Los del milenio
Opinión

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Un Milenial no echa raíces en una empresa, no busca trabajos “normales”, como el emprendimiento de turismo de deportes extremos en parques naturales que chocó con el muro de los corruptos

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febrero 27, 2018
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Desde hace tiempo se viene tratando de categorizar a las distintas generaciones de personas que van ingresando a la edad adulta, buscando atributos comunes que los puedan definir, a ellos y a la época en la que irrumpen en la vida social.

Buscando en internet, la herramienta y arma de la nueva generación, encontramos la siguiente definición diferenciadora de lo que es un Milenial: es aquel tipo de persona que llegó a su etapa adulta después del año 2000, es decir, con el cambio de siglo, y que en conjunto, posee características particulares, tales como por ejemplo: una personalidad de descontento y amor por la tecnología, por otra parte, las edades de los Millennial rondan entre los 15 y 29 años, también son conocidos como los hijos de la generación del Baby Boom, y la generación Y.

Mucho se ha investigado y escrito acerca de esta nueva generación ultratecnológica. A los psicólogos les preocupa su apetito por lo que denominan la gratificación instantánea, que no es más que el deseo desmedido por obtener todo ya, sin esperar a merecerlo y mucho menos a trabajar por conseguir lo que desean. Un Milenial no estará dispuesto a laborar 25 o 30 años en una empresa, como hicieron sus padres y abuelos, con la esperanza de tener una pensión más o menos digna o pagar la hipoteca de una casa. No. Muchos de ellos quieren casa, carro, apartamento en el extranjero y una abultada cuenta bancaria (o en cripto monedas) antes de llegar a la edad en la cual deciden poner fin a su prolongada adolescencia. En los casos extremos, que no son infrecuentes,  si en cuatro o seis meses no logran sus objetivos, consideran que simplemente no vale la pena insistir y buscan otro trabajo o actividad que los emocione.

Un Milenial no busca echar raíces en una empresa, no busca trabajos “normales”, de esos en los que hay que cumplir con un horario, con cierto tipo de vestimenta y hacer parte de un equipo orientado a logros comunes. La tecnología, el trabajo remoto y la individualidad son sus mantras; como también lo es el absoluto desprecio por la norma y por la autoridad.

 

Su apetito por lo que denominan la gratificación instantánea,
 es el deseo desmedido por obtener todo ya,
sin esperar a merecerlo y menos a trabajar por conseguirlo

 

Hasta acá el cliché, el estereotipo. Existe sin embargo una característica más peligrosa de esta nueva generación, la cual no debe ser confundida con el espíritu rebelde y contestatario que caracterizó al movimiento hippie de los años sesenta y parte de los setenta, como dan cuenta las películas y fotos de jóvenes drogados quemando sus documentos de identidad y su ropa interior, o protestando contra las numerosas guerras de la época (casi todas en África o en el Lejano Oriente). La mayoría de estas personas regresaron al estilo de vida de sus padres cuando llegaron a la edad adulta, o se apartaron de la sociedad para vivir su proyecto un tanto utópico.

Recientemente tuve la oportunidad de compartir dos extenuantes días con un joven de 25 años, apasionado como corresponde a su edad por la realización de actividades deportivas de alto riesgo. Lo que comenzó como un pasatiempo, ahora es un próspero negocio, impulsado cómo no por herramientas como Instagram, las cuales le han permitido hacer conocer sus servicios y contactar a personas de todo el mundo, quienes ahora viajan a nuestro país a compartir la pasión por los deportes extremos.

Hasta ahí, parecería una historia normal de emprendimiento exitoso. Lo que sigue también resulta lamentablemente normal, ya que como su actividad se realiza parcialmente en algunos de los abandonados parques nacionales, las autoridades respectivas salieron de su letargo no para ayudar, sino para pedir dinero porque sí; es decir, a cambio de permitirle circular por la zona. No ofrecieron apoyo, no ofrecieron guía ni soporte. Solo tarifas en dinero determinadas desde algún frío despacho burocrático en otra galaxia llamada Bogotá, tan lejos de la realidad de la zona como indiferentes a su suerte.

La reacción de este milenial, como era de esperarse, correspondió al talante de la generación a la que pertenece y abre la puerta al aterrador abismo que han creado nuestros ineptos, insensibles y corruptos gobernantes.

“Yo soy el único que está haciendo turismo sostenible en esta región”, dijo. “Yo soy el único que está trayendo proyectos productivos a las comunidades de la zona”, agregó. “y mientras esos hp no me merezcan respeto, no les voy ni a obedecer ni a pagar nada por lo que estoy haciendo. Ellos verán si son capaces de sacarme de aquí”, sentenció.

Las frases airadas pero cargadas de verdad son la manifestación de lo que nos espera. Por culpa de la gula y la miopía de un puñado de sinvergüenzas dedicados a meter la manos en todos los bolsillos del presupuesto de la Nación, nuestro país se está desinstitucionalizando. Estas personas no son rebeldes sin causa, su reacción no es más que el producto del descaro con el que se ha saqueado a nuestro país desde la izquierda y la derecha, nombrando a personas sin mérito para cargos de suma importancia; produciendo ese enorme daño colateral de la pérdida de confianza, y de respeto, en las instituciones.

No es criticándolos como vamos a entender a esta nueva generación. Es criticándonos y aceptando que si no enderezamos el camino de autodestrucción, ellos tomarán el suyo por fuera de las instituciones.

 

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