Las jerarquías invertidas
Opinión

Las jerarquías invertidas

Desde el ciclista que embiste al peatón, el fuerte que agrede al débil, al poderoso que se regodea en su poder, jerarquías invertidas que prueban el daño de una desigualdad política y económica

Por:
marzo 01, 2020
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Decía entonces la semana pasada que, contrario a lo que debería ser, acá el peatón le teme al ciclista que le teme al carro que le teme al bus. Estuve pensando en esa frase desde que la escribí. Es cierta pero no se explica por sí sola: ¿por qué debería ser al contrario? Vale la pena desarrollar un poco bajo qué premisas es un mundo mejor aquel en el que el bus respeta al carro que respeta al ciclista que respeta al peatón. Aunque ahora compartiré solo mi opinión, creo que si cada uno piensa cuál mundo prefiere – el del miedo de los peatones o el respeto a los peatones- daremos un paso más en la construcción de democracia. Voy a sugerir que el ejemplo de los ciudadanos encontrándose en la vía pública es solo un ejemplo de una jerarquía que está invertida en nuestro país, en donde tantas veces el más fuerte agrede al más débil, el más poderoso se regodea en su poder; jerarquías invertidas que prueban el daño de una desigualdad política y económica persistente.

El peatón es más frágil. Yo me siento ciclista -palabra que uso con cuidado porque Colombia es potencia mundial en ciclismo y sus ciclistas son, casi siempre, ejemplo de lo mejor que podemos ser-. Desde hace un tiempo, sin embargo, siento una molestia inmensa por el comportamiento de otros ciclistas en las ciudades. Hay una paradoja: aunque es fascinante ver cómo un esfuerzo persistente de volver el uso de la bicicleta masivo ha funcionado, siento que estamos a un paso de consolidar más tragedias por eso mismo. La avanzada por masificar la bicicleta no ha estado acompañada por un desarrollo cultural que sostenga de manera sana el nuevo equilibrio. Una lástima: ahora vemos ciclistas a toda velocidad por las aceras, en contravía, cerrando a carros peligrosamente. Sin duda, la llegada de Rappi ha empeorado el problