Las redes sociales no son peores que los cigarrillos: una crítica a Jaron Lanier y a los medios

Las redes sociales no son peores que los cigarrillos: una crítica a Jaron Lanier y a los medios

"Las eminencias también pueden ser víctimas de sus propias opiniones prejuiciadas e influenciar las decisiones de otras personas en la misma dirección"

Por: Jesús Alberto Plata Pinilla
septiembre 21, 2020
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Las redes sociales no son peores que los cigarrillos: una crítica a Jaron Lanier y a los medios
Foto: Canticle - CC BY-SA 3.0

El 20 de septiembre se publicó en El Tiempo la entrevista que le realizó Hugo Alconada a Jaron Lanier, considerado por muchos el padre de la realidad virtual. Entre otras cosas, Lanier afirma que las redes sociales son peores que los cigarrillos. Para sustentar su posición de rechazo a las redes sociales apela a algunas situaciones constatables por el sentido común, pero lo cierto es que si se toma a pie juntillas lo que plantea Lanier uno puede terminar tragándose presuntas verdades que examinadas a fondo son inaceptables (ver la entrevista)

Sin duda, Lanier es una eminencia en tecnología y tiene amplio dominio en otros campos, como la música o la futurología. Pero eso no puede hacernos pensar que sus opiniones tengan el mismo valor en otros campos, como —por ejemplo— la psicología. Claro, no es su problema y está en su derecho a expresar opiniones de cualquier tema desde su experiencia. El problema es de los medios, que endiosan las opiniones de reconocidas personalidades para venderse a sí mismos a través de la voz de otros; escogen de ese otro lo que les conviene, aunque no sea lo más valioso que tengan que decir. Y tal selección empieza con los personajes que escogen, sigue con los temas de las entrevistas, se afina con las preguntas y concluye con la edición. En algunos casos ocurre de manera un poco diferente: los personajes (con poder y agenda propias) escogen los temas y los medios a través de los cuales quieren incidir y se nos vende como periodismo lo que en realidad es un publirreportaje.

Desde este punto de vista, no hay mucha diferencia si quien nos habla es un científico, un político, un gran chef o un rapero porque encapsulados en su propio prestigio se nos venden otras ideas, ajenas a la autoridad de los personajes en cuestión.

Tal vez se recuerde el episodio, hace algunos años, de Andrés Carne de Res, cuando se supo de un presunto caso de abuso sexual en uno de sus restaurantes. Si yo hubiera estado en el lugar de Andrés Jaramillo, como propietario del negocio y personalidad pública, habría dicho a la prensa que debería esperarse la investigación de las autoridades y que su empresa estaba comprometida con altos estándares legales. Punto. Lo hizo, pero muy tarde, luego de que emergiera —ante los micrófonos de la prensa— el personaje mediático que llevaba dentro, y que convirtiera su propia opinión en una flecha de influencia hacia la opinión pública. Esto fue lo que dijo:

“Estudiemos qué pasa con una niña de 20 años que llega con sus amigas, que es dejada por su padre a la buena de Dios. Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda, pues ¿a qué está jugando? Para que ella, después de excomulgar pecados con el cura, diga que la violaron”.

La opinión dividió al país, entre quienes apoyaron su postura y quienes vimos en ese discurso una justificación del abuso sexual o, al menos, una postura sexista. Afortunadamente para el país prevaleció la segunda opinión, y el propio Andrés intentó aclarar su postura con una publicación en primera página de El Tiempo: "Mi abuelita no usó minifalda. Mi mamá tampoco. Mi media naranja sí. Mi hija la usa feliz. No tengo sino admiración y gratitud por la mini y sus portadoras". Pero la suerte no estaba del lado del señor Jaramillo. La millonada que pagó por el anuncio solo alcanzó a brillar un par de horas.

Yo estaba indignado por el asunto, no solo por las palabras iniciales de Andrés Jaramillo, sino por la gente que decía cualquier cantidad de barbaridades sexistas en redes sociales. Seguramente, la musa que ocasionalmente me visita para inspirar versos y canciones estaba tan o más indignada que yo porque aquel día, en la madrugada, antes de que el periódico circulara, en cuestión de una hora escribí unos versos que publiqué en mi cuenta de Facebook y en la de Blu Radio... sin saber que don Andrés había hecho lo propio, publicar aquel poema en El Tiempo.

