Las rutas de Villarrica

Las rutas de Villarrica

Un excombatiente de las guerras de Villarrica, curtido de contar historias, aún conserva el discurso eterno de los Cuindes y la utopía de conquistar la paz

Por: Edison Peralta González
julio 27, 2022
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Las rutas de Villarrica
Foto: Fefensoría del Pueblo

La imagen avanzaba en una actitud salvadora, en el vacío, hacia la corriente misteriosa del recuerdo.

Habrían de transcurrir muchos años después del holocausto, deambular por los recovecos de este amargo país para regresar al pueblo que me vio nacer. Una mañana de enero de 2017 abracé el camino del amor y el destierro que alguna vez recorrió mi padre en busca de baldíos y futuro. En los días que siguieron escribí:

Las rutas de Villarrica:

“Un camino tortuoso se atisba después de atravesar el pueblo de la virgen del Carmen, patrona inmaculada de los choferes y los Cuindes que alguna vez se despojaron de sus dioses para invocar el dios de los españoles y los otros y cubrir el cielo de utopías celestiales. Una trocha carreteable de hoyos y espacios maltrechos y una nube intensa de polvo nos espera mientras la chiva avanza despaciosa entre un ruido ensordecedor de música guasca y acoge pasajeros a Cunday y Villarrica.

Al atardecer nos aproximamos a Los Peligros, un tétrico precipicio donde los chulavitas conservadores arrojaban en volquetas cientos de cuerpos mutilados de liberales y comunistas en épocas de la conservatización de Colombia promovida por los falangistas Laureano Gómez “el monstruo” y el criminal presidente Mariano Ospina Pérez que desangró a Colombia en los días aciagos de la violencia y los años “sin cuenta”.

En Cunday una nube de proletarios conservadores ávidos de completar el diario sustento se aglomera al paso de la chiva ofreciendo su manojo de frutos, dulces y agua que nadie compra pues los pasajeros prefieren una de las tiendas asignadas por las empresas de transporte.

En la nefasta época de la violencia los señores conservadores de Cunday fueron testigos mudos del exterminio de los Cuindes por las hordas chulavitas y las cruentas guerras contra los campesinos de Villarrica. No se sonrojaron. Izaban el pabellón nacional y la bandera azul al pazo de la muerte como un vestigio diabólico de “salvar la patria” amenazada por unos labriegos liberales y comunistas ignaros armados de machetes y fistos que defendían su derecho a vivir con dignidad en sus parcelas.

A Cunday le cabe el deshonor de haber albergado en sus entrañas el fatídico campo de concentración de inspiración nazi, único en América Latina, a cargo del carnicero de la muerte, Coronel Hernando Forero Gómez para torturar, condenar y desaparecer mediante la famosa ley de fuga a cientos de villarricenses acusados de ser colaboradores de las guerrillas campesinas del oriente del Tolima.

Al iniciar la noche la chiva se acercó a Los Alpes un caserío de estaderos, casas bonitas y eternas donde abundaron las castas conservadoras herederas de infaustos despojos y sombríos designios que hacinaron miles de labriegos en las grandes haciendas cultivadoras y exportadoras de la planta bendita al puerto fluvial de Girardot. Por allí cruzaba la famosa cortina de los campesinos enmontados de Villarrica que un día se atrevieron a librar una lucha cruenta, primero contra los esbirros de los hacendados, luego contra la policía chulavita, los pájaros conservadores y escuadrones de la muerte del dictador y el Cóndor y después contra las poderosas fuerzas militares de Colombia.

A las siete y treinta de la noche el pito de la chiva y un montón de luces al lado y lado de la vía anunciaron el arribo a la patria sagrada de los Cuindes. Había llegado a Villarrica, el pueblo triste que me vió nacer, crecer y deambular por sus calles y veredas infinitas y que un día de 1955 desgajó lágrimas de sangre cuando miles de niños le fueron arrebatados de sus brazos. La noche transcurrió entre los recuerdos y el hotel donde Gabriel García Márquez. nuestro premio Nobel de Literatura- pernoctó en 1955 para cubrir el desenlace de los combates entre el ejército de Colombia y las guerrillas campesinas atrincheradas en la Piedra Alto Brasil Y Cuindeblanco.

La casa de la cultura abrió sus puertas a las nueve de la mañana para las deliberaciones de la ONG Villarrica Paz y Futuro de reciente creación y auscultar las posibilidades de desarrollo y emprendimiento de las comunidades villarricenses. La organización es presidida por un conservador de Los Alpes emparentado con Marco Antonio Molina, el jefe conservador de Villarrica de los años cincuenta.

Los campesinos exigen como hace 65 años en el documento "Torturas, Lágrimas y Sangre", “Reforma Agraria, derecho a la vida, vivienda buena, pan barato, educación, salud y techo decente". Reclaman que sean resarcidos por los daños causados, se condene a los genocidas y que no se vuelva a repetir la guerra ni la violencia de los unos ni los otros, ni a desangrar el territorio por culpa de la indolencia del estado y los colonizadores nefastos de baldíos y conciencias.

Un excombatiente de las guerras de Villarrica, (teniente Páez) curtido de contar historias aún conserva inalterable el discurso eterno de los Cuindes en la utopía de desarmar los dioses hoy neoliberales y conquistar a sombrerazos la paz que un día le negaron los intrusos”

 

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