Otro país, otra formación cultural
Opinión

Otro país, otra formación cultural

La agenda del cambio está esbozada, pero el asunto de mayor envergadura que está en juego es la transformación de nuestra propia formación cultural como país

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diciembre 09, 2022
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Es cierto que el país va dando una vuelta de tuerca y que se hace en las condiciones y en las urgencias de los tiempos; hay debates y tensiones naturales en una nación que ha estado atascada en los hilos de sus propias contradicciones y en la cual dar un paso sin devolverse dos ha sido casi imposible. Sin embargo, al momento de los balances respecto al cambio de gobierno nacional, con sus repercusiones en las políticas y en la sociedad, se va caminando con buen sabor y aunque no admite juicios definitivos, permite visualizar transformaciones plausibles. Repasemos algunos asuntos de la agenda pública.

Si se avanza en un nuevo ordenamiento territorial que se adapte a las condiciones climática extremas y recupere un paradigma de reconciliación con las diversas formas de vida y el medio ambiente, tendremos un paso ecológico importante, que nos vinculará de renovadas maneras con la comunidad de naciones en esfuerzos planetarios urgentes. La expectativa en este aspecto es que funcione la agenda ambiental, rural y urbana.

Si se dan pasos para transformar la matriz energética y con ello los paradigmas productivos, de consumo y movilidad, estaremos caminando hacia un modelo sostenible de sociedad que nos permitirá superar dependencias inconvenientes y promover una economía más incluyente. La expectativa es que se logre encontrar un nuevo pacto entre los agentes de la sociedad, el Estado y el mercado para fortalecer nuestras fuerzas y relaciones productivas desde un punto de vista democrático.

Otro avance anunciado implicaría una transformación de las políticas sociales, que informadas por un novedoso paradigma para afrontar la precarización, la desigualdad y la pobreza, podrían generar una nueva forma de construir nuestros vínculos humanos, comunitarios, ciudadanos. Ahí estamos atentos al direccionamiento social de los recursos de la reforma tributaria que se han comprometido para llegar a las veredas y barrios más precarizados.

Si en el cuatrienio se logra superar la inercia legislativa, para reformar la institucionalidad política y se avanza en medidas anticorrupción en el Estado, en la reforma electoral y las reformas al sistema político, se podrá mejorar nuestra democracia, superar las mafias y clanes políticos, y dar entrada a las mayorías excluidas de la participación en los asuntos colectivos, en condiciones de probidad y transparencia.

Si este gobierno progresa en la implementación de los Acuerdos con las Farc,  y  si se avanza con el ELN y otros actores de la guerra actual que daña la coexistencia social, se logrará transformar el conflicto armado y habremos dado un paso importante para redefinir la convivencia y para generar condiciones de respeto y expansión de la vida en Colombia.

Todos esos asuntos, entre otros en proceso, están caminando pero no están definidos y tienen grandes retos operativos, institucionales, pedagógicos, y además oposiciones políticas, unas plausibles y otras fundamentalistas de profesión y oficio. La agenda está esbozada y los próximos tres años serán de gran esfuerzo para aquellas fuerzas que la impulsan y para quienes tienen críticas y temores; lo resultante está en debate y en disputa práctica.

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Ningún actor de la sociedad está por fuera del esfuerzo de hacernos una mejor Colombia y esto se subraya cuando las violencias persisten, cuando hay temores por las reformas, cuando hay tanta urgencia desatendida

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Sin embargo, el asunto de mayor envergadura que se está jugando es la transformación de nuestra propia formación cultural como país y esto es sinónimo de ciudadanías, de comunidades, de gremios, de partidos, de instituciones concretas y especialmente de las personas que habitamos y construimos todos los días la vida en este territorio, desde relaciones de cooperación y conflicto. Ningún actor de la sociedad está por fuera del esfuerzo de hacernos una mejor Colombia y esto se subraya cuando la lógica de las violencias persisten, cuando hay temores por las reformas, cuando hay tanta urgencia desatendida y todas las voces quieren ser escuchadas e interpretadas.

Estos cambios que se relevan están confrontando la necesidad de generar nuevos guiones en nuestra cultura compartida, en nuestra forma de ser sociedad y esto involucra la apuesta por vivificar nuestros entornos cotidianos más inmediatos: las familias, los vecindarios, los entornos ambientales, las empresas, las organizaciones sociales, culturales y gremiales, las instituciones públicas y privadas, los medios de comunicación, las localidades y regiones; todos ellos asuntos en los cuales hemos naturalizado finísimas formas de exclusión y violencia, de desconocimiento cultural, de racismos, patriarcalismos y aporofobias inexcusables que aceitan los odios y el desorden.

En síntesis: el nuevo gobierno e incluso quienes se le oponen, hacen su tarea de orientar los poderes, pero desde la sociedad, desde la vida en común ordinaria, también tenemos el poder y la necesidad de cambios en nuestras formas de relacionarnos; por ello necesitamos afrontar, superar y trascender nuestras contradicciones más enconadas y naturalizadas, reflexionando permanentemente sobre nuestras propias maneras de ser y estar en los espacios compartidos; esto implica celebrar la vida en común en medio de la diferencia, sacar a la luz nuestros demonios más arraigados y emprender caminos de rectificación que acompañen este tiempo en la gestación de nuevas formaciones culturales, nuevas formas de saber y conocimiento, nuevas maneras de afrontar la contemporaneidad sin violencias, con inteligencia colectiva y con trabajo conjunto para forjar riqueza, belleza, relaciones abiertas con el mundo y para compartirlas como congéneres…

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