Parceros uribistas, qué pesar… la guerra ha terminado
Opinión

Parceros uribistas, qué pesar… la guerra ha terminado

Por:
enero 22, 2015
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Esto no es una derrota para ustedes así hubieran estado desde el principio escépticos con las negociaciones en La Habana. Celebren, que así suene a frase de cajón, en la paz no hay perdedores. Su líder, el que antes era un energúmeno que no tenía empacho en regañar públicamente a sus asesores, ahora es un cándido ancianito que observa, impotente, como sus súbditos se trenzan en peleas internas que no hacen más que desmoronar ese barco con el que pensó regresar al poder y al que bautizó, rompiendo una botella de champaña en su proa, con el nombre de Centro Democrático.

Celebren parceros que esta victoria también es de ustedes. Si bien en los ochos años en los que pudieron disfrutar de autoritarismo, espionaje, intrigas, nacionalismo y tropipop, Uribe no pudo cumplir la promesa con la que llegó a la presidencia, la de acabar a las Farc en un par de meses, al menos las debilitó. Eso sí, para lograr este triunfo pírrico, los colombianos tuvimos que ver cómo se perseguían las libertades individuales, como se censuraba a la prensa y como se polarizaba la sociedad. Tuvimos que aceptar, además, que mercenarios gringos, con la excusa de fumigar cultivos ilícitos, arrasaran con los cultivos de los campesinos y asentaran sus bases en vastos y ricos pedazos de nuestro territorio.

En eso tuvieron razón parceros, sin esa ofensiva militar sin precedentes probablemente las Farc no se hubieran sentado a dialogar a toda prisa su rendición. Lamentamos mucho que la guerra hubiera acabado, que el espectáculo diario de bombardeos, masacres a comunidades, secuestros, desapariciones y el ensordecedor concierto de un coro de motosierras encendidas ya no se vea más en nuestros televisores. Yo sé que eso es duro, pero tienen que irse acostumbrando al nuevo país.

Su jefe, su ídolo, el creador de Colombia es pasión, el más puro de los colombianos de bien, ya lo está empezando a entender. Al ver como sus lugartenientes, los que no dudaban un momento en lamer la suela de sus zapatos, van cayendo, el venerable anciano de pelo blanco empieza a tener miedo. Por ahí ha mandado un par de comunicados diciendo que existe una persecución política del castrochavismo (jajaja, esa palabra) contra Hoyos, los Zuluaga y Restrepo, pero parecen los últimos estertores del hombre que amenazaba a sus contradictores diciéndoles que les iba a dar en la cara, marica.

Además, para asombro de sus más acérrimos seguidores, Álvaro Uribe tiene serias intenciones de montarse en el caballito de la paz. Hace unos meses empezó a hablar, sin despelucarse, de la legalización de la marihuana. Qué lejos ha quedado la imagen obispal que dio hace doce años cuando prohibió la dosis mínima de marihuana, decisión que celebraron con voladores los narcos ya que la medida automáticamente les elevaba el precio. Ahora no quiere quedarse por fuera del negocio y ya habla de que el Gobierno colombiano debería ejercer el monopolio absoluto de su cultivo y posterior comercialización.

Pero esta declaración, tan impropia del caballero de Cristo que es, se queda en pañales al estar contemplando la posibilidad de estar junto con Antanas Mockus en la marcha por la vida el próximo 8 de marzo. Si el exalcalde de Bogotá lograra convencerlo, tendría que caminar al lado de Iván Cepeda, uno de sus más férreos contradictores en el Senado y este hecho significaría la aceptación definitiva de Uribe al proceso de paz.

Yo me imagino que más de un uribista descubrirá que lo que les motivaba a estar en esa secta no eran los planteamientos políticos del papá de Tomasito, sino la constante incertidumbre de entrar en un conflicto con algún país vecino, el odio visceral que sentía hacia la guerrilla y su pasado mamerto, los bombardeos, las fumigaciones, las divisiones, el fanatismo. Los veré en redes sociales llamar traidor a su líder y abrazarán, me imagino yo, la yijad, ahora que está tan de moda. Y el resto de parceros que quieran seguir el ejemplo de su líder, sean bienvenidos a la paz. Sin revanchismos de ningún tipo serán aceptados. En la paz, claro que cabemos todos.

 

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