El asunto es que, pasadas las 6 o 7 de la mañana, en Blu Radio armaron un panel literario para comentar el poema de Andrés y mi "respuesta"; aunque no era una respuesta intencional a su poema, solo una lamentable coincidencia, lamentable para Jaramillo. Aunque, en verdad, creo que su flecha salió con mala puntería desde el principio. El desenlace para Andrés Jaramillo quedó resumido en las palabras de Javier Hernández Bonnet: "Es una sentencia" [judicial] (Así reportó Caracol la noticia). El resto es anécdota e historia.

Con este relato pretendo desvirtuar una de las afirmaciones de Lanier, que las redes sociales "nos hacen (más) idiotas". En realidad, sin las redes sociales todo aquel asunto en Andrés Carne de Res hubiera pasado de agache. Pero el debate y desenlace en las redes fue una oportunidad para develar posturas sexistas muy encarnadas en nuestra sociedad y, por tanto, dejar de ser tan idiotas. Hay que buscar la raíz de la idiotez en otro lugar. Lo cierto es que la estupidez de muchas personas sí puede exacerbarse en internet. Por tanto, el reto consiste en la formación de capacidad crítica en los ámbitos pedagógicos, no solo de la educación, sino de la interacción social, incluida internet.

La postura de Jaron Lanier de que "la internet, como la conocemos debe ser demolida" puede ser más peligrosa que el cigarrillo y las redes sociales. Conocemos iniciativas jurídicas de gobiernos que han pretendido, con el pretexto de combatir al terrorismo, limitar libertades individuales fundamentales relacionados con el derecho a la información y el uso de internet. Tal es el caso de la USA Patriot Act o de la Ley Lleras en Colombia, cuyas pretensiones, afortunadamente, no prosperaron, o no en la medida esperada en el caso de la Patriot Act. Eso de "demoler", en el contexto de un instrumento que genera interacción entre seres humanos, suena maoísta. Implica la existencia de un poder totalitario que pueda imponer tal medida al resto de la sociedad.

Para sustentar que las redes sociales "son peores que los cigarrillos" Lanier dice: "un cigarrillo te matará, pero no te convierte en una persona diferente. Tendrás cáncer de pulmón, pero seguirás teniendo la misma personalidad". No sé cuál sea la visión existencial de Lanier o su concepto de personalidad, pero la muerte es el cambio más radical que puede sucederle a una persona. Y eso de que después de una grave enfermedad uno sigue teniendo la misma personalidad habría que preguntárselo a los que han sobrevivido a un grave accidente, enfermedad o evento traumático. En realidad, Jaron Lanier parte de una concepción fijista o estática de la personalidad, que sirve para definir algunas tipologías de personalidad según rasgos muy generales, concepción que no es útil para referirse a la personalidad específica y dinámica de cada individuo. Somos seres cambiantes, que aprendemos. Si al perro no lo capan dos veces, mucho menos puede suponerse que en la conciencia humana la repetición de un evento tenga el mismo significado para determinado individuo entre una ocurrencia y otra. Es lo que algunos estudiosos refieren como la singularidad de los fenómenos de la conciencia. Así como Heráclito de Éfeso dijo que nadie se baña dos veces en el mismo río, tampoco es la misma persona la que se sumerge dos veces en aquel río. Así es la personalidad.

Jaron avanza en su explicación, "el alcohol sí te convierte en una persona diferente, realmente cambia a las personas. Hace que sean crueles, violentas". Es una afirmación sin suficiente fundamento científico, más aún cuando compara el alcohol con el tabaco, ambas sustancias potencialmente adictivas y perjudiciales para la salud. De modo que esta distinción de Lanier se nos antoja más moralista que científica. No siempre las personas se vuelven más violentas por tomar alcohol o, por ejemplo, consumir marihuana. Puede existir predisposición a la violencia y falta de control sobre la ira, lo que sumado a factores externos puede activar respuestas agresivas o defensivas. Todo depende de una compleja red de factores genéticos, fisiológicos, metabólicos, psicológicos, culturales y sociales, o como acostumbran decir los académicos "factores bio-psico-sociales". La violencia que estalla está contenida dentro de cada quien. El alcohol puede actuar como catalizador de la ira dentro de las personas, y de la violencia que existe veladamente fuera de ellas. Sin embargo, conocemos personas que parecen actuar de forma más amable y pacífica cuando están ebrias.

