Modelos que hacen agua
Opinión

Modelos que hacen agua

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diciembre 14, 2014
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El singular modelo económico argentino lleva varios años haciendo agua. La extraordinaria bonanza de los commodities, concretamente de los alimentos, es lo que le ha permitido a Argentina mantener —en medio de una inflación endémica— el auge en el consumo interno, donde se suele abonar a plazos desde un exprimidor de naranjas hasta las vacaciones de verano. La soya representa el 25 % de las exportaciones del país austral y el Estado se queda con el 35 % de los ingresos. Esta bonanza agrícola fue lo que le permitió al gobierno fomentar el consumo de artículos de consumo con televisores y carros, haciendo de lado las inversiones en el sector real. Dicha bonanza igualmente le ha permitido al gobierno de la Kirchner lograr que la mayoría de los salarios suban por encima de la inflación, aumentos que se pudieron llevar a cabo en el pasado con base en el auge de la soya, cuando Argentina se convirtió en pocos años en el tercer productor mundial después de Estados Unidos y Brasil. El problema coyuntural es que el precio de la soya lleva ocho meses cayendo. El economista argentino, Roberto Bisang, afirma: “Desde 1994 a 2010 Argentina pasó de cultivar 20 millones a 32 millones de hectáreas de soya, doblando su producción de 42 millones a 96 millones de toneladas. Pero al haberse incorporado nuevas áreas de siembra en países como Ucrania, aunado a cosechas récord en Estados Unidos, el precio de esta leguminosa se desplomó de 530 dólares la tonelada a 380 dólares”.

Venezuela ha aplicado un modelo similar. Es decir, ha fomentado el consumo interno de bienes de consumo y bienes suntuarios con base en los descomunales ingresos en el último lustro por sus exportaciones de hidrocarburos. Esta nación, que cuenta con las mayores reservas petroleras del mundo, obtiene del crudo el 96 % de sus ingresos. La caída en los precios de petróleo se produce en momentos en que el país es golpeado por una inflación superior al 60 % a tasa anualizada, escasez de alimentos y una aguda sequía de divisas. De paso, durante los 16 años del “Socialismo del siglo XXI”, los chavistas han destrozado el sector industrial y agropecuario.

Uno podría pensar a primera vista que la situación de Argentina y Venezuela es similar. Existen, sin embargo, cinco enormes diferencias: la primera es que mientras que las exportaciones agrícolas de Argentina son renovables y van a tener una demanda mundial permanente, las de Venezuela no. Es más, el combustible del futuro es la electricidad y no el petróleo. Segundo, es bastante más probable que los precios de la soya se recuperen a corto plazo, a que lo hagan los precios de los hidrocarburos. Tercero, Argentina tiene garantizada su ‘seguridad alimentaria’, no así Venezuela que debe importar cerca del 80 % de la comida. Cuarto, la inflación en Argentina es alta, más no desbordada. La de Venezuela, que bordea convertirse en hiperinflación, es la más alta del mundo. Quinto, en Venezuela la escasez de productos básicos como leche y papel higiénico es endémica, mientras que en Argentina la escasez es temporal. De alguna manera, se podría afirmar que el problema de Argentina es coyuntural, mientras que el de Venezuela es estructural.

En Colombia, donde parte del crecimiento se ha basado en el importante aumento de bienes de consumo impulsado por una tasa de cambio artificialmente atractiva, atravesamos por un escenario que incorpora problemas estructurales de fondo y que nos pueden llevar a una situación difícil en un futuro cercano. Por un lado, tenemos una importante dependencia en las exportaciones de hidrocarburos, principalmente carbón y petróleo, cuyo precio se ha desplomado en los últimos meses. Por otro lado, somos importadores de algo más de 9 millones de toneladas de comida. El país, en la Altillanura, podría producir gran parte de la comida que importa. Sin embargo, oscuros intereses políticos se oponen tajantemente al desarrollo agroindustrial de las nuevas fronteras agrícolas de la Orinoquía, insistiendo de manera miope en que dicha región debe ser explotada exclusivamente por campesinos. El país, de aceptar las tesis de la izquierda retardataria, va a estar abocado a seguir importando comida de forma indefinida y creciente. El problema es que los recursos para importar comida provenían de los excedentes de las exportaciones de hidrocarburos. Al haberse cerrado esa ventana, no va a ser fácil seguir importando alimentos a dos manos. El modelo colombiano, de no ser modificado, inexorablemente va a empezar a hacer agua como lo han hecho los modelos argentinos y venezolanos.

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