Los docentes tejemos la esperanza...

Los docentes tejemos la esperanza...

Homenaje a una etnoeducadora del resguardo embera chami de Sevilla, Valle del Cauca

Por: Harold Hernán Marín Fernández
febrero 15, 2021
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Los docentes tejemos la esperanza...
Foto: Jose Montoya - CC BY-SA 4.0

El camino a la escuela es un trayecto a la inversa del tiempo, es por de pronto cogerle la contravía al destino y decirle en los hechos un solapado a la lógica, aún más cuando de tramo a tramo te envolatan las palabras en una cascada musical ininteligible que a veces invita a esputo o carcajada. Desde la primera vez no alcancé a saber tal vez y para nunca, si se reían conmigo, de mí o para mí, si me celebraban o les invitaba a una “blanca lavada” caída de más, de improviso, aún y ligeramente más teñida o desteñida que algotras tantas de ayer, tantas otras quienes a ellos les abordaron o trataron de hacerlo con algún ingenio. Lo que yo sí supe, desde el principio, es que en sus tejidos hermosos se urdía la vida y yo podía ayudar a bordarla con ellos…

La urdimbre de los embera chami, hoy lo digo sin reparo, me salvó de mí misma, esa ruta reticular de infinitas vías en donde el color se imprimía en sentido con el otro, compartida la palabra —canal— tejido en certezas: el punto aquí, el doblez acá, llegar al eslabón próximo o posible, a la cadena convenida, encontrarse en esta la malla provocadoramente tejida en el encanto de una pieza terminada, nos dejaba la sensación del triunfo sobre el desorden y el caos, y nos proponía la dulzura de la vida, la explosión de sensaciones ciertas, inacabadas; en esas sesiones de las tardes a partir del comentario compartido, nos íbamos trazando las rutas de los sueños traídos, míos, o del mito ajeno y el cuento con el otro, el de ellos; cruzamos los duelos y demonios, colocándolos palmo a palmo al borde de la risa y visitamos a la angustia su hermana contigua y nos permitimos el horror a trancos y así como sorbimos la luz del azul, nos empapamos también en el negro que nos resalta la lumbre del sol en la mañana, al percibir en amarillos el calor, solo y porque apenas nos abandona el frío azul-gris después de su despunte. Los tejidos que se urden en la comunión del kiosco comunal cuentan las historias de los sueños, de los deseos, denuncian las cosas que están o se quieren, son a veces un paisaje sobrenatural que redibuja la realidad básica del día a día.

Ahora me muevo en dos mundos, uno que leo y está en mis libros de texto, otro que está en el dulce de la risa, en esa lengua de ellos apenas entendible de la que perfilo algunos significados, y ahora sé que se ríen conmigo y para mí, ahora sé que los leo conmigo, que me leen a mí, ente difuso que poco a poco ha asumido la forma que esperábamos; nos escribimos en el abrazo, en la conciencia si no certera, cercana de lo que esperamos del otro. Ya no seré devorada, temor primero, a no ser por la vorágine apenas comprensible de la selva que les crece entre sus manos, por los trazos que componemos juntos sin esa sensación de la pérdida o el desencuentro… ahora sé lo inevitable, que los caminos tal vez no se acaban, como en la selva solo se renuevan; visité a la luna y encontré a un fauno entre pelotas y bajé el sol al torso de una niña, lo dejé allí plasmado y ahora tengo unas eternas felicidades que cuidarán mi vejez desde la lumbre de las fotos… ahora, por fin, estoy empezando a ser maestra.

Como en cada año que se me suma o se me resta, he dejado en lágrimas unos párvulos crecidos que transitan —no todos— el bachillerato, los que de seguro encontrarán explicaciones argumentadas de los fenómenos de la física y la química, sesudos axiomas matemáticos y profundas filosofías; su chispa se irá extinguiendo o creciendo según los vientos proferidos por sus nuevos maestros y maestras, más grandes, más sabios, los que demandaran las respuestas concretas; mas de las formas de las risas, de los sobresaltos de los encuentros diarios, de ese desparpajo que se hizo en el calor del amor, de aquella compañía maestra primera que con su juego de los años pequeñitos los llevó por los pasillos de su infancia y les propinó los sueños de los cuentos, patrocinando el enjundio y uno que otro disparate siempre, espero, les brote en su recuerdo, la fuerza de esa vida que caminamos paso a paso... y como siempre cada año, recibo esas lánguidas sombritas a las que debo descubrirles el fuego y decirles que la verdad es posible y el amor también y la vida es hermosa, aunque la realidad les grite en la cara que tan posible es el odio, la amargura y la violencia.

Les compondré en una pieza de un rincón del cuartito del salón, en medio del rebrujo y el papel sobrante, un lugarcito donde la poesía se crece y rebrote la sonrisa, me descubriré una peluca un día y atraparé una luciérnaga en un tarro, haré cada cosa, invocaré cada sortilegio, dispondré cada subterfugio blanco e inocuo, me haré posible el serles cierta siempre. No descansaré hasta iluminar sus rostritos y permitirme serles imprescindible, serles hogar, fiesta diaria y alegría que nos cure juntos, porque esto y todo lo demás también es ser maestra de escuela pública oficial de mi Colombia. Maestra, siempre maestra.

* Un homenaje, como deben ser los homenajes, en vida, a una señora maestra, etnoeducadora del resguardo embera chami de Sevilla Valle del Cauca (2018), viva y en ejercicio con ese amor de maestra de escuela entregado a nuestras clases desfavorecidas.

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