Negro Hijueputa
Opinión

Negro Hijueputa

No es fácil vivir bajo la ofensa del comportamiento del que no entiende que tu derecho a respirar es igual que el suyo

Por:
enero 03, 2016
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El hombre grita, vocifera, deja salir colérico algún madrazo enojado en medio de su limpia argumentación sobre la presión que sienten dos personas cuando son escogidas con malas palabras y peor actitud por la policía para una requisa “al azar” en medio de una calle colmada de gentes que, igual que ellos, van a sus obligaciones al empezar el día. Los detienen porque llevan una “prisa sospechosa” dicen. Carlos Angulo lanza con rabia, con indignación en estado puro, sus pertenencias al suelo para que los policías vean que en la mochila no guarda nada que deba esconder salvo la ropa que ha de sudar en la jornada laboral. Su hermano menor, quieto en la acera, mira con temor a los policías. María Alejandra Pulido, que pasaba por ahí en ese momento, ha grabado toda la escena con su teléfono celular y ha subido el video a internet. El testimonio instantáneo y espontáneo se hace viral. El desahogo en dos tomas de este ebanista inunda las aguas de los navegantes en internet. Se convierte incluso en noticia internacional reseñada por la cadena inglesa BBC “Para el patrón es sospechoso que llegue tarde, pero para ustedes es sospechoso que vaya rápido (…) son las ocho de la mañana, es normal que lleve prisa. Pero mi prisa sí es sospechosa, mientras la de ustedes no lo es porque ustedes son ciudadanos”. Y en ese dilema gritado por el señor Angulo a todo transeúnte y a un país entero, más que una frustración, vive una denuncia.

Una denuncia que son mil voces en la garganta de un ciudadano.
Porque todos somos justo eso: c-i-u-d-a-d-a-n-o-s.

No es fácil vivir bajo la mirada de la sospecha injustificada. No es fácil vivir bajo las palabras del prejuicio histórico. No es fácil vivir bajo las actitudes del racismo cotidiano. No es fácil vivir bajo la ofensa del comportamiento del que no entiende que tu derecho a respirar es igual que el suyo.

Ya lo decía tu mamá: lo que jode es el tonito: “¡negro, una requisa!” no es lo mismo que “señor ¿me permite una requisa?”. Ya lo decía tu mamá: lo que jode es la mirada: ¿por qué entre todos los que pasan escogen solo al que no tiene la piel clara? Luego preguntan: ¿existe la discriminación en Colombia? Si, es obvio. El hecho mismo de que exista toda una legislación que propone lo que llaman discriminación positiva, en términos políticamente correctos, pone de relieve la existencia de la otra cara de la misma moneda donde nada es tan correcto.

Aquí hay quienes piensan que decirle a alguien Negro Hijueputa es igual que llamarlo por nombre y apellido. Genéricos del desprecio que fundan familia y por igual nombran a otro como Loca Hijueputa y a aquella como Pobre Hijueputa. Y los llaman así, golpeadito, con aire de suficiencia y superioridad como si eso no hablara peor del que lo pronuncia ese epíteto que del que lo recibe.

Entre nosotros están tan vigentes tantas expresiones que solo perpetúan las heridas que es imposible no tener presente que aún hay mucho por sanar. ¿Has oído lo de “trabajar como negro para vivir como blanco”? Pues bien, yo trabajo como negro para vivir como negro, le digo a un amigo que me responde —sin ánimo de ofender, insiste— “…pero a vos te ha ido bien…” así, con ese pero en la frase que significa que a pesar de ser negro me ha ido bien. Será entonces decir gracias por el favor.

Mi padre fue negro negrísimo, lo recuerdo siempre con su pelo blanco. Mi madre es blanca, blanquísima, siempre tuvo bien negro el pelo. Tuve una abuela de piel tan pálida y otra abuela de piel tan oscura. Mi papá chocoano, mi mamá antioqueña. Y por la casa de la infancia gente venida de aquí y de allá pasaba entre aromas de fríjoles y pescado. En mi primer día de clases, en kínder, un niño en el salón me dijo “yo no me junto con negros… ¡negro!” yo no entendí por qué me decía eso y llegué luego a casa a preguntar qué era un negro.

En casa no nos veíamos por colores sino por nombres.

Mi papá me enseñó que muchos me verían negro por fuera pero que no debía olvidar que también soy blanco por dentro. No estoy aquí para negar los dos ríos de los que vengo sino para afirmarme en el mar de esa combinación. Nada es más puro que la mezcla.

Cuando en aquel video del que les hablo uno de los policías —que nunca le muestra una identificación a Carlos Angulo— lo acusa de acomplejado por reclamar sus derechos ciudadanos pienso en que el verdadero complejo sería guardar silencio y aceptar el abuso por repetido y sistemático como si fuera natural. Hay aquí una ecuación básica y fatídica: prejuicio + poder = racismo. El Estado representado en la autoridad uniformada debería mirarnos a todos con ojos de igualdad tal como está escrito en la Constitución. Pero no es así.

Recuerdo los escupitajos en la espalda con los que unos chicos me atacaban en el colegio insultándome por negro. Recuerdo a la mamá de una compañera en la universidad que me decía “yo no sé por qué te quiero tanto si sos negro” como si eso fuera un piropo. Recuerdo la voz de una muchacha que aún piensa que no la oí mientras decía “ella tiene un novio negro” refiriéndose a mi novia como con asco en la voz. Recuerdo el final de una tarde en que iba trotando a entrenar voleybol en Bolivariana y esa moto de policía que se cruzó frente a mi mientras me apuntaban con una pistola en la cara y tiraban mi billetera al piso sin permitirme mostrar una identificación, para gritarme con el arma en mano y el cañón en mi frente: “negro ¿usted por qué está corriendo?”.

Pero esos recuerdos no me definen por entero.

Hace tiempo que decidí no fijarme más en las señoras que por reflejo apresuran el paso, aprietan su cartera o se cambian de acera si uno viene caminando atrás.

Debo decirlo en primera persona, como todo lo que he dicho aquí: todos los días me sucede en la calle que los desconocidos me tratan con cariño inmerecido y cordial cuando me recuerdan por el trabajo que he hecho en público durante años. Y el efecto de ese afecto es impulso y motor que devuelve la fe que se pierde de tanto en tanto.

Caterine Ibargüen, diosa de ébano, la atleta más importante nacida en Colombia, levanta con sus brazos en cada triunfo suyo una bandera. Y en esa sonrisa blanca en su cara negra cabe entero un país. De todos los colores.

http://https://www.youtube.com/watch?v=z6Oc1AWaBZ0

@lluevelove

Publicada originalmente el 20 de Septiembre de 2015

 

 

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