Paleopatología del alma humana
Opinión

Paleopatología del alma humana

Nuestros huesos de miles de años demuestran la empatía humana, pero también que desde muy temprano en nuestra historia nos torturamos y asesinamos unos a otros

Por:
febrero 19, 2016
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Debo empezar aclarando que no creo en el concepto de alma humana. No pienso que los hombres tenemos algo como un pálido fantasmita dentro. Debería entonces titular esta columna más bien “Paleopatología de la persona humana” pues creo, antiplatónico que soy para algunas cosas, que somos una realidad íntegra de intimidades y carnalidades. Por eso me gusta el Símbolo o Credo de los Apóstoles que confiesa y proclama la carnis resurrectionem, la resurrección de la carne. Es más interesante eso pero mucho más difícil afirmarlo en estos días. Me simpatiza mucho aquel viejo cristiano Tertuliano que poco más de un siglo después de Jesús decía algo como Credo quia absurdum, creo porque es absurdo. Incidentalmente se adjudica también a Tertuliano aquella frase Medicina soror philosophiae, la medicina es hermana de la filosofía.  Todo esto sugiere que el cuidado del cuerpo y la persona íntegra es un solo propósito y esfuerzo. No quiero aburrirlos con más latinajos fuera de moda pero la paleopatología, el estudio moderno de enfermedades y lesiones en antiguos restos humanos, puede iluminarnos sobre algunas conductas admirables y menos admirables del ser humano.  En resumen, los viejos huesos nos pueden mostrar características del “alma” humana.

La empatía es un rasgo fundamental del hombre.  Esa capacidad de sentir el sufrimiento del otro y motivarse a hacer algo por él se ha asociado al desarrollo de las regiones frontotemporales de nuestro cerebro. Hoy se considera que ciertos animales son capaces de sentir emociones y reconocerlas en otro pero la empatía humana es poderosa y exquisita, casi nos obliga a hacer algo por quien sufre. Claro que existen individuos con daño cerebral y capacidad disminuida o ausente para sentir empatía.  Por ejemplo, aquellos pacientes a quienes se le practicó lobotomía frontal para diversas enfermedades mentales a mediados del siglo pasado.  Es motivo de vergüenza para quienes otorgan el premio que el Nobel de 1949 se entregó al Dr. Moniz de Portugal por esa “psicocirugía”

En los restos humanos prehistóricos hay evidencia de nuestra empatía por el sufrimiento del otro. Se puede consultar un trabajo académico de provocador título “La prehistoria de la compasión” donde se documenta abundantemente este admirable rasgo de nuestra conducta. Por ejemplo, en la Sima de los Huesos de Atapuerca (España) se encuentran los restos de una niña de 5-8 años que sufrió una enfermedad congénita, craneosinostosis, con cierre prematuro de las suturas entre los huesos de la cabeza con grave daño cerebral, problemas de conducta y retraso mental. Esta niña sobrevivió hace medio millón de años hasta una edad infantil avanzada para la época (cuando muchos niños morían al nacer o poco después) solo debido al cuidado continuo de sus congéneres. En Marruecos se excavaron los huesos de un adulto del paleolítico medio con torticolis congénita que debió cursar con grave daño de los músculos del cuello.  Sus restos óseos atestiguan el cuidado de su grupo durante muchos años. Además, otros hallazgos muestran fracturas serias cicatrizadas o dislocación congénita de la cadera en huesos adultos en antiguos nómadas cazadores-recolectores comprobando que sentían compasión y empatía por el otro sufriente. En resumen, la paleopatología de los huesos del hombre prehistórico evidencian características buenas de la humanidad. Pero también otras características malas de nuestra conducta.

Huesos humanos más antiguos
 de hace 10.000 años
evidencian la masacre de 27 individuos
en un solo sitio

Sabemos que Ötzi, el hombre congelado de hace cinco mil años que se encontró en los Alpes en 1991, sufría de artritis, enfermedad de Lyme, parásitos intestinales y murió asesinado. Su cadáver, en este caso bien preservado, tenía una flecha clavada en el pulmón izquierdo y sangre de otra persona en su capa y su puñal. Todo lo cual demuestra una clara conducta humana violenta. Pero hace poco se descubrieron huesos humanos más antiguos de hace 10.000 años que evidencian la masacre de 27 individuos en un solo sitio. El grupo incluye 8 mujeres, una de ellas en avanzado estado de gravidez, y 6 niños.  La descripción aterra y espeluca: heridas por armas contundentes y punzantes, fracturas de cráneo y cara, algunos cuerpos cara a tierra y uno posiblemente atado. La paleopatología de esta masacre, la más antigua excavada hasta el momento, muestra una característica humana detestable, la fría crueldad con nuestro prójimo.

La datación de estos hallazgos cercanos al lago Turkana (Kenya) en el Gran Valle del Rift es significativa. Se encontraron en el área donde muchos especulan apareció la especie humana. Son anteriores a la revolución neolítica y los primeros poblados. Parecen probar que nunca habitamos un mítico Edén. Desde muy temprano en nuestra historia nos torturamos y asesinamos unos a otros.  Cuando aparecen las primeras ciudades con desigualdad social, esclavitud y guerras los signos de violencia en nuestros viejos huesos  humanos se hacen mucho más frecuentes.  Quizás la empatía y la bondad no dejan cicatrices, la crueldad sí en nuestros viejos huesos.

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