Los pecados del Raizal

Los pecados del Raizal

"El desconocimiento de esta identidad tiene sumida a la isla de San Andrés en una crisis de cultura propia"

Por: Edna Rueda
mayo 18, 2016
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Los pecados del Raizal

Así me siento, casi siempre. Digo "casi", porque cada tanto alguien desconoce la historia que construyeron mis antepasados y basándose en mi primer apellido desconoce de un tajo que yo soy descendiente de una princesa misquito ( ¿Y qué hay más raizal que un misquito? Nada). Me siento raizal, aunque el término no logra mi simpatía completa, y no entiendo quién dejó que se impusiera un término hispánico para definir a un grupo que se siente tan anglosajón. Luego me pregunto por qué no somos “The Roothians”. Entiendo que por una de esas ironías que hace con los humanos la historia, admitir per se el término “raizal”, que viene de raíz, es consentir que la hispanidad nos cruza, incluso a la hora de precisar el nombre mismo con el que queremos llamarnos.

Más allá de la palabra -y poco queda para el humano más allá de la palabra- ser raizal no es garantía de nada. Ni de ser negro, ni de ser bautista, de tener un apellido en inglés, ni de hablar creole, ni de saber pescar, ni siquiera de saber nadar. Pareciera que la definición misma que nos agrupa, nos excluye a todos en una “check list” estricta y paradójica. Y como el pecado mismo es exclusión de la gracia, me atrevo a pensar –imagínese mi desacato a la norma, me atrevo a pensar- que los raizales tenemos ganados algunos pecados.

El primero es ese mismo. La falta de definición; el uso aleatorio de términos que no podemos transpolar a ninguna conversación académica sin desatar una serie de risas condescendientes. Por ejemplo no somos tribales. Tribal viene de tribu. La tribu necesita castas, religión propia, iconografía, grupo étnico definido, y más allá de la evidente afrodescendencia, los isleños no nos sentimos unos “negros cualquiera”. Pensamos que somos especiales porque nos esclavizaron en inglés, y en una visión cinematográfica de ese hecho, nos ponemos en un nivel de superioridad frente a los esclavizados en español, francés o portugués. No somos más indígenas que los negros cubanos, o los de Haití, no tenemos más derecho al territorio que el de un niño en Mississippi, tiene a Mississippi.

Esas ideas nos las comimos completas, pensando en el abrumador ingreso de recursos y atención extranjera para fomentar la “diferencia”. ¿Y diferencia de qué? Si no nos hemos definido. A no es diferente de B hasta que no se sepa qué es A.

No sabemos de cuales negros vinimos: pudieron ser nigerianos, pudieron ser somalíes, pudieron ser negros conversos en el camino. No sabemos de cuál de las mil Áfricas somos ¿Cómo vamos a imitar costumbres que no conocemos?. Me preocupa que en vez de hacer una imitación respetuosa, estemos caricaturizando la “africanidad”.

Tan poco nos conocemos que no sabemos por ejemplo por qué marchamos: Nosotros no marchamos el veinte de julio por una lealtad frívola a la colombianidad. Marchamos porque el tambor lo tenemos tan a flor de piel, porque la restricción que impuso el inglés es redimida con cada batutero. Somos negros señores, a pesar de cada coacción.

El segundo pecado -el más doloroso- es la idea “esclavista” de ver nuestra condición como una discapacidad y no como una ventaja. Yo no quiero subsidios porque los subsidios son para los que se encuentran en minusvalía, y ser hija de quien soy no es una desventaja. Yo no necesito que las universidades bajen sus requerimientos cuando marco que soy de esta isla. Yo no necesito que me suban un punto por ser quien soy. Yo fui criada con una idea que no se me agota: “Eres de la línea de una princesa, eres hija de personas que fueron esclavizados, no de esclavos, eres hija de judíos no de parias”.

No sé cuándo paso, no sé cuándo todos empezaron a pedir se vistos con lástima y a reclamar favores. No niego la historia -nadie lo hace-, pero estoy convencida que puedo revertir cualquier hecho pasado y que nadie puede detener aquello que yo he marcado como mi meta. Es así como fui criada, como isleña; Las isleñas vemos de frente huracanes, pero estos no nos mueven sino que se corren ellos. Así era mi abuela, así y solo así. Sin turbante, pero invencible.

Mea culpa. Alguna vez los he cometido ambos pecados. Mi desconocimiento sobre mi identidad lo he escondido con gritos de alharaca. Estoy en el proceso de arrepentimiento de mis pecados. Inicio la contrición y el propósito de enmienda.

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