Mario Montoya y Rito Alejo en la JEP, ¿una burla a las víctimas?

Mario Montoya y Rito Alejo en la JEP, ¿una burla a las víctimas?

"Algunos militares solo ven el tribunal como un escampadero. Ojalá recapacitaran. Tal vez así podrían encontrar la dignidad para reconocer la verdad y su responsabilidad"

Por: Fredy Alexánder Chaverra Colorado
mayo 19, 2021
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Mario Montoya y Rito Alejo en la JEP, ¿una burla a las víctimas?

A raíz de la publicación de la nota ciudadana Con las sanciones propias, la JEP camina a paso firme, varios amigos me pidieron profundizar en lo relativo a la voluntad de los comparecientes de la fuerza pública. Esto porque en la mencionada columna me enfoco en la excomandancia fariana y planteo que en algunos de ellos se ha venido operando un proceso ético y sentimental de altísima complejidad que los ha llevado a asumir posturas de pleno reconocimiento de verdad y responsabilidad. Al decir proceso (más bien procesos porque no es similar en todos) me refiero a la transformación personal que he observado en los antiguos guerreros.

En muchos siento que han dejado atrás la arrogancia con la cual salieron de La Habana y ahora encarnan un discurso más conciliador. En ese cambio de perspectiva ha influido el encuentro cara a cara con sus víctimas; los actos tempranos de reconocimiento de responsabilidad; la concurrencia a la Comisión de la Verdad; las desventuras de un ejercicio electoral que sigue en saldo rojo, y en el plano personal, asumirse en proyectos de familia. En relación con su contraparte armada, me surge la siguiente pregunta: ¿pasa lo mismo con los comparecientes de la fuerza pública?

Antes de aventurarme a responder esa pregunta quisiera personalizar la anterior reflexión.

De Timochenko a Rodrigo Londoño

A Rodrigo Londoño, Timo, el último comandante de las Farc-Ep y un histórico del conflicto armado, no lo veo como el “calculador” dirigente político del partido Comunes o como un político sediento de poder, es más, ni lo veo como político, a Rodrigo lo reconozco más como un activista por la paz, emocionalmente comprometido con la reconciliación y orgulloso de asumirse en su rol como padre. Nada que ver con el vociferante estratega militar que cerró un ciclo del conflicto armado cuando pronunció un agresivo discurso a finales de marzo de 2008 tras la muerte de Manuel Marulanda. De aquel guerrillero con perfil de tropero mayor solo queda el recuerdo. Tras arribar a La Habana, integrarse al proceso de paz y superar algunos problemas de salud, en Timochenko se fue operando una transformación gradual, ética y sentimental, que lo fue convirtiendo en Rodrigo, un referente de reconciliación. Tal vez, esa transformación no ha caído bien en algunos de sus antiguos camaradas que lo tienden a calificar como débil; sin embargo, es un ejemplo de la potencia de la paz y la transformación de una persona que vivió gran parte de su vida bajo la lógica de la guerra.

Al igual que en Rodrigo Londoño, es un cambio que he percibido en Pablo Catatumbo, Pastor Alape y excomandantes regionales como Rubén Cano y Olmedo Ruíz. Exdirigentes de la guerrilla comprometidos con la Comisión de la Verdad y la JEP, muchas veces, en detrimento de su lugar en la historia y en contravía de la narrativa sobre la cual legitimaron parte de su lucha.

¿Y los militares?

Frente a ellos no podría afirmar que se esté operando un cambio similar. A diferencia de los exguerrilleros, su comparecencia no se encuentra atravesada por dinámicas de reincorporación comunitaria (que para muchos ha implicado adaptarse a una nueva vida); la necesidad de encontrarse cara a cara con sus víctimas o promover gestos tempranos de reconciliación. En efecto, su rol como comparecientes se ha limitado exclusivamente a adelantar su defensa jurídica en las instancias de la JEP y no se complementa con otras acciones o actividades con contenido reparador. Ya es una clara diferencia con la forma como los comunes están viviendo su paso por la JEP. Aunque claro está que no puedo generalizar, según se ha visto en los avances del macrocaso sobre ejecuciones extrajudiciales (que valga decir se ha dado más a puerta cerrada que el macrocaso sobre secuestros), algunos militares (de menor rango), sí se han comprometido con el pleno reconocimiento de verdad y responsabilidad. Sin embargo, hay dos generales, importantísimos en la historia del conflicto armado, cuyo compromiso con la verdad y las víctimas cada vez se pone más en entredicho: Mario Montoya y Rito Alejo del Río.

Montoya, sin mirar a los ojos a las víctimas

El general favorito de Uribe y cerebro de la seguridad democrática, es tal vez el militar de más alto rango sometido al macrocaso sobre ejecuciones extrajudiciales. En principio, su sometimiento suscitó cierta reacción positiva porque se interpretó como un espaldarazo a la JEP, dada la cercanía de Montoya con el uribismo (sector que desconoce el tribunal) para muchos resultó sorpresivo, pero esa expectativa duro poco ya que, en su primera audiencia, el general no reconoció a las víctimas de los falsos positivos y apuntaló la línea estratégica de su defensa: asegurar que no sabía que hacían sus subalternos cuando era el máximo comandante del ejército. Estrategia que no ha cambiado ni medio centímetro desde el 2018 y que llevó a que el 2 de diciembre de 2020, un grupo de diez organizaciones de derechos humanos y 35 víctimas, le solicitaran a la Sección de Revisión que lo excluyera de la JEP. Su argumento era que, ante el inexistente compromiso por la verdad y el nulo resarcimiento a los derechos de las víctimas, no tenía sentido que Montoya continuara en la jurisdicción del Tribunal.

