo de la violencia y del odio, los libera del miedo y la pobreza.

A propósito de este último planteamiento, viene a la mente de quien escribe este artículo el texto de un mensaje colocado en la puerta de una universidad en Sudáfrica que dice:

“Destruir cualquier nación no requiere el uso de bombas atómicas o el uso de misiles de largo alcance, sólo se requiere de un bajo nivel educativo, ignorancia de su historia y que sus estudiantes hagan trampas en los exámenes y ante cualquier barrera que encuentren en la vida. Los pacientes mueren a manos de esos médicos; los edificios se derrumban a manos de esos ingenieros; el dinero se pierde a manos de esos economistas y contadores; la humanidad muere a manos de esos eruditos religiosos; la justicia se pierde a manos de esos jueces. El colapso de la educación es el colapso de la nación”.

Es un mensaje contundente y por eso pastusos y nariñenses creen en lo expresado por el candidato de Colombia Humana, mucho más cuando se puede expresar orgullosamente que de esta región sureña salen los mejores estudiantes del país y que sus colegios han sido destacados a nivel nacional como los más importantes en materia académica, y por eso es vital ampliar la cobertura, brindando oportunidad a toda la población. Es fundamental el apoyo a la ciencia y la tecnología como parte de la formación educativa, no olvidando, por cierto, que los jóvenes nariñenses, con el manejo de los medios y redes, contribuyeron de sobremanera a acrecentar el apoyo para la candidatura de Petro.

Con su movimiento, Gustavo Petro ha propuesto la modernización de la justicia, con dignidad y humanidad, buscando la independencia y autonomía del sistema para que cumpla plena y limpiamente con sus objetivos sin presiones indebidas ni corruptelas. ¡Qué importante!, porque hemos sido víctimas de esas indebidas situaciones. Y por supuesto una política transparente, a través de la cual se acaben el clientelismo, las mermeladas y los “negociados”, que los organismos de control puedan actuar con absoluta independencia y alejados de toda clase de mafias.

En síntesis y para la historia, Pasto y Nariño, la nación española, se han vuelto a rebelar y, como en otras épocas, las nuevas generaciones se han levantado para hacer respetar su territorio. Hombres y mujeres, jóvenes ilusionados, salieron a las urnas para votar contra el olvido, la mediocridad política y la corrupción, pidiendo un mejor futuro y en la esperanza de un movimiento que debe consolidarse desde ahora, porque las bases quedaron sentadas y la nueva revolución pastusa le ha ofrecido a la Colombia Humana de Petro un verdadero y serio capital político para que defienda sus intereses.

Sí, nos unimos a esa juventud sana y ansiosa de progreso para invitar a Gustavo Petro para que sus proyectos de Colombia Humana empiecen por Nariño.

Bueno, pero también, mientras se aguarda con esperanza ese futuro de la nueva revolución pastusa, independientemente de cualquier prevención, es necesario reconocer al presidente electo de los colombianos, Iván Duque, de quien, de todas maneras, se esperan buenas acciones y actuaciones hacia quienes siempre han sido abandonados por el Estado y la añeja politiquería; confiando en que, pueda zafarse de esta, con su juventud e inteligencia, ajeno a los odios y rencores, como ya lo dijo; le aporte al progreso, al desarrollo y al mejor estar del pueblo colombiano. Si veinte años no son nada, cuatro lo son menos, y entonces hay que trabajar duro, muy duro, porque la revolución ya está en marcha.

Esperamos del presidente Duque sus mejores oficios y actuaciones, sin miramientos ni discriminaciones, con buen pulso y resultados positivos. Nadie desea que ahora, con estas voces de revolución, tenga que llegar a Nariño cobijado por otro Tratado de la Cañada, como le ocurrió al libertador Bolívar.

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