Matar a los hipopotamos de Escobar: la única solución que ven los científicos

Matar a los hipopotamos de Escobar: la única solución que ven los científicos

Los daños al ecosistema que han traído estos animales exportados por el capo desde África, podrían ser irreversibles. Hay que actuar ya

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enero 19, 2021
Matar a los hipopotamos de Escobar: la única solución que ven los científicos

Los daños que han causado los ya casi sesenta hipopotamos descendientes de los animales que trajo en la década del ochenta Pablo Escobar para poblar su hacienda Napoles, son demoledores. Por eso los científicos ven como única solución aniquilar a los animales. A propósito recordamos este artículo publicado en febrero del 2020 sobre la historia de los hipopotamos:

 

Pablo Escobar la idea de tener un zoológico se le ocurrió por pura envidia. Un fin de semana de 1981 visitó la hacienda Verácruz de los Ochoa Vásquez, sus socios del Cartel de Medellín. Era un lugar caliente de generosas aguas y espeso paisaje ubicado en el municipio del Repelón en el Atlántico. Allí los hermanos habían construido un pequeño zoológico con Jaguares del Amazonas y Ñus del África. La hacienda de los Ochoa distaba mucho de tener las más de 1.900 hectáreas que Escobar tenía en su predio del Magdalena Medio: la hacienda Nápoles. El lugar desde manejo su emporio narco en el esplendor de la década de los 80.

Alguna vez, cuando Juan Pablo Escobar tenía ocho años, su papá lo llevó en un jeep hasta un lugar cerca a los lagos que refrescaban el ardiente lugar en pleno corazón del Magdalena Medio. Allí Escobar les dijo a su esposa, Maria Victoria Henao y a su hijo que quería ser enterrado debajo de una ceiba, la más frondosa que había en ese bosque inmenso donde se entrelazaban tres ecosistemas, la selva, el río y la montaña, un paraíso propio que construyó después de pagar casi tres millones de la época -1981- para hacer de él su lugar preferido en el mundo, donde agasajaba senadores, ministros, reinas de belleza y presentadores de televisión.  Una casa inmensa de ocho habitaciones, piscina y una sala de televisión en donde cabían treinta personas. Dos dinosaurios enormes donde los niños jugaban y, sobre todo, la joya de la corona, los animales que compró y que convirtió a Napoles en una de las haciendas más extravagantes que capo alguno haya tenido.

Lo primero que hizo antes de montar su zoológico fue comprarse los 12 tomos de la enciclopedia de la National Geographic, con ella aprendió sobre la adaptación que podía tener los animales que compraría. Alfredo, uno de sus empleados, fue enviado a los Estados Unidos para averiguar donde podría comprar elefantes, cebras, jirafas, dromedarios, hipopótamos, búfalos, canguros, flamingos, avestruces y todo tipo de aves. No compró leones y tigres porque le parecían demasiado feroces para dejarlos libres. El lugar donde compró los animales fue en un criadero en Dallas, Texas. Allí dos hermanos texanos de apellido Hunt, gordos como elefantes, le vendieron los animales que él mismo atrapaba en África.

Escobar hizo un viaje relámpago a Dallas con su familia y allí pagó USD 2 millones a los Hunt. En el primer envío, que llegó en un barco alquilado que atracó en el Puerto de Necoclí. El viaje tenía demasiados riesgos y podía tardarse meses. Impaciente, Escobar contrató cuatro Hercules, que viajaron, capitaneados por Fernando Arbeláez, desde Dallas hasta el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín en la noche, cuando las operaciones aéreas habían terminado. Según Juan Pablo Escobar en su libro, Pablo Escobar mi padre “La estrategia se facilitó porque las condiciones de seguridad del aeropuerto eran muy precarias y mi padre era dueño de dos hangares contiguos a la pista principal”. Las bestias tocaron tierra colombiana en 1982

Escobar llegó a atesorar más de 1.200 animales en ese zoológico casero. Los animales más costosos fueron un par de loras negras que le compró en Miami a uno de sus socios que también traficaba con fauna. Costaron USD 500 mil y casi asesina a su socio cuando se enteró que las loras no podían reproducirse porque estaban castradas. Los últimos animales que compró fueron un par de delfines rosados que trajo del Amazonas. En esa época Pepe y sus hipopótamos no eran famosos, como los son ahora, pero por el daño depravador que están causando sus descendientes: las 70 bestias han nacido cerca a Doradal, y se la pasan en los ríos Nare y Negro.

Ya van a ser ya 7 años desde que Carlos Mario Zuluaga, director de la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Rios Nare y Negro, CORNARE, prendió las alarmas. La presencia de la manada en las cercanías del pueblo de Doradal. El daño ecológico puede ser descomunal. Comen cada dia 50 kilos de pasto, que sus pisadas dañen los bosques y su estiércol va a dar a las aguas de los ríos y lo peor pueden terminar espantados en una de las calles de Doradal.

Lo terrible de todo esto es que, por culpa de sus heces y de lo que comen, están cambiando el compuesto de las aguas del río Magdalena .El gobierno nacional poca atención le ha puesto al asunto. CORNARE sólo ha recibido $ 500 millones con los que pudo esterilizar a cinco de esto y logró reubicar a seis en algunos zoológicos locales. Ninguno los quiere porque no existen zoológicos cercanos que tuvieran los requisitos mínimos para recibirlos. Incluso ambientalistas tan capacitados como Brigitte Baptiste ya plantean que la única solución sería matarlos. Una solución que puede resultar muy polémica, como ya se vio. En el 2009, cuando un soldado mató a Pepe y posó junto a su cadáver, se despertó una indignación nacional liderada por ecologistas que le pusieron el ojo a estas especies únicas en el continente americano.

Según expertos en el 2050 esta especie podría haberse reproducido hasta 350 animales capaces de destruir los cauces  de ríos y convertirse en peligro letal para pescadores y campesinos de la región. En el África el hipopótamos es el animal que más vidas humanas cobra al año. Son las autoridades ambientales las encargadas de tomar cartas en el asunto y evitar una catástrofe mayor porque estos animales salvajes se han convertido en la última maldición de Pablo Escobar.

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