¡Niña Tulia!

¡Niña Tulia!

Historias de El Bagre a propósito del personaje inmortalizado por el gran David Sánchez Juliao

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
agosto 25, 2020
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¡Niña Tulia!
Foto: Pexels

Sea lo primero agradecer que a este personaje lo inmortalizó David Sánchez Juliao, el gran escritor de origen cordobés, cuando se le dio por incursionar con su novedad de hacer libros hablados, que era la manera de llegarle a un público enemigo de la lectura –como hoy en día–, pero fácil para escuchar música; por eso decidió grabar en discos y casetes las historias y los cuentos extraídos de las costumbres caribes, que se comenzaron a popularizar en su región y poco a poco dieron el salto para conocerse en el país y más allá. Primero grabó, en 1973, lo que los expertos calificaron como crítica social bajo el título ¿Por qué me llevas al hospital en canoa, papá?, pero hubo que esperar el paso de los años para llegar a 1981, cuando se hizo notable con la tríada compuesta por los títulos Abraham al humor, El Pachanga y El Flecha. Es ahí, en este último libra hablado, donde cobró vida para siembre el personaje que aquí reseñamos.

Esa versión la conocí gracias a un amigo que un día insertó el casete Sony en su grabadora Toshiba y empezamos a conocer la vida de aquel hombre que desde el bar TuquiTuqui narra su vida rodeada de todas las peripecias posibles que pueda protagonizar un hombre del común, pero a la vez lleno de información, con el propósito de que el viejo Deivi las recogiera en un libro que se disponía a escribir. Estaba recogiendo datos pa’ escribir un libro, recuerdo que decía en su propia voz el autor de la magnífica obra. Aquellos 32 minutos que dura la versión original, la escuchamos en medio de un silencio sepulcral, que cualquiera diría que estábamos a punto de descubrir la fórmula de la bomba nuclear, del uranio enriquecido, porque poco a poco vimos que alrededor del aparato se nos unieron otros amigos a quienes les hacíamos señas con el dedo índice en los labios para que no hicieran bulla. Y no estábamos tan lejos porque aquellos relatos fueron de verdad el descubrimiento de un secreto como ese de que Lorica y El Bagre se parecían mucho, sobre todo, porque en ambos pueblos teníamos aquel personaje que se hizo tan o más famoso que el propio Flecha: la Niña Tulia.

Su nacimiento se dio en el preciso instante cuando su hijo, Javier Durango, conocido en el bajo mundo boxeril como El Flecha, decía sin inmutarse que cuando su madre falleciera compraría dos cajones: uno para su cuerpo y otro para su lengua. Y explicaba que alguna vez cuando había dos viejas dándose lengua, de acera a acera, de pretil a pretil y se gritaban vainas la una a la otra; entonces ella se paseaba de ida y de venida, esperando la oportunidad para meterse en la discusión, tratando de cogerse un barato en la pelea, hasta que una de las viejas ya desesperada tuvo que gritarle: ¡No joda!, pero, Niña Tulia, tranquila, que esta pelea no es con usted. Pero los lenguaraces se salieron de la literatura y andan sueltos en los pretiles de la realidad nacional.

Pues bien y para no alargar más el cuento, a partir de allí fueron muchas las niñastulias que florecieron como verdolaga en playa, tanto que entre mis amigos usábamos aquel apodo como una clave morse cuando no queríamos ser tan directos al frente de una de estas especies, muy fáciles de usar la lengua en sitios donde nunca las han invitado y cuya palabra para describirlas era una sola: chismosa.

De allí que hoy esté muy agradecido con ese personaje que eché de menos porque creí que era una especie en peligro de extinción y que se había quedado instalado en un mundo ajeno y olvidado, pero no, apareció de repente para convertirse en la más fiel defensora gratuita del alcalde de El Bagre, el señor Faber Enrique Trespalacios y por eso le agradezco que se haya tomado el tiempo, no para leer mi texto completo, al que titulé ¿Dónde está Faber?, sino de poner en marcha la máquina de la niñatulia para salir con un sartal de vainas que se parecían a todo menos a los argumentos serios que se pueden esperar como defensa a un funcionario de las altas calidades de su amigo. Al final me dije a mí mismo: ¿Y qué tiene que ver el caldo con las tajadas?

A la Niña Tulia de este cuento habrá que recordarle que un texto cobra relevancia no tanto por ser de la autoría de un experto, ni porque haya sido escrito a la luz de un candil, sino porque lo que allí se escriba se aproxime a la realidad. Fueron tan débiles y flojos los argumentos de dicha señora, que un amigo cercano me dijo que si esas eran las defensoras del alcalde, entonces qué esperanzas tendrá para lo que se le venga pierna arriba.

Más que un personaje, Sánchez Juliao recogió lo que los sicólogos calificaron como el síndrome que les da a las personas para autodenominarse contradictores de oficio, el del insultador iracundo, el del opositor impenitente, que son esos que critican e insultan, a veces sin entender cabalmente lo que uno ha querido decir, como alguna vez lo explicó Alberto Salcedo Ramos. Me imagino a este tipo de personas cuando le llega un comentario, porque ellas nunca son capaces de enterarse por su propia de cuenta y tener el criterio para entenderlo, para que de inmediato reaccionen con lo primero que se les viene a la cabeza, y lo primero que se les ocurre es un insulto y querer rebajar a la otra persona, quizá con ese afán arribista de sentirse de mejor clase. Entonces la Niña Tulia encrespa las cejas, abre los ojos, estira la jeta, se sube las medias, se cambia las chanclas, se para en las pestañas, entrelaza las piernas y hace toda clase de monerías como un monicongo y dispara con regadera.

Habrá que decirle a esta señora que siendo mi léxico muy corto y recogido y bajitico de melodía, no entiendo lo que quiso decir cuando dijo que yo estaba en su mira. Esa palabreja es muy usual de los que están cerca de la delincuencia: allá ella. Lo único que le puedo decir hoy es que gracias a que el gobierno dice que en los bares no se puede vender trago, que me invite y yo al otro día le retribuyo su invitación a una biblioteca, donde haya esos libros que se ve que le faltan por leer.

En esas estaba cuando me llama un amigo, Antonio Molina, para decirme que estaba perplejo porque sin su permiso lo habían declarado muerto. No le creí y nos encontramos ayer sábado y me hizo escuchar un audio en donde otra niñatulia le había escrito su obituario. Acostumbrado a estas vainas le dije que se acordara de la canción vallenata que dice: ¡Ay!. la muerte de Abel Antonio, en mi tierra la sintieron los muchachos, fueron cinco noches que me hicieron de velorio, para mis nueve noches todavía me deben cuatro.

De tal manera que la “niña Tulia” de esta época opina sobre lo que no debe opinar, pero jamás pierde el glamur. Señala defectos a todo aquel que se le antoja y los suyos no escandalizan a nadie: son visibles y más que evidentes. Ríe, mira en forma pícara. Le fascina la trifulca. Esa “niña Tulia” de hoy se cree dueña de la verdad absoluta. Y está en todo su derecho: goza de libertad, así como las moscas alegres que revolotean alrededor de su boca.

No quería irme sin recordar que a uno como ciudadano del común le importa un rábano si a nuestros funcionarios se les da por salir a la calle con el pelo pintado de rojo, con una camisa fucsia, pantalón estiercolero, medias rosadas y zapatos verdes. Allá ellos, lo que a uno le interesa es sí esa empayasada salió de la plata de sus bolsillos o del erario. Así de simple.

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