Los profesores son los culpables de que los colombianos detesten los libros

Los profesores son los culpables de que los colombianos detesten los libros

Enfocados en convertir la lectura en una tortura, les enseñan a los niños a que no hay nada más aburridor que el Quijote. Diatriba contra los castradores mayores

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enero 28, 2022
Los profesores son los culpables de que los colombianos detesten los libros

Es difícil ser niño en Colombia. Hay que soportar un par de papás miserables, incultos, católicos, homofóbicos, racistas, arribistas, todas las virtudes pues que ya sabemos tiene el colombiano promedio. Además hay que ir al colegio. En el colegio hay profesores colombianos, mal pagados, endeudados, con hijos, con esposas que los odian. Tienen familias normales. Algunos saben que se jubilarán en esos colegios. Son burros cansados. No les interesa ser mejores. Ya llegaron a un pico y de ahí no crecerán más. Para ellos dar clases es un trabajo detestable. No quieren motivar a nadie a leer. Vampiros emocionales, quieren inocular sus frustraciones, su ignorancia, en la sangre de sus alumnos. Y lo logran. En eso si son un éxito.

Un colombiano lee al año 2,7 libros, la mitad de lo que hacen países igual de jodidos a nosotros pero con un poco de mejor educación como Chile y Argentina, cuyos habitantes leen cinco libros anuales. Es que con hambre y problemas es difícil leer. Entre más pobres menos leeremos. Es una serpiente que se muerde la cola. Pero, además, acá quieren pobres iletrados. Con amor, como Irene Vallejo nos trata en su libro El universo en un junco, se puede enseñar a un niño a volverse dependiente de los libros.

Una de las grandes invitadas a este Hay Festival, a sus 40 años, escribió no sólo el libro más importante en español en la post-pandemia sino una declaración de adoración a los libros. Una historia que arranca con Alejandro Magno quien, infectado de megalomanía, pensaba la mejor manera para no desaparecer de la Historia. Entendió que, aunque las pirámides son descomunales, la arena del desierto podría cubrir el legado de los faraones. En cambio un libro podría ser la llave a la eternidad. El gran proyecto de su vida fue La Biblioteca de Alejandría. Cada barco que llegara a su imperio debería pagar su entrada ofreciendo una montaña de libros. Designaba emisarios a Atenas para comprar, a veces a la brava, tratados de Platón o tragedias de Esquilo. Una historia de 2.500 años que, a pesar de la radio, el cine, la televisión y el Kindle, ha vencido todas las leyendas negras y pesimistas de su desaparición. Como dice la propia Vallejo, si un hombre de hace mil años viajara hasta nuestra era todo lo parecería extraño, menos los libros.

En un país realmente preocupado por la educación, porque sus niños aprendan lo divertido que es leer, El universo en un junco sería un libro de texto de primera necesidad, pero como bajo el nombre de Español se camufla una de las materias más castradoras y frustrantes que uno puede experimentar en esa maldita cámara de gas que es un salón de clases. En ese lugar infecto los profesores, que jamás han leído al Quijote, le hacen creer a uno que sus 1.200 páginas son un manual de gramática escrito hace 520 años. Como no saben de lo que hablan ignoran lo divertido que puede ser ver al Quijote liberando a galeotes creyendo que eran cautivos de un rey malvado y no los peores delincuentes de España. No saben que todo lo que se debe saber de política está en la semana en la que Sancho, deliciosamente engañado por el Duque y la Duquesa, le hacen pensar que es el gobernante de la isla de Baratavia. Jamás le dirán a los muchachos que El Quijote, como El Ulises, son libros vulgares, hechos por genios que estaban lejos de vivir en una puta Torre de Marfil sino hijos de vecinos muy cercanos a sus prójimos, que tenían conecte con la gente, con las calles.

El profesor se convierte en una especie de Jorge de Burgos, el villano de El nombre de la rosa, que unta de potente de veneno los libros prohibidos, los que generan gozo, para que todo aquel que se acerca muera entre putrefactas arcadas. Por eso, tartufos, dejen ya de mandarle a los pelados a leer Lazarillo de tormes, La María, La vorágine, La Celestina, sintonícenlos con sus intereses, establezcan puentes con la sabiduría que para eso se les paga.

Si usted es papá y quiere prenderle la fiebre de los libros a su hijos, no lo piensen dos veces, lean El universo en un junco y cuénteles, por ejemplo, la hisotira de como el Vesubio acabó con Pompeya y de paso la preservó, háblenles de la biblioteca que descubrieron intacta entre la lava volcánica y que está a punto de rescatarse volviendo a la vida clásicos perdidos. Aprendan a hablarle a sus hijos sobre las libros con pasión, cuénteles que es un viaje a la aventura, a universos desconocidos. Que nada está mal si estamos cobijados en la narración de un libro hermoso.

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