Los pobres también tienen la culpa

Los pobres también tienen la culpa

Muchos de ellos son los que votan una y otra vez por líderes que de pueblo solo conocen la manera en que se crea la ambrosía de las masas, la demagogia

Por: Ariel Alberto Quiroga Vides
abril 23, 2020
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Los pobres también tienen la culpa
Foto: Twitter @Registraduria

Es paradójico que la mayoría de personas que en Colombia que viven del comercio informal —es decir, del rebusque— sean en su grueso aquellas que componen la masa electoral de gobiernos tan parecidos en temas económicos en los últimos veinte años.

Uno no entiende cómo un vendedor de frutas —de esos que se pasean por la Carrera Quinta de Santa Marta, con sudor en la sien, con la guayabera tierra-santera pegada al espinazo y el temor casi paralizante de que por cualquier esquina se aparezca el paga diarios sobre su moto bóxer— pueda votar por Uribe, Santos o Duque, líderes que de pueblo solo conocen la manera en que se crea la ambrosía de las masas, la demagogia.

En ocasiones que veo a muchos compatriotas de las clases pobres y trabajadoras —como mis padres— sufriendo vejámenes solo comparables a los flagelos que padecerían en países como Haití o Rwanda, en esa nación desértica y llevada por la malparidez de la ignorancia denominada La Guajira, o en aquel lugar africano enclavado en el pacífico sudamericano, que parece sacado de un campo de refugiados de Senegal, cuyo nombre es Chocó. Me digo a mí mismo, en un acto inmoral y desalmado pero nunca incierto, “la verdad se merecen lo que tienen”.

Hace un par de días, un humilde vendedor ambulante de la ciudad de Santa Marta se suicidó, aparentemente por la actual situación. Después de un cuarto intento por salir a vender su producto por las calles de la ciudad, la Policía lo detuvo, le incautó su capital de trabajo y lo llevó a la Unidad de Respuesta Inmediata de la Fiscalía (URI). Posteriormente fue liberado, después de ir a una circense y patética audiencia ante un juez de control de garantías, que no tuvo de otra que ordenar su libertad, pues a un operador de justicia, con un mínimo de derecho natural en su alma, le debe parecer engorroso ponerse su toga para judicializar a un señor que lo único que hizo fue salir a vender mercancías legales para calmarle el lloriqueo estomacal a sus hijos.

El sujeto del que hablo en el párrafo anterior, presumiblemente, después de constatar que era inútil trabajar tranquilo y llevar el pan a su casa porque las autoridades no se lo permitían, decidió acabar con su vida y seguramente acallar los quejidos y llantos de sus hijos por la pura y física hambre que sentían; lamentaciones que cesaron no porque se saciaran de alimentos, sino porque los oídos del vendedor ambulante nunca escucharían más desgracias de un país desigual e injusto que gentes incautas como él habían ayudado a construir con su voto en vida —y conociendo las malas mañas del uribismo, el liberalismo, el conservadurismo y en sí todas las maquinarias que siempre han gobernado, seguramente también contribuiría con la decadencia nacional en muerte, porque, recuerden, en el país del Ñeñe los muertos votan—.

Seguramente, muchos que pelean por la noble causa de dignificar a las mayorías me criticaran y dirán que soy un desalmado e hipócrita, que mi queja no tiene asidero moral, pues solo soy un pequeño burgués que vive en El Rodadero, un clasemediero arribista que hasta hace un par de años vivía en el arrabal y ahora pretende codearse con los pupis de Santa Marta. Ante tales ataques de unicornios, solo diré MVM, al mejor estilo del ahora liberal y desvirgado padre Alberto Linero.

Sin embargo, aquellos líderes sociales que llevan a sus defendidos como eternas víctimas del sistema, sin hacerles ver que la dosis de realidad fecalizada que se comen a diario, también son creación de los más pobres del país; son como el padre que sabe que su hijo es un holgazán desde la infancia, pero lo cría sin reprensión, hasta que un buen día, en la más alta dosis de ignorancia personal, el posterior adulto sale en un video de Iván Duque diciendo que ese candidato no subirá los impuesto y otros engaños del uribismo.

En este país no solo podemos atacar a los políticos tradicionales, a las elites financieras y algunas elites feudales de las regiones, también hay que culpar al pueblo por la torpe decisión de escoger una y otra vez a Barrabás, porque al final, mientras tengamos el débil andamio de la democracia, podemos cada cuatro años escoger a quienes nos gobiernan. Hay que ser muy pendejo y desubicado para siempre preferir a los mismos, que aunque señalen con argucias que la izquierda nos convertirá en Venezuela, ellos, la derecha que gobierna desde que somos república, nunca nos ha convertido en Suiza o Japón, sino primero en un paisucho endeudado con Inglaterra, después en la finca de banano de los Estados Unidos y ahora en una mina barata a cielo abierto para las multinacionales.  Pero “hasta que el pueblo quiera”.

Como dice Wally, para terminar, les coloco un reto, no sean como Jessi Uribe: lean, estudien, verifiquen todas las fuentes posibles y, por favor, no vean novelas.

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