Los no deseados
Opinión

Los no deseados

La delgada línea entre el hijo deseado y el no deseado es tan fuerte como esos cordeles invisibles pero capaces de degollar cualquier ilusión por muy cuello Mike Tyson que sea

Por:
octubre 06, 2018
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Usted que está leyendo esta columna porque le llegó a importunarle su remanso de quietud de terrícola convencido, de humano victorioso –después de esa ardua lucha entre millones de espermatozoides- y de convicto cristiano pagando una pena ajena en este purgatorio llamado tiempos modernos. Seguramente puede ser o no ser, uno de los tantos de miles de millones de semejantes a los cuales, nadie ni nada apostaban porque usted apareciera, y con su grito caótico y fundacional, a estrenar una vida porque le tocó o porque estaba predestinado en las circunstancias biológicas y emocionales que se conjugaron para fecundarlo.

Es decir, somos un ejército (o una horda) de humanos paridos entre el dilema de los deseos y los no deseos. Entre eso que llaman los expertos de dos maneras: hijos planificados y embarazos no deseados.

Creo que las cifras de los segundos soldados son menores en estos tiempos –y quizá antes eran más cuando las fecundas féminas estaban menos educadas y eran presas fáciles de los viriles machos prepotentes y vulgares- pero las alarmas que prenden los medios de comunicación, hacen ver al fenómeno desde la sombra del miedo y el escándalo que produce cualquier psicópata –seguramente también un “no deseado”- desenfrenado que comete múltiples crímenes contra niños indefensos.

Si media humanidad o más parte de su condición de “no deseada”, de por sí eso implicaría un desajuste emocional entre quienes son aceptados desde lo familiar o son soportados desde ese mismo espacio porque sí, porque no había otra, porque falló el método de control natal, porque se rompió el condón, porque abusaron, porque la violaron, porque fue producto del engaño solapado, porque la culpa le rondaba por su cabeza al momento de decir sí interrumpo o no interrumpo el embarazo.

Pasado un tiempo nos encariñamos con la criatura y comenzamos a aceptarla, a amarla, le ponemos nombre y pertenencia, “es un regalo de Dios”, compramos ropitas y demás carajadas; el apego aparece y lo bautizamos “amor” y se nos crece en un abrir y cerrar de ojos: “esos locos bajitos que se incorporan” al decir de Serrat.

¿Cómo diablos hace uno para reponerse de esa crueldad de la vida? Parirlo a uno en medio de la azarosa quietud de la irresponsabilidad de dos biologías encontradas y a partir de ahí, desencadenarse una sociabilidad que lo maldice y uno nunca termina por enterarse.

Quizá por esos somos un Frankenstein domesticado por las circunstancia del no deseado pero después adorado, por algo viniste al mundo, o por lo menos por tu culpa estamos juntos y revueltos… y ya que vamos a hacer.

Alegraos entonces si usted apreciado lector es “un deseado”, un hijo planificado, fruto del amor, de la esperanza y de la redención divina que vino a posarse en medio de la fecundidad del campo de su madre. Eso ya de por sí es un parte de victoria en este ciego mundo de derrotas.

 

La falta de lo que sea en media humanidad hace que la otra
–que vino con todos los juguetes-
se encargue de juzgarlo y de imponerle sus cánones de felicidad

 

La falta de lo que sea en media humanidad hace que la otra –que vino con todos los juguetes- se encargue de juzgarlo y de imponerle sus cánones de felicidad. Modelos hechos a otra medida y que usted o yo debemos usar de manera incómoda durante toda la vida.

La delgada línea entre el hijo deseado y el no deseado es tan fuerte como esos cordeles que son invisibles pero capaces de degollar cualquier ilusión por muy cuello Mike Tyson que sea. Parece una tontería, pero parte de lo que somos de intolerantes o creativos, serenos o dispersos, furiosos o idiotas; depende también  de que tantos la naturaleza humana y sus latigazos de aceptación o desprecio se quedan en uno desde que la breve y larga lucha entre millones de células con colitas de renacuajo iban tras un nido de óvulos engreídos que esperaban piernas arriba.

Coda: después de todo nací en enero y me fecundaron en abril, pero no he visto fotos del matrimonio de mis padres…

Somos un Frankenstein domesticado por las circunstancia del no deseado pero después adorado. Foto: Pixabay

 

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