Ni deforma, ni embrutece: la chicha sigue viva en el Chorro de Quevedo en Bogotá

Ni deforma, ni embrutece: la chicha sigue viva en el Chorro de Quevedo en Bogotá

Perseguida por la industria de la cerveza, se dijo que se hacía con huesos humanos y escupitajos. En La Candelaria la tradición está más viva que nunca

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marzo 22, 2016
Ni deforma, ni embrutece: la chicha sigue viva en el Chorro de Quevedo en Bogotá
Fotos: archivo arrangedtravelers.com / kekanto.com.pe

Decían que para hacerla masticaban el maíz y luego la escupían sobre la múcura en donde se fermentaba. Que en el fondo de las vasijas se escondían enaguas de mujer en los periodos de la luna, huesos de muerto y cabellos de ángel. Toda suciedad servía para elevar la potencia embriagadora de la chicha.

La leyenda negra de esta bebida indígena que resistió los embates de la conquista y las disposiciones de los virreyes, se acrecentó cuando cincuenta soldados de Bolívar, fervientes adictos de la bebida, fueron envenenados con la chicha que religiosamente tomaban. El libertador, enfurecido, creyó que las malas condiciones higiénicas habían sido la causante de que sus guerreros entregaran sus almas entre estorcijones y súplicas al cielo. Sin embargo ni la ira de Bolívar pudo evitar que en Santafé de Bogotá hubiera más de 900 chicherías a mediados del siglo XIX.

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La mala fama de la chicha se exacerbó en la década del 20 cuando Leo Kopp, el alemán primer dueño de Bavaria, lanzó una campaña de desprestigio en donde, entre otros males, se le acusaba a la chicha de embrutecer, afeminar y llevar a un hombre, ciego por su potencia, a matar a su prójimo. La revuelta del 21 de agosto de 1923 – año en el que se bebió en la capital 60 millones de litros-  en respuesta al impuesto que le subió un peso a la botella de chicha y que dejó una decena de muertos, hizo que las autoridades se tomaran en serio todos los mitos que se tejían en torno a la bebida.

Pero la excusa que estaban buscando para prohibirla la encontrarían el 9 de abril de 1948. Entre las causas que encontró el gobierno de Ospina Pérez a la revuelta popular que sobrevino al asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la embriaguez por chicha con la que bajaban las hordas gaitanistas desde La perseverancia y el barrio Egipto, fue la principal. Por eso, el 2 de junio de 1948 se emite el decreto 1839: las 76 chicherías que habían en Bogotá hasta esa fecha, quedarían cerradas para siempre.

Chicha

Casi 70 años después camino por la Calle del Embudo en plena candelaria. La estrecha calle empedrada está aglomerada de turistas que se detienen cada dos pasos para sacarle fotos a las casas coloniales de colores imposibles. Muchos de ellos deciden entrar a bares como Fedora, Café del Chorro,  Challet o Bullitas del callejón. Entro a este último y recibo, en una totuma, una chicha roja. El sabor me recuerda al masato. Es tan sabrosa que pido otra totuma. Hablo con Maria Mercedes Bulla, su propietaria, la dueña de la receta. Se ríe ante la prevención natural que siglos de desprestigio han hecho tenerle a la Chicha. Ni enaguas para fermentar, ni escupitajos para mejorar el sabor, ni mucho menos pedacitos de cadáver: maíz, miel y amor, son lo que usa esta mujer de 53 años para atraer a sus clientes, la gran mayoría europeos muchileros que creen poder entrar mejor a la cosmogonía chibcha si lo hacen tomados de la mano de la chicha.  A la tercera totumada mi acompañante y yo estamos achispados. Nos despedimos de María Mercedes, la vida es más llevadera si la chicha recorre las venas.

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Al salir el sol del sábado deja escurrir sus últimos rayos mortecinos. La calle del Embudo es un río de gente que viene de Francia, España, Argentina y Tunjuelito. Tenemos en nuestras manos dos botellas de plástico llenas de Chicha: bastan 15 mil pesos para ser felices.

Subimos unos metros y nos sentamos en uno de los vetustos andenes que rodean el Chorro de Quevedo. Los poetas piden limosna, los cuenteros sueltan por enésima vez sus historias. Un saltimbanqui de bronce hace piruetas eternamente y nosotros vemos como el frío y la niebla bajan de los cerros occidentales, como el frío y la nostalgia salen espantados porque tenemos en el cuerpo el embrujo milenario de la chicha y sus efluvios.

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