Los trabajadores queremos vivir mejor, y eso, pecado, no es
Opinión

Los trabajadores queremos vivir mejor, y eso, pecado, no es

Sindicatos y sindicalistas deben abandonar el dogmatismo y entender las nuevas realidades que hoy vivimos los trabajadores, debemos representar verdaderamente sus intereses o estaríamos condenados a desaparecer

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diciembre 25, 2018
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Una inmensa mayoría de los trabajadores en el país (y en el mundo) no parecen añorar la revolución comunista. Pero si quieren vivir bien, vivir mejor, ser reconocidos.

Cuando Carlos Marx y Federico Engels publicaron el Manifiesto Comunista, y en el momento en el que Marx, al fin, terminó el primer volumen de El Capital, un gran movimiento político, económico y social se estaba desatando. Si, un fantasma recorría Europa y nada fue igual después del surgimiento del socialismo y de las guerras mundiales.

Ni los trabajadores con sus sindicatos y partidos, ni los capitalistas con sus empresas, fortunas, brillantes académicos como Max Weber o sus políticos, se quedaron quietos. Gracias a revueltas, a huelgas y a la reacción que provocaron, países como Gran Bretaña, Alemania o Francia mejoraron sus instituciones, y la idea de estado de bienestar empezó a volverse realidad, en tanto el sufragio universal, la legalización de todos los partidos políticos y de los sindicatos, mejoró la vida de la mayoría y la incluyó en nuevos sistemas políticos reformados.

Partidos laboristas o socialdemócratas llegaron al poder en los países avanzados. Mientras, en los suburbios, se produjeron violentas revoluciones que también cambiaron el mundo. La idea de algunos marxistas, de que la revolución comenzaría en las sociedades en donde el proletariado estaba más avanzado no se cumplió y probablemente ya no es tiempo de que eso ocurra.

Thomas Piketty, un mencionado economista francés, aunque no sabemos qué tan leído, ha vuelto a demostrar teóricamente que el capitalismo produce siempre concentración de la riqueza y por lo tanto más desigualdad social. Para Piketty, la evolución del capitalismo conduce necesariamente a producir tensiones sociales, a dividir la sociedad de una manera drástica, injusta y en últimas insostenible. La última crisis sistémica iniciada en 2008 puede ser la prueba. Para el marxismo, esas tensiones sociales habrían de llevar necesariamente al fin del capitalismo. Eso también está todavía por verse.

Carlos Marx y sobre todo el empresario textil Federico Engels, conocieron al detalle las atroces condiciones de trabajo de la Europa de la joven revolución industrial. Algunas imágenes de lo que puede haber sido esa época las podemos ver en la reciente película “El joven Karl Marx”. Además de ese contexto social objetivo y difícil para los trabajadores, la cinta describe el tipo de personas que fueron Marx y Engels en su juventud. Dos personajes que contribuyeron a cambiar la historia de los trabajadores, de la economía y de la política y que, también ellos, supieron cambiar, crecer y evolucionar las ideas que profesaban.

Sin duda, para bien o para mal, sus ideas provocaron grandes cambios y por eso el marxismo no ha perdido vigencia. Sus desarrollos teóricos y metodológicos sobre la dialéctica, sobre el materialismo, sobre economía política aún son utilizados y abanderados por muchos que creemos en la lucha de clases. El internacionalismo, las crisis recurrentes del capitalismo, la socialización de las pérdidas y la privatización de las ganancias, la concentración de capitales en grandes empresas o la globalización, parecen conceptos recién salidos del horno pero datan de los tiempos de Marx.

Al mismo tiempo estos temas parecen lejanos de las vidas difíciles de los trabajadores, pero no pueden serlo para los dirigentes sindicales. Alberto Merlano Alcocer tenía razón cuando en 1991 dijo que las bases de trabajadores no están politizadas, más sí sus dirigentes y que para hacer política necesitábamos un pretexto laboral[1].

Lo hemos repetido en esta columna: la lucha sindical es una lucha política, porque sobre el mundo del trabajo hay diversas posiciones ideológicas en disputa, porque es un asunto que preocupa a toda la sociedad y afecta la vida de todos y todas, porque es un asunto de permanente debate público. Por eso nos toca usar ese “pretexto laboral” del que hablaba Merlano, para hacer política, para motivar a los trabajadores, para enseñarles lo necesaria que es siempre la movilización social, la lucha sindical, para involucrarlos a la lucha política.

 

 

La lucha sindical es una lucha política,
porque sobre el mundo del trabajo
hay diversas posiciones ideológicas en disputa

 

 

Claro, sabemos que los obreros del siglo XIX tienen poco que ver con los asalariados de hoy. Pero es cierto, que hoy hay mayor explotación laboral, gracias a los aumentos exponenciales de la productividad de los trabajadores, a la enorme riqueza que generamos y de la que se siguen apropiando los capitalistas. Y si bien es cierto aún existe y hasta crece, la precariedad o el trabajo infantil, eso lo podemos cambiar a través de las organizaciones sindicales y de la lucha política. Al fin y al cabo, la lucha sindical es una lucha contra la desigualdad social, es una lucha por la redistribución de la riqueza.

Muchos sindicatos y muchos sindicalistas deben abandonar el dogmatismo y entender las nuevas realidades que hoy vivimos los trabajadores. Debemos representar verdaderamente sus intereses, de lo contrario, estaríamos condenados a desaparecer. Hoy los trabajadores votan por gobiernos de derecha porque no tienen identidad de clase y el trabajo de ubicarlos políticamente, es de los dirigentes, no de los nuevos trabajadores que no tienen culpa de haber nacido en estas épocas. Tenemos que ganarnos su corazón y sus mentes, ser democráticos y horizontales, la verticalidad y la disciplina de perros se las llevó el tiempo. Pero también ellos se dan cuenta de que podrían vivir mejor y eso es lo que quieren. Eso no tiene nada de malo.

Si eso tan sencillo lo comprendiéramos los dirigentes sindicales estaríamos haciendo más y mejores cosas por los trabajadores del país (y del mundo). Nadie debe sindicalizar a un trabajador para hacerle su vida peor. El “todo o nada” no está dando resultados (creo que nunca los ha dado). Muchos sindicatos y sindicalistas se quedaron anclados a la guerra fría, sacrificando avances en los derechos de los trabajadores y desaprovechando la oportunidad de formarlos para la lucha política.

Marx fue ejemplo de cambio, de crecimiento y evolución, no como algunos sindicalistas burócratas de hoy. Ya lo dijo Christoph Driessen: “Marx fue todo menos un dogmático. (…) Seguramente participaría en los debates actuales con pasión, humor y polémica, tal como era su estilo. Y siempre con un cigarrillo en una mano y una copa de vino en la otra (…)”.

 

[1] MERLANO ALCOCER, Alberto. “Cultura organizacional y manejo del conflicto colectivo y social” en “Petróleo Presente y Futuro”. Universidad Javeriana. 1991. Pág. 258

Publicada originalmente el 3 de abril de 2018

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