Nadie ve lo que en el fondo no quiere ver
Opinión

Nadie ve lo que en el fondo no quiere ver

El ELN no calcula la incomparable posibilidad histórica que desperdicia con Gustavo Petro. Prefiere, absurdamente, culparlo a él

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marzo 12, 2025
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La situación de orden público en el país se complica cada día, no porque exista un conflicto armado interno, como el que existió durante más de cincuenta años hasta la firma del Acuerdo Final de Paz de 2016, sino como consecuencia de la actividad de diversos grupos empeñados en mantener poderes locales que resultan favorables a sus intereses económicos. Distinto que tales grupos pretexten motivaciones políticas.

Entre ellos se distingue el ELN, más por su pasado remoto de carácter rebelde que por sus actuales ideario y actividad. No defiendo a ultranza el actual gobierno, duelen sus promesas incumplidas y el cúmulo de expectativas frustradas, habría que ahondar en las causas. Pero de ahí a acusarlo de guerrerista y enemigo de la paz hay una enorme distancia. El ELN no se percata de que, al acusar de esa manera a Petro, en realidad se está mirando al espejo.

Esa organización le debe al país las más elementales muestras de voluntad de paz. Recuerdo muy bien a Gabino, reunido con la dirección de las FARC en 2013, en Venezuela, con autorización del gobierno de Juan Manuel Santos. Criticaba a las FARC por haber iniciado en un proceso de paz sin plantearles a ellos la posibilidad de hacerlo conjuntamente. Su discurso a favor de una solución política conmovía a cualquiera, incluía hasta lágrimas.

Recuerdo algunas de sus frases. Llevamos cincuenta años echando plomo, sin conseguir la toma del poder ni la revolución. Es absolutamente necesario ensayar caminos diferentes, las armas ya no son la vía. El pueblo colombiano está mamado de la guerra y nos lo está haciendo saber a diario. Con paciencia, los mandos de las FARC le recordaron el incumplimiento de esa fuerza a los compromisos previos sobre la comunicación permanente.

Las FARC habían tenido a dos de sus voceros esperando durante dos meses, en algún lugar de Venezuela, la llegada del delegado que el ELN se había comprometido a enviar. Nunca apareció, así que hubo que empezar solos el proceso. Gabino y Antonio García tuvieron que reconocer que eran ellos los responsables de lo que acusaban a las FARC. El mismo patrón histórico, imputar a los otros de lo que son ellos los únicos culpables.

Las FARC suscribimos un Acuerdo de Paz, tras seis años de aproximaciones, conversaciones y acuerdos finales con el Estado colombiano representado por Juan Manuel Santos, presidente de la República en 2016. Tuvimos perfectamente claro que nuestro destino era cumplir con la palabra comprometida, sin trampas ni dobles conductas. No sólo teníamos en cuenta nuestra propia suerte, sino la de millones de colombianos que merecían un mejor país.

Primero con la sigla que el congreso fundacional de la nueva fuerza desafortunadamente decidió conservar, y luego con la adopción de Comunes, nombre con el que se procuró enmendar la equivocación inicial, los firmantes nos mantuvimos firmes en ese propósito. Y nada nos lo ha hecho cambiar. Le apostamos a la paz, a la lucha política legal, y pese a las enormes dificultades e incumplimientos por parte del Estado, nos mantenemos firmes en eso.

A la pregunta del radicalismo en torno a qué pasó con el discurso de toma del poder por vía de la insurrección popular y la revolución, no respondemos con profundas teorizaciones al estilo de los círculos de iluminados. Apelamos a la realidad histórica, a la práctica, ese criterio único de la verdad que aprendimos de la filosofía materialista. Si tras más de cinco décadas de guerra el resultado esperado se encuentra más lejos, es porque la táctica elegida está errada.

El estado de cosas que originó y alimentó el conflicto armado se había transformado lentamente con el paso del tiempo. No se podía insistir en el mismo discurso cuando las condiciones eran otras. Además, pecando de inmodestos, ese nuevo estado de cosas había sido también producto de la larga lucha guerrillera. No habíamos estado arando en el mar, la lucha misma había creado la posibilidad cierta de una salida dialogada a la confrontación.

No habíamos estado arando en el mar, la lucha misma había creado la posibilidad cierta de una salida dialogada a la confrontación.

La solución política del conflicto significaba la posibilidad de concertar un acuerdo con el enemigo de tantos años, para detener el desangre, pero, además, para modificar en buena parte el orden establecido. Implicaba conciliar una fórmula de entendimiento, el Estado cedería y nosotros también, ninguno obtendría el triunfo de sus pretensiones pasadas. En adelante, la lucha política abierta sería la encargada de determinar a quien pertenecía la razón.

Cuán larga y complicada fuera esa lucha no lo sabíamos, sólo que abríamos la posibilidad de librarla. Sin muertes, desapariciones, torturas, represiones, secuestros ni extorsiones. Sin más sufrimientos añadidos al pueblo colombiano. Contamos 458 firmantes asesinados, miles de desplazados, numerosos incumplimientos por parte del Estado. Sin embargo, persistimos. Las armas dejaron de ser el camino.

El ELN no calcula la incomparable posibilidad histórica que está desperdiciando con Petro. Prefiere, absurdamente, culparlo a él.

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