El 10 de enero de 2025, se posesionó el polémico y cuestionado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, pese a los cuestionamientos que ha generado el proceso electoral en ese país, el que muchos tildan como el mayor fraude en la historia moderna en un país latinoamericano, Maduro se ciñó la banda presidencial rodeado de un séquito de funcionarios leales a su gobierno, líderes de Estados, y delegaciones diplomáticas afines a su concepción ideológica, o enviados especiales que no quieren poner en riesgos sus intereses con la dictadura venezolana.
Por su parte, la lideresa opositora María Corina Machado, fórmula de Edmundo González Urrutia, proclamado presidente de Venezuela, y reconocido por varios países, incluido los Estados Unidos, un día antes de la posesión de Maduro, invitaba al levantamiento del pueblo venezolano en medio de una caravana, y que posteriormente algunos medios de comunicación informaban sobre un supuesto secuestro que habría sufrido María Corina, por parte de los cuerpos de seguridad obedientes a la dictadura. Sin caer en la narrativa de quienes odian y quienes defienden al dictador, uno se pregunta. ¿Cómo una persona que dice ser perseguida por los cuerpos de seguridad de una dictadura, participa en un acto público en la capital de venezolana?
Luego de las publicaciones sobre un supuesto secuestro, y la persecución a su caravana de motorizados que la acompañaban, la líder opositora María Corina Machado, hacía su reaparición, vestida con suéter de capucha, anunciaba que se encontraba bien, y solo se le había extraviado su pequeño bolso azul. Las pequeñas concentraciones de venezolanos en varias ciudades del mundo, esperaban la entrada triunfal de Edmundo González a Venezuela, en Colombia esas concentraciones contaron con la participación de grandes personalidades en la esfera de la política nacional, tal fue el caso del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien en un discurso proponía la opción de una coalición militar, para deponer al dictador Maduro y a su círculo cercano del poder.
Los que piensan igual que el expresidente Álvaro Uribe, movido más por el odio hacia el dictador que por sus convicciones, no se detienen por un momento a reflexionar sobre las consecuencias no solo para el venezolano de a pie, sino para los colombianos, una intervención militar en el vecino país.
Aquí las afectaciones al intercambio comercial sería lo de menos, pensemos en la gran masa de venezolanos que cruzarían nuestras fronteras, el colapso de nuestros frágiles programas sociales y la incapacidad para enfrentar la emergencia, la crisis en la que entraría nuestro sistema de salud a la hora de atender el número de heridos, lo que inevitablemente llevaría al caos en nuestras redes de clínicas y hospitales, la inestabilidad fronteriza traería el aumento de todas las formas de violencia, tales como trata de personas, violaciones, asesinatos, atracos en trochas y en las calles de nuestros pueblos y ciudades, en fin los que piensan en una intervención para derrocar a Nicolas Maduro, no solo odian al dictador, de paso dejan ver su indolencia con los colombianos.
Con certeza, que los que sueñan en la combinación de tropas gringas, y latinoamericanas para deponer al dictador venezolano, ya tienen cómo terminar su vejez tranquila en sus propiedades en Europa o en los Estados Unidos, muy lejos de Colombia y de Venezuela.
Ya casi sepultado en los recuerdos del 10 de enero de 2025, hay quienes tienen sus esperanzas puestas en lo que puede ocurrir a partir del 20 de enero, día que toma posesión el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, primer mandatario convicto del país norteamericano, por lo que nos preguntaríamos, ¿cómo existen personas que odian al dictador Nicolás Maduro, pero aman al primer presidente culpable de cargos criminales en los Estados Unidos como lo es Donald Trump?
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