Este análisis me traslada a la historia del difunto Steve Jobs, el genio, el mago, el creador de Apple, un rey midas de la innovación. Padecía cáncer de páncreas y —contra la opinión de la ciencia médica— rechazó durante casi un año realizarse una cirugía, optando por "tratamientos alternativos". Se dice que de haberse realizado a tiempo aquella cirugía se hubiera prolongado su vida (y tal vez curado su cáncer). De modo que las eminencias también pueden ser víctimas de sus propias opiniones prejuiciadas y, lo que es más grave, influenciar las decisiones de otras personas en la misma dirección. Me pregunto cuántos enfermos de cáncer se decantaron por "tratamientos alternativos", no porque se hubieran tomado el trabajo de investigar a fondo tal posibilidad, sino por creer que alguien tan inteligente y con tanta plata como Jobs no podía estar equivocado en algo tan grave respecto a su propia salud. La misma preocupación me asalta al leer varias de las afirmaciones de Jaron Lanier, por ejemplo, cuando compara y reduce el comportamiento humano al comportamiento de los perros de Pavlov. En la exposición de Lanier no todo lo que brilla es oro.

Vayamos, entonces, al tema del comportamiento adictivo generado por las "recompensas" en redes. En parte, Lanier tiene razón cuando afirma que hay personas adictas a las redes sociales, en la medida que se la pasan verificando compulsivamente qué tan populares son y cuántos me gusta cosechan. Pero es una postura insuficiente para descalificar el papel de las redes sociales en la vida de las personas. Si las considera nocivas por este motivo es porque está generalizando ese tipo de adicción. En este punto su visión es muy simplista, pues reduce la motivación a la recompensa externa, o como se denomina en la teoría, "motivación extrínseca". Sin embargo, existen otro tipo de motivaciones, la intrínseca y la trascendente. La primera se refiere a la satisfacción por la actividad realizada en sí misma, por el acto creativo o la acción materializada; hacemos algo porque nos gusta. La segunda se refiere a la motivación que deriva al pensar en las consecuencias de nuestras acciones para otras personas. Habrá gente que depende de los me gusta, como muchos youtubers o "influenciadores" quinceañeros. Pero hay muchos otros que actúan por motivaciones intrínsecas y trascendentes. En este último caso se asume el trabajo en redes sociales como una contribución al mejoramiento de la sociedad.

Aún si se tratara de recibir recompensas emocionales por la actividad en redes sociales, de una motivación extrínseca, es algo legítimo, pues la mayoría de personas que dedicamos tiempo a alguna actividad dirigida a otras personas espera una recompensa por su trabajo. No importa si la recompensa es material o simbólica. En última instancia, si es un problema la adicción por las recompensas, no es exclusiva de las redes sociales, sino que está presente en muchas otras actividades humanas, de manera que pierde valor la calificación realizada por Lanier. No es necesario aquí hablar sobre la importancia del salario emocional en cualquier actividad y de su papel en la actual sociedad. Pero no debemos perder de vista que, más que responder a las leyes de Pavlov, tal necesidad de recompensa emocional es exacerbada por la sociedad del rendimiento a la que se refieren autores como Byung-Chul Han.

Finalmente, para establecer con mayor claridad cuál es el lugar desde el cual habla, Jaron Lanier habría que referirse a aspectos que no son fácilmente identificables en la entrevista publicada, pero que son ampliamente conocidas por otras fuentes. Lanier está contra los desarrollos colectivos en la internet porque es un acérrimo defensor de la iniciativa individual, de la que él mismo es un digno representante. En otras palabras, considera que la creación siempre debe tener reconocimiento económico privado e individual. Por tal motivo no le entusiasman proyectos como Linux. En este punto, plantea varias ideas interesantes sobre formas de redistribuir la ganancia para evitar su concentración en manos de gigantes tecnológicos y financieros, que vale la pena estudiar más a fondo. Sin embargo, un elemento clave que posibilita tales salidas es, precisamente, el que haya personas y colectivos que hayan roto la lógica de apropiación privada del conocimiento gracias a los proyectos colectivos y de código abierto que él critica.

En este orden de ideas, una de las aportaciones más valiosas de Jaron es considerar que "la clave para un sistema saludable es que las personas tengan el control sobre su propia información para que puedan disponer de su propia optimización, que será distinta de la de cualquier otra persona". Pero lo anterior implica mayor educación y democratización de los recursos tecnológicos. Y si recordamos cómo se han construido las democracias, han pasado por periodos de caos como el que observamos en las redes. Pretender su control en este momento sería como darle carta blanca a la "monarquía tecnocrática" a la que pertenece Jaron Lanier.

El cigarrillo siempre es nocivo, para los fumadores activos y pasivos. Las redes sociales han demostrado ser nocivas en unos casos y benéficas en otros: estás equivocado, Jaron Lanier.

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