¿A dónde la llevo mamita?
Opinión

¿A dónde la llevo mamita?

Por:
enero 03, 2016
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Me miró por el espejo retrovisor. Yo, como de costumbre y siendo atenta,  sonreí tímidamente  y seguí mirando a través de la ventana. Desde que tengo uso de razón, cuando voy sentada en la parte de atrás de un carro debo mirar hacia afuera para no marearme.

Subíamos por la circunvalar. Yo admiraba el paisaje. Era medio día y en esa época, a esa hora en Bogotá, el tráfico era soportable. Casi que agradable.

Pero yo me sentía algo incómoda. Recuerdo la sensación extraña que me recorría el cuerpo. Pero no le hice caso y seguí sumida en mis pensamientos sobre la universidad, las tareas que tenía pendientes y la dicha de salir temprano para aprovechar la tarde.

Y entonces lo oí. ¿A dónde es que la llevo mamita? Yo ya le había dado la dirección de mi casa. La voz que interrumpía el placer de mis pensamientos no me gustó. Era distinta a la que había oído cuando le hice la pregunta del costo de la carrera, justo cuando tomé el taxi. Entonces entendí el porqué de esa extraña sensación.

Y de ahí en adelante el viaje fue una pesadilla. He borrado —por mi bien— las obscenas frases que el taxista no paró de recitar desde entonces y hasta el momento en que pude bajarme del carro. Sé que fue un largo periodo de angustia y rabia conmigo misma por no haber sido más cautelosa. ¿Por qué no le dije que se fuera por la Séptima —mucho más transitada—  y en donde hubiera podido bajarme más rápido?,   ¿por qué no detecté a tiempo el tipo de persona que estaba conduciendo el carro?, ¿dije o hice algo que lo incitó?, ¿estaba mi camisa cerrada?, ¿era de alguna manera sugestivo el atuendo?

La lista de dudas en ese entonces era interminable.

Y aún hoy, muchos años después, me castigo por no haberle gritado para que parara el acoso. El miedo fue mayor que la indignación. Seguramente —no lo sé ahora con precisión— temía que del acoso pasara a comportamientos más violentos.

Y tengo en mi memoria otro par de experiencias similares. Las recuerdo con asco. Incomodidad. A veces con algo de resentimiento.

Y creo que no le conté a nadie. No por vergüenza. Como hoy, el acoso callejero es algo cotidiano y tristemente pasa con alguna frecuencia.

Hoy pienso que si hubiera podido quejarme a una autoridad competente sobre el abuso del conductor, no habría dudado en poner la denuncia.

Lo triste es que ni en ese momento, ni hoy  —varios años después—  existe la manera de levantar una queja al respecto.

Y si lo hubiera. ¿Qué se lograría con ella?

Aún no existen leyes específicas contra el acoso callejero en Colombia. La sola definición del tema es nebulosa, inexistente.

Y como lo he dicho antes.  El acoso callejero es una de esas prácticas inmersas en las culturas machistas. Es una expresión de la violencia de género que busca recordarle a la mujer en el espacio público que el hombre es más poderoso y que la calle le pertenece. Representa la necesidad que tiene el más fuerte de controlar el lugar y recordarle al más débil quien manda en el espacio y el transporte público.

El acoso retrae, reprime, coarta, debilita y genera falsa culpabilidad. Los comentarios inadecuados, la exposición de genitales, el contacto físico violento hacen que la víctima se avergüence, dude de sí misma y en muchas ocasiones llegue hasta culparse.

¿Cómo cambiarlo?

@Silviadan

 

Publicada originalmente el 20 de Julio de 2015

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