El derecho es la ficción más civilizada que tenemos. La justicia imparcial y objetiva, basada en los hechos, los procedimientos y las normas, es un ideal que perseguimos, aunque sepamos que no siempre lo alcanzamos. Queremos creer que el derecho no hereda nuestros vicios sociales ni nuestros sesgos humanos. Ansiamos jueces racionales, ajenos a pasiones o intereses, pero el mundo no funciona así.
Cuando el poder llega al banquillo
Los juicios contra hombres poderosos nunca son simples. No son cortos, ni fáciles, ni ajenos a la controversia. En ellos se cruzan la política, los intereses y los egos. Investigar y condenar a quienes alguna vez definieron las reglas del juego siempre será un desafío para cualquier Estado de Derecho.
Ejemplos sobran: Augusto Pinochet en Chile, Jorge Rafael Videla en Argentina, Alberto Fujimori en Perú, Donald Trump en Estados Unidos o Rodrigo Duterte en Filipinas. En todos los casos, los procesos judiciales fueron largos, llenos de recursos, dilaciones y tensiones entre lo político y lo jurídico.
El caso colombiano
En Colombia, el caso del expresidente Álvaro Uribe Vélez es quizá el ejemplo más claro de esa tensión. Su proceso ha pasado por diferentes jueces, instancias y recursos. Actualmente está en manos de la Corte Suprema de Justicia, que deberá decidir sobre el recurso de casación presentado por las víctimas, entre ellas el senador Iván Cepeda.
El sistema jurídico colombiano, garantista por naturaleza, permite que los casos se extiendan por años. Sea cual sea el fallo de la Corte, el debate continuará, y no faltarán las presiones políticas o las propuestas legislativas para reinterpretar sus efectos.
La verdad judicial y la verdad real
El derecho, como toda construcción humana, distingue entre la “verdad real” y la “verdad judicial”: una se refiere a lo que ocurrió, y la otra, a lo que puede probarse. En ese espacio de ambigüedad se define el destino de muchos poderosos.
Las decisiones judiciales sobre Uribe han sido múltiples y complejas. Algunas lo han favorecido; otras, no tanto. Lo cierto es que su legado político sigue dividiendo al país y que su nombre permanece en el centro de las tensiones entre justicia y poder.
Una historia que se repite
La historia latinoamericana está llena de líderes que enfrentaron la justicia sin que esta lograra cerrarle del todo las puertas de la impunidad. Francisco Franco en España, Rafael Trujillo en República Dominicana o Alfredo Stroessner en Paraguay murieron sin condenas judiciales efectivas.
Cuando el poder político se entrelaza con el judicial, la frontera entre justicia y ficción se difumina. El derecho intenta ser imparcial, pero el poder siempre busca torcer su balanza. Esa es quizá la paradoja más antigua —y más humana— de la justicia.
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