¿Por qué insiste Montoya en esa estrategia?

Someterse a la JEP no implica de facto pleno reconocimiento de verdad

Algunos pensamos que la actitud de Montoya se podría transformar con la evolución del proceso y con algo tan humano como mirar a los ojos a sus víctimas (tal como ocurrió con los excomandantes farianos). Eso no ha pasado y creo que ya no pasará. Cada vez me queda más claro que el general se sometió a la JEP bajo una doble intención; por un lado, no quedar a merced de la justicia ordinaria (en donde la pena de cárcel podría ser hasta de 60 años); y por el otro, para escapar de la Corte Penal Internacional (CPI). Nada más. En sus cálculos nunca ha estado reconocer plena verdad o asumir responsabilidad, reparar a sus víctimas o garantizar la no repetición. Y claro que lo puede hacer, pues la JEP es un tribunal de justicia transicional hibrido, es decir, con una dimensión restaurativa (sanciones que no implican cárcel) y otra retributiva (cárcel hasta por 20 años).

Para que un compareciente sea condenado a 20 años debe ser vencido en juicio, tras un largo proceso adversarial y superando todos los recursos que garantizan un debido proceso, a eso le podría estar apuntando Montoya. Si le va mal y es vencido en juicio tendría que pagar 20 años de cárcel (o menos), con la ventaja de no quedar expuesto a la justicia ordinaria y salir de la mira de la CPI (que vale aclarar solo es un tribunal subsidiario).

Todavía tiene la oportunidad de mirar a los ojos a sus víctimas, reconocer plena verdad y asumir responsabilidad. ¿lo hará?

Rito Alejo, entre la mala memoria y la expectativa

El general Rito Alejo del Río es compareciente del macrocaso sobre el Urabá y la victimización a la UP. Un tropero de primera línea y participe directo de la guerra que se libró en la Urabá de los 90 entre las Farc y el paramilitarismo. También conocido como “el pacificador de Urabá”, llegó a ser considerado como un héroe nacional por entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe. Su sometimiento a la JEP también generó gran expectativa, mucho más cuando se pegó una “despachada” pública contra la derecha y el uribismo en 2019. En los años 90 el Urabá fue el principal teatro de la confrontación armada en el país y sigue siendo la subregión con mayor cantidad de víctimas registradas. Sobre esa guerra hay muchas sombras y zonas grises, miles de víctimas reclaman por verdad y reparación, y no hay duda de que el general Rito Alejo tiene mucho por contar, pero de ahí a que asuma plena verdad o responsabilidad hay mucho trecho.

Al parecer, va cayendo en el “síndrome Montoya” y en la estrategia de ver la JEP como un tribunal funcional para obtener una pena retributiva menor y salir libre (en 2012 fue condenado a 25 años de cárcel), pues el régimen de condicionalidad permite a los condenados en justicia ordinaria obtener la libertad solo con el sometimiento. Recientemente, sobre la victimización a la UP, Del Río afirmó no “tener presentes esos hechos” y negó sus nexos con los paramilitares. Sin duda, una burla para los miles de víctimas que solo reclaman por verdad y reparación. ¿Por qué lacerar de esa forma los derechos de las víctimas?, ¿Por qué jugar con las expectativas de personas que han sufrido tanto?, ¿por qué caer en esa revictimización sistemática?

Tal vez creería que Montoya y Del Río, con 72 y 77 años respectivamente, consideran más favorable pasar los últimos años de sus vidas en medio de procesos judiciales que seguro se dilatarán en el tiempo hasta que llegue lo inevitable, sin reconocer sus responsabilidades o resarcir los derechos de sus víctimas, una vejez lúgubre para hombres de tanto “orgullo”.

Vuelvo a repetir que no estoy generalizando ya que sí hay miembros de la Fuerza Pública muy comprometidos con el reconocimiento de verdad y responsabilidad. Esencia de las sanciones propias de la JEP. Montoya y Del Río les deberían seguir los pasos y comprender que la JEP es una posibilidad histórica para sanar las heridas y reparar a millones de víctimas. ¡Aún están a tiempo!

Una transformación necesaria

Quise iniciar este texto contextualizando la transformación ética y sentimental que he advertido en muchos excomandantes de las Farc. Aclarando que en Márquez y Santrich nunca la vi. Esa transformación es necesaria y es la mayor muestra de la fortaleza humana de un proceso de paz; pues implica cambiar la visión del mundo; construir un proyecto de vida personal y apostarle al cambio. De ahí que Rodrigo Londoño me parezca el ejemplo más notable de esa transformación. Al menos, en ellos se percibe un compromiso con las víctimas y así se ratificó con la aceptación de responsabilidad en el macrocaso sobre secuestros. Ya pronto llegarán las sanciones propias con las posibilidades que ofrece la justicia restaurativa comunitaria. Infortunadamente, en algunos militares ese cambio no ha iniciado y solo ven la JEP como un “escampadero”. Algo doloroso porque quienes terminan padeciendo esa desidia son las víctimas. Ojalá recapacitaran y miraran a los ojos a sus víctimas. Tal vez, así podrían encontrar la dignidad suficiente para reconocer plena verdad y responsabilidad.

Lo digo por tercera vez: ¡Todavía están a tiempo!

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