Las peripecias del Jazz Latino (VI)
Opinión

Las peripecias del Jazz Latino (VI)

Noticias de la otra orilla

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octubre 06, 2018
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Eventos y procesos culturales como el rock, la salsa, el dilema de si el son se había ido de Cuba o no, entre otros ítems de la agitada vida de los años setenta, no fueron nunca obstáculo para que el mundo se quedara literalmente boquiabierto ante el estallido de energía, la fuerza creativa y el poder innovativo y experimental de un grupo cubano como Irakere, que revolucionó sin atenuantes el concepto de jazz latino, en un formato sin antecedentes. Por una parte, contaba con un maestro en cada instrumento, comandados por el virtuosismo de un pianista de la talla de Chucho Valdés.  Por otra parte, Irakere asumía con gran seriedad y acierto una importante línea investigativa acerca del mundo cultural y religioso netamente afrocubano.

El punto es que dada su tremenda importancia, la gran escuela de Irakere bien puede ser considerada como el fenómeno musical del jazz latino de todos los setenta, especialmente porque revoluciona literalmente la concepción sonora y los procedimientos jazzísticos con los que asume los expedientes afrocubanos, latinos en el sentido clásico, e inclusive la influencia clásica europea, así como los elementos del jazz contemporáneo, con sus recursos interalusivos, intertextuales y paródicos, que hasta ahí el jazz latino no había asumido  con todas sus consecuencias.  No olvidemos que dos de los músicos más  importantes de ese colectivo cubano: Paquito D’ Rivera y Arturo Sandoval, en ese momento son la encarnación de la gran influencia estilística de dos figuras grandes del Be Bop: Dizzy Gillespie y Charlie Parker. Y todos ellos, a su vez tenían la marca histórica del lenguaje orquestal de la Orquesta Cubana de Música Moderna, que había sido sin duda la banda más importante de los sesenta en Cuba.

 

 Edie Palmieri en los 80 logra trabajos ciertamente memorables. Foto: Wikipedia

 

Otra gran figura de esos años es, desde luego, Edie Palmieri, que viene de un largo aprendizaje en los años sesenta en los ritmos latinos que llegarían a ser la salsa, en compañía de su hermano Charlie, pianista y organista de gran importancia, y en algunos intentos de jazz latino con la Orquesta del gran Tito Rodríguez, experiencia que lo lanza al estudio de los grandes pianistas de jazz como Bud Powel y Thelonious Monk, y que le sirve para jalonar en los setenta un interesante movimiento de experimentación, alejado del estigma de lo comercial, que le depara frutos extraordinarios, más tarde, en los 80, con trabajos ciertamente memorables.

 Tito Puente, una leyenda desde los 50, con la rumba y el mambo

 

Tito Puente, por su parte, que hunde las raíces y las razones de su merecida grandeza en unos inicios y una madurez que son justificada leyenda, es un nombre conocido desde los años 50 con la rumba y el mambo, como obligado alternante de Machito en los grandes salones neoyorkinos, y compartiendo escena con grandes nombres del jazz, logra triunfos como percusionista y vibrafonista, con arreglos propios y ajenos de indudable factura de jazz latino.  Uno piensa en casos como el tema Repetition de Charlie Parker, con su orquesta y teniendo como invitado al saxofonista Phill Woods.

Por su parte, otro grande que tiene también creados sus propios elementos para la leyenda es Ramón Mongo Santamaría, cubano de nacimiento pero integrado al mundo del jazz, no solo latino sino contemporáneo, al igual que Tito Puente, desde comienzos de los años 50, como solicitado side man  de importante músicos de jazz.  Pero es indudable que es también a mediados de los años setenta cuando Mongo Santamaría madura un lenguaje distintivo y crea piezas memorables al frente de sus propias formaciones, no solo en discos editados sino en vivo en los más importantes escenarios del jazz internacional.

Intentando ampliar el espectro de la temática y de los elementos organológicos del jazz latino, más allá de lo afrocubano y de lo brasilero, en los mismos años setentas empieza a mostrar un trabajo diferente el músico argentino Leandro Gato Barbieri, que venía de un aprendizaje y de una experiencia experimental en el campo del free jazz, sumamente interesante, al lado de músicos como Don Cherry, Sun Ra y Dollar Brand, para adoptar luego motivos y sonidos de los andes bolivianos y de sus instrumentos típicos, y ponerlos en función jazzística con una forma muy personal de arreglar y de improvisar en el tenor. Lástima su defección hacía una línea comercial ciertamente deleznable en sus últimos años.

 

 

Los años setenta en el campo del latin jazz tienen también una pequeña e interesante historia ligada a Colombia, que si bien no es todavía lo suficientemente conocido no deja de tener su importancia.  Se trata del trabajo Cumbia & Jazz Fusión del gran bajista norteamericano Charle Mingus, de la que hemos hablado ya en esta columna a raíz de la celebración de los 40 años de haber sido grabada, y de haber sido incluida en la programación 2018 de Jazz al Parque, a cargo de un colectivo de músicos del Caribe colombiano.

 

 

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