Moverse en Cali
Opinión

Moverse en Cali

La ciudad no espera, se agolpa, corre, se acelera; toda la población necesita moverse y toma el riesgo, se monta en lo que más se le acomode. Cuatro testimonios

Por:
marzo 01, 2024
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Valen, como le dicen a Valentina, va de su casa en San Cayetano a la universidad y regresa siempre por la calle Quinta en su Mor, como le dice a su bicicleta; sus relatos al respecto son del cielo y del infierno. Escuchemos el cielo: “a mí me fascina bajar por la mañana y ver en segundos como amanecen las montañas de los Farallones y dejar que mi Mor me baje haciendo que el sol tempranero me despierte pa la clase; como me voy temprano no es mucho el tráfico y no hay tanto problema para circular, también me gusta volver por la tarde con el viento que me impulsa el pedaleo y me tensiona la respiración, me siento liberada pedaleando, eso sí cuando dejan circular.” Escuchemos ahora el infierno: “estoy mamada de los tipos que me dicen groserías en los semáforos, de las motos y los carros tirándome al andén sin importarles nada, mirá el raspón de hoy, y además a veces, si se vuelve de noche, salen locos o ladronzuelos a tirársele a una por el morral, mejor dicho, ya no sé que hacer para viajar como me gusta, no hay derecho…”  

Martha trabaja en el centro de la ciudad y va a su hogar hacia el Sur, para el barrio Jordán en la comuna 18, después de diez horas de trabajo en un puesto estacionario de cordones y cachivaches; ella usualmente se mueve en el MIO cuando no tiene que buscar transporte informal para llevar y traer mercancía que es una vez a la semana; del resto se mueve en las rutas T31 y la E21; también ella tiene amores y odios con sus desplazamientos: escuchemos los amores: “mal que bien yo me monto ahí porque va más rápido y de pronto más seguro, en esa ruta yo ya se quienes vamos porque siempre  voy a la misma hora y no tengo mucha dificultad con las frecuencias, pa otros lados de la ciudad si no me apunto pero el MIO por la quinta funciona”; veamos los odios: “no, hoy si no sabía que hacer, tocó esperar casi media hora porque todo pasaba lleno, hubo ese problema de las peleas de los vendedores ambulantes, y mucha alegadera, se había dañado la máquina de recargar y habían muchas filas; en el que me pude montar olía a chivo y a aceite. El lugar que me tocó tenía como una fuga que me dejó enferma. Mejor dicho, eso es que no hay más, pero le cuento que esos buses no los están limpiando bien…”

Hugo hace actividades de panadería en el barrio Tequendama al centro sur y vive en el barrio Diamante al Oriente de Cali, en la comuna trece; él se monta sin discutir mucho en carros informales, conocidos como piratas. Esto nos cuenta de las idas y las vueltas: “vea yo no me quejo, aquí en la Quinta A, hay todo un terminal organizado con filas y sistemas de comunicación en el andén y el servicio es bueno, está bien montado y funciona, incluso si quiero llamo y me recogen aquí en el trabajo, no tengo ni que hacer fila, a veces cuando los persiguen ha pasado que uno tiene que caminar, pero ese es el mejor servicio”. También en ocasiones el panadero habla de acontecimientos difíciles: “hoy llegué tarde porque hubo pelea en la ruta, el parcero que me traía se puso a pelear, se agarró con otro, eso se bajó y sacó arma para enfrentarse a un amigo, todo se calentó y terminamos en la inspección hasta los que veníamos en el carro, casi hay sangre; pero ¿qué se hace?, eso lo arreglan hoy y mañana ya otra vez está funcionando. Yo prefiero así; a mi filas no, no, no.”

Jair vive en Siloé, estuvo varios días en el hospital más cercano y ya regresó a casa, casi pierde la pierna hace quince días y aun está esperando la posibilidad de una reconstrucción de rodilla, porque se accidentó en una moto de transporte personal conocida como moto ratón; salía para la galería en la mañana a buscar insumos para su negocio de fritanga y en una curva de bajada se chocó; el joven que le prestaba el servicio no era dueño de la moto, no tenía pase, ni seguro de accidentes; a Jair le tocó recolectar dinero y pedir prestado para pagar la emergencia y ahora no sabe cómo financiará la reconstrucción de su extremidad derecha, porque no tiene el seguro y no está trabajando. Al preguntarle por la situación se expresa así: “pues yo no culpo al muchacho ni a nadie, pues uno toma el riesgo, además aquí lo que hay para trabajar ahora es eso, las moticos las venden o las alquilan pobremente y con eso la gente se rebusca, pues que más hacemos, esperar será que esto mejore…”


La mayoría de la población no conoce o entiende poco de las políticas públicas, de las normas de tránsito, de los negocios del transporte, de la movilidad sostenible


Pero la ciudad no espera, se agolpa, corre, bulle, se acelera; toda la población necesita moverse y toma el riesgo, se monta en lo que más se le acomode; la mayoría de la población no conoce o entiende poco de las políticas públicas, de las normas de tránsito, de los negocios del transporte, de la movilidad sostenible, sabe que tiene que salir y regresar a casa lo más rápido y si se puede seguro. Los cuatro breves casos que ilustran este escrito solo buscan llamar la atención sobre una problemática que es latente y necesita respuestas que den cuenta de la complejidad del fenómeno y que lo aborden en medio de la volatibilidad que ya se siente, que se vive en la calentura de las calles…

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