Mujeres, wayús y negras al frente de la política nacional: la cara de una Colombia en revolución

Mujeres, wayús y negras al frente de la política nacional: la cara de una Colombia en revolución

¿Cómo es que una “india” y una “negra” no están limpiando la Casa Nariño, sino esperando ocuparla con un cargo en el Congreso y otra en la vicepresidencia?

Por: Mónica T. Delgado P
abril 04, 2022
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Mujeres, wayús y negras al frente de la política nacional: la cara de una Colombia en revolución
Foto: Cortesía

Una indígena wayúu en el exilio, Karmen Ramírez Boscán, representará en el Congreso a la colombianidad en el exterior.

La tercera precandidata a la presidencia más votada en la consulta del 13 de marzo es una mujer negra y lideresa social, Francia Márquez; la consulta más votada fue la de un exmilitante de una organización guerrillera, Gustavo Petro; un excomandante de las Farc-EP y presidente del partido Comunes, Timoleón Jiménez es recibido por un cuerpo diplomático con honores en Ginebra, mientras Duque fue abucheado en el parlamento europeo.

¿Qué pasa en Colombia? ¿Cómo es que se le coló a la “gente de bien” esa gentuza “tierrúa”, “igualada”, “vándala”, “terrorista” y “marginal”?; ¿Cómo es que después de 200 años de mantener el poder en las manos de unas pocas familias, aparecen esas hordas de descamisados que junto a Bolívar pelearon, disputando el poder político bajo las consignas de paz, igualdad, soberanía y bienestar?; ¿Cómo es que una “india” y una “negra”, no están limpiando la Casa Nariño, sino esperando ocuparla con un cargo en el Congreso y aspirando a la vicepresidencia nacional?

No son hechos menores, sino verdaderas evidencias de que en Colombia las cosas van cambiando en favor de la verdadera democracia y de la inclusión social. Desde que las fuerzas de izquierda le apostaron el todo por el todo a la paz y a la unidad, el país pobre ha comenzado a comprender un poco más sus problemas y va deslindándose paulatinamente de los valores hegemónicos de un régimen elitista, machista y racista, recuperando paulatinamente la autoestima personal y nacional.

Las protestas del año pasado que están por cumplir un año de iniciadas el 28 de abril, fueron reflejando en las consignas y manifestaciones artísticas que los y las de debajo, desde los márgenes de las grandes urbes se van sacudiendo del sentido común impuesto por los patrones: eso de que “unos nacieron para mandar y otros para obedecer”, viene siendo reemplazado por “solo el pueblo salva al pueblo”, “es el tiempo de los y las nadie”, “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

La represión desmedida del gobierno en los barrios populares donde se desarrolló el paro, y el reemplazo en la narrativa gubernamental de la palabra “terrorista” designada a los y las insurgentes, por la palabra “vándalo” para señalar a la gente joven que protestó, puso en evidencia el trasfondo ideológico de una guerra de más de 50 años: el enemigo interno como el pobre que se rebela y propone. Hoy hay presos centenares de jóvenes que encabezaron esas manifestaciones.

En el esfuerzo nacional e internacional por la implementación del Acuerdo de Paz se han generado amplios consensos no sólo de la izquierda, sino de diversidad de expresiones políticas y sociales que buscan la superación de las causas que generaron el conflicto y aspiran a la instauración mínimo de un Estado social de derecho.

La audacia de Petro, luego de una trayectoria importante de lucha y denuncia, ha consistido en colocar el Acuerdo en el centro y desde allí convocar a una amplia convergencia.

Tal vez falte mucho trecho por recorrer para sacudir plenamente las conciencias de las cadenas, pero a la par de 200 años de hegemonía de una aristocracia, corrupta, asesina, cascarera y premoderna, formidables luchas se han librado desde las catacumbas de las pobrerías para transformar el estado de cosas; se va recogiendo esa cosecha.

Es imperativo que la unidad se fortalezca y se forje en este tiempo nuevo que se avizora, una nueva forma de hacer política donde en lo ético y lo material se devuelva al pueblo lo que se robó el César.

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