Matrimonio gay en Colombia ¿Sodoma y Gomorra?

Matrimonio gay en Colombia ¿Sodoma y Gomorra?

"Los opositores de este fallo (Uribe, el Papa y hasta el mismo procurador) se vieron enfrentados a una especie de apocalipsis"

Por: Tiberio Gutiérrez
abril 14, 2016
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Matrimonio gay en Colombia ¿Sodoma y Gomorra?
Foto: marchapatriotica.org

En un avance sin precedentes para la cultura y la democracia colombiana, la Corte Constitucional aprobó la semana pasada el matrimonio entre parejas del mismo sexo, a pesar de los cuestionamientos contra su ex presidente, Jorge Pretelt, por las presuntas conductas punibles relacionadas con Fidupetrol, y quien fuera uno de los tres magistrados que se opusieron al mencionado fallo sobre la igualdad ante la ley de los grupos LGBTI excluidos en Colombia.

Es verdaderamente revolucionaria la decisión, pues toca una de las fibras más sensibles de la opinión, en su mayoría católica, apostólica y romana, y, además, porque continúa la  tradición progresista de los últimos años posteriores a la Constitución del 91, con decisiones sobre la dosis personal  del consumo de la marihuana con fines recreativos y terapéuticos; el aborto por mal formación del feto, violación y peligro de muerte de la mujer; la adopción de menores, y ahora el matrimonio civil entre parejas del mismo sexo.

El anuncio prendió el ventilador de una sociedad pacata, hipócrita y chapada a la antigua, de tal manera que los opositores se vieron enfrentados a una especie de apocalipsis con una nueva versión de “Sodoma y Gomorra”, viendo en esta actuación el desmoronamiento institucional del matrimonio católico, “base de la sociedad moderna”, como si la vida no cambiara y estuviéramos sometidos a una fe religiosa católica intocable, inamovible en los principios milenarios de la iglesia, sin tener en cuenta el Estado laico y el continuo cambio de valores, usos y costumbres de la sociedad moderna.

Desde el Papa Francisco hasta el Procurador Ordoñez, pasando por el senador Álvaro Uribe Vélez,  todos pusieron el grito en el cielo, aduciendo que “el matrimonio entre el hombre y la mujer es el único que cumple una función social”, como si la reproducción de la especie fuera la única finalidad de la institución, confundiendo la procreación con la recreación del género humano, como si el amor, el sexo y el erotismo, estuvieran condicionados exclusivamente por el estado civil de las personas.

Lo que hizo la Corte fue “Suplantar al pueblo y al legislador”, clamó el “jurista” del Ubérrimo; con este acto “Se terminó de sepultar la constitución”, sentenció el abogado del espíritu santo en la Procuraduría; “Es un golpe de estado”, vociferó el ex ministro de la caverna en la Hora de la verdad. Todos a una, salieron los más reaccionarios de la política y de la Iglesia, argumentando la disolución de la sociedad, como si no estuviéramos atravesando desde hace mucho tiempo la crisis más profunda de nuestro sistema económico, político y social, desconociendo con su espíritu maniqueo los avances científicos, históricos y antropológicos de la humanidad, los cuales afirman con solidez que la condición homosexual de los seres humanos no es ningún invento esnobista del momento, ni el karma genético de un pecado mortal, ni mucho menos un delito de lesa humanidad, como quieren hacerlo aparecer los pregoneros de la reacción política y de la hipocresía moral.

“Bueno es culantro pero no tanto”, señores adoratrices del divino miembro en la soledad de los conventos, o de las hermanitas descalzas en las penumbras de las moradas de clausura.

De tal manera que parece extraño escuchar al Papa Francisco cuando dice que “el matrimonio entre un hombre y una mujer es el único que cumple una función social”, como si la reproducción de la esclavitud asalariada no estuviera mandada a recoger por el salario mínimo, y mucho más aún por los adelantos científicos de la inseminación artificial.

No obstante la interpretación progresista de la doctrina social de la Iglesia católica, el Papa da un paso atrás como si estuviera capitulando después de haber reconocido a los homosexuales como hijos de Dios, y mostrando a los divorciados el camino del hijo prodigo para regresar a la Iglesia y encontrar la salvación. Debería mantenerse con el paradigma de San Francisco de Asís,  amando a los animales sobre todas las cosas, y no borrando con el codo lo que había venido escribiendo sobre los temas palpitantes de la humanidad contemporánea.

Todos los desafectos por la medida de la Corte, que son muchos en este país de realismo mágico y del Sagrado Corazón, deberían leer y releer la “Llama doble” del gran poeta y ensayista mejicano Octavio Paz, premio Nobel de Literatura, que trata sobre las relaciones del sexo, el erotismo y el amor, a ver si dejan estar hablando de la pobre humanidad, y vamos superando poco a poco este viacrucis del calvario, con tanta cucaracha mental inoculada sin permiso en la temprana juventud.

Pero sigamos adelante con el tema de fondo. La decisión de la Corte Constitucional es toda una carga de profundidad para ampliar la democracia restringida en este país anquilosado y esclerótico, enfermo de envidia y  de egoísmo como todo minusválido mental.

Así pongan tutelas, referendos, consultas, plebiscitos, apelaciones  o reposiciones, tiene más reversa un orgasmo enjabonando la novia, que la Corte revoque su decisión para complacer las pretensiones de  los turiferarios  de la doble moral.

Y para terminar, como decía un escéptico refiriéndose al matrimonio: “Cásate o no te cases, siempre te arrepentirás”.

 

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