Manuel Hernández y la vida de los signos
Opinión

Manuel Hernández y la vida de los signos

Retrospectiva de uno de los grandes del siglo XX que buscó en el mundo abstracto de su pintura un alfabeto de signos que hablan el lenguaje de la espiritualidad

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febrero 05, 2022
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Desde hoy sábado 5 de febrero la Galería El Museo presenta una bella retrospectiva de Manuel Hernández, un hombre tímido y callado que me abrumaba por ser frágil. Actitud que tuvo siempre porque desde muy joven quedó huérfano. La muerte de su madre representó la ausencia familiar. Toda la familia quedó regada entre los tíos. Y pintó siempre el recuerdo de cuando la acompañaba de la mano a vender pomos rosados en lugares especiales para asuntos de la belleza femenina. Ese recuerdo de la cajita con el pomo donde se reflejaba la luz. Ese fue el comienzo de su sueño.

Signo Trama, 1990

En el mundo de Manuel Hernández importa la ética de los signos. A la manera de los clásicos, buscó siempre la quietud de formas que flotan en el espacio. Su alfabeto geométrico lo restringió a dos formas: al óvalo y al rectángulo. Y con ellas pudo contarnos la infinidad de incidentes que ocurren dentro de su pintura y que, en su historia, tienen que ver con la infinidad de luces que aparecen en el espectro de una atmósfera o en el brillo de un borde que se asoma mientras se descompone la luz en fragmentos. Y, en todo este infinito pero complejo trayecto pictórico, buscaba apagar el protagonismo de un color mientras él buscaba a el silencio. En otras obras, también sutiles, se permitía la libertad como el español Miró, a un juego alegre entre las formas de colores de luces brillantes. Pero en general, Manuel Hernández inventó mundos intangibles, de argumentos invisibles donde sólo el silencio importa. La idea misma, de ese no sonido silencioso que buscó, es en su obra una aproximación conceptual.

Signo diagonal rojo, 2002

Manuel Hernández se expresó en óleo, pero en un viaje a Estados Unidos descubrió y estudió la fórmula para crear el acrílico y vino a Colombia a pintar su mundo que, lo expresó magistralmente mientras buscaba en un borde, el roce de las superficies sutiles.

Como Durero, tuvo siempre conciencia de la posibilidad de una línea abierta o una cerrada. Le interesó el manejo de la vibración de esa línea que se presiente en una curva que proyecta un movimiento quieto. Todos son puntos sublimes dentro del dibujo y la pintura.

Signo Coloso, 2007

En la pintura, lo importante es la luz que construyó desde el hoyo que es el color negro. El negro rotundo que incluye todos los colores. Manuel Hernández sellaba sus fondos mudos, para crear una segunda superficie desde donde nacen las formas –tan geométricas, poéticas como surrealistas- que flotan en otra dimensión y en un escrupuloso relieve de brillos.  Como si fuera magia, esos brillos se integran a la superficie. Y en todo momento el silencio permanece incólume. También existió su lado surrealista donde le gustaba gozar la vida interior donde el mundo brilla desde la inconsciencia. Lo simple de los momentos felices de la vida los asumía un soñador definitivo y los expresaba con la sabiduría del pintor.

En 2007 y con su gran visión de profesor, se le ocurrió dejar su legado de 160 dibujos al nuevo Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Un tesoro que muestra años sus múltiples sentidos y los recorridos de su expresión.

Uno de los grandes colombianos abstractos del siglo XX, como  Negret o Ramírez Villamizar

Manuel Hernández hace parte de los grandes colombianos abstractos del siglo XX, como Edgar Negret o Eduardo Ramírez Villamizar. Se nos murió a los 19 días de celebrar sus 86 años en 2014 y nos dejó un legado elegante de un artista donde lo importante fue siempre la integridad humana. Por eso su ausencia nos dejó huérfanos.

El primero de octubre a las cinco de la mañana del 2007, Manuel Hernández entró a la eternidad. Nos dejó el mejor ejemplo de la dignidad humana y la franqueza de un hombre que buscó en el mundo abstracto de su pintura un alfabeto de signos que hablan -como el artista ruso Kandisky- el lenguaje de la espiritualidad. Un bello mundo que, por abstracto, requiere de la perseverancia de la búsqueda por un enorme ideal. Por eso el arte es y será siempre parte del empeño que se llama constancia en creer en lo propio, en la instancia íntima y profunda que necesita siempre y sin cansancio de una enorme fuerza interna.

 

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