Gustavo Petro habla y habla. Su discurso es inagotable, pero también inconsistente y muchas veces falaz. Cada intervención pública es una nueva promesa, una nueva visión grandilocuente que, en la mayoría de los casos, desafía cualquier noción de viabilidad. Sus palabras son un torrente de compromisos irrealizables, pronunciamientos mesiánicos y anuncios que nunca llegan a materializarse.
Principales incumplimientos
Entre sus principales incumplimientos están la reforma agraria, la fallida transición energética, su fallida Paz Total, el incumplimiento en la construcción de infraestructura clave y la falta de avances en la lucha contra la corrupción. La gestión efectiva de gobierno requiere planificación, administración eficiente y liderazgo con criterio. Petro, en cambio, parece estar atrapado en un remolino de discursos vacíos, donde la retórica sustituye la ejecución. Tiene orgasmos verbales que se estrellan con su impotencia de acción.
Culpar a otros, nunca a sí mismo
Cuando sus promesas fallan, nunca es su responsabilidad. Siempre hay un enemigo en la sombra, un saboteador oculto, una conspiración en marcha. Su tendencia a externalizar la culpa es casi tan predecible como sus discursos. La oposición, los empresarios, los medios, los jueces, los mismos funcionarios que él designó: cualquiera puede ser el culpable de los fracasos de su administración, menos él. Un ejemplo claro es su intento de culpar a factores externos por sus malas cuentas fiscales, en lugar de asumir la realidad de su deficiente manejo del gasto público. Su administración ha evidenciado un deterioro financiero evidente, con déficits presupuestarios preocupantes y una incapacidad para cumplir metas fiscales básicas.
Un gobierno de aislamiento y desconfianza
Petro es una persona fóbica que pide que todo se haga a través de poquísimas personas que lo reemplazan en esa interacción social. Su trato con sus colaboradores es otro punto de quiebre. No le tiembla la mano para señalar, maltratar y, llegado el caso, expulsar a quienes lo rodean. Ha atacado públicamente a varios de sus ministros, como ocurrió recientemente, donde destrozó televisivamente a miembros de su gabinete, muchos de los cuales renunciaron a su proyecto político, que a estas horas brilla más por su destrucción que por las obras realizadas. Ha sido un carrusel de no menos de 51 funcionarios de altísimo nivel, entre ministros, consejeros y directores de institutos descentralizados. ¿Qué se puede esperar de un ministerio que lleva tres o cuatro ministros en dos años y medio?
Los funcionarios que entran con esperanza y salen con desilusión. Los cambios abruptos, las renuncias forzadas y la inestabilidad administrativa son síntomas de una gestión errática, más basada en impulsos emocionales que en criterios estratégicos.
Mala administración y ataques a las instituciones
Desde la óptica de la administración pública y la gestión gerencial, su estilo de gobierno es un compendio de lo que no se debe hacer. Falta de planificación, improvisación constante, descoordinación entre instituciones y un uso indiscriminado de la narrativa confrontacional. Además, sus atropellos a otros órganos de poder, como el Congreso y la Corte Suprema, han generado una tensión institucional peligrosa para la democracia. Petro ha intentado deslegitimar estos organismos cuando sus decisiones no se alinean con su visión, erosionando la confianza en el equilibrio de poderes.
Conflicto con Trump y manipulación de la realidad
Curiosamente, pese a su estilo beligerante en redes sociales y discursos públicos, Petro le huye a la confrontación real. Prefiere atrincherarse en la retórica antes que enfrentar debates estructurados o rendir cuentas con argumentos sólidos. Un ejemplo reciente es su conflicto con Donald Trump, donde en lugar de asumir una postura diplomática, optó por la confrontación innecesaria en redes sociales, debilitando aún más la imagen internacional de Colombia. Es un político que distorsiona la realidad a conveniencia, moldeando la verdad según sus necesidades. Sus constantes contradicciones, sus promesas incumplidas y su tendencia a manipular los hechos reflejan una peligrosa erosión del concepto de verdad en la esfera pública.
El gobierno de Petro no solo es una administración errática, sino un espectáculo constante de retórica hueca. Sus "orgasmos verbales" son solo eso: momentos de euforia discursiva que terminan en frustración colectiva. En el país real, la gestión efectiva requiere más que palabras. Pero mientras él siga atrapado en su laberinto de discursos, Colombia seguirá pagando el precio de su incapacidad para gobernar con hechos en lugar de palabras.
Del mismo autor: Paz Letal con Petro y no Paz Total, manejada con estilo dictatorial