La política perdió su esencia. Los pueblos y sus logros están siendo sepultados por el egoísmo, la codicia y las luchas estériles entre personas que ya no parecen pertenecer a la misma especie: el homo sapiens. Seremos una humanidad poblada por multitudes sin esperanza, porque al fallarnos el faro del diálogo y la política como instrumento, chocaremos contra la roca de la barbarie.
El poder actual no admite competencia, aunque la idea nueva sea mejor. Surge así una nueva ceguera: vemos, pero no creemos lo que vemos. Y una nueva estupidez: negar la realidad. Lo más triste es que este mal parece universal. Pero si bajamos la mirada, hablemos de lo local.
El desencanto político
Ya no hacemos política por ideales ni por amor a una causa. Los políticos se volvieron veletas al viento del interés personal. Su única bandera es el signo peso. César Gaviria y su Partido Liberal son ejemplo de ello: una minoría de privilegiados maneja a la gran mayoría de liberales que alguna vez creyeron en la justicia social.
En un país donde la política se ha vuelto sinrazón, urge un cambio por el bien común. No podemos seguir hablando de partidos cuando todos pervirtieron sus ideologías. Hoy su lema parece ser: “manejemos esto un rato y consigamos lo nuestro rápido”.
El progresismo y la resistencia al cambio
El progresismo, en cabeza de Gustavo Petro, busca un cambio de fondo, no una revolución destructiva. Su apuesta es evolucionar hacia una sociedad más equitativa, donde el trabajo y el capital convivan con justicia. Sin embargo, la derecha, aferrada a dos siglos de poder, se resiste a ceder espacio.
Petro ha dejado claro que sin ricos no hay empleo y sin trabajo no hay riqueza. Su meta no es igualarnos, sino reducir la desigualdad. Pero muchos prefieren caricaturizar su propuesta antes que permitir que las reformas avancen.
El campo, la tierra y la redistribución
Colombia es una nación con vocación rural. La redistribución de la tierra es clave para activar la economía. La derecha acaparó las tierras y empujó a los campesinos hacia los tugurios urbanos. Petro busca revertir ese modelo, apostando por un desarrollo que incluya a todos los sectores.
El verdadero progreso no se mide solo por la riqueza de unos pocos, sino por la prosperidad compartida. Una economía que crece solo “por arriba” se convierte en una cabeza gigante con un cuerpo atrofiado.
El cambio como mandato social
Petro fue elegido por más de once millones de ciudadanos con una promesa clara: un mejor país para todos, con capital y trabajo en equilibrio. Su gobierno intenta cumplir lo que prometió: una economía distinta para una nación distinta.
Si los sectores productivos y el Estado logran sincronía, Colombia podrá generar bienestar general, impuestos justos y empleo digno. Ese es el verdadero sentido del cambio: menos pobreza, más equidad, y un país que evolucione en paz.
Porque el desarrollo real no se mide por el lujo de unos pocos, sino por la dignidad de todos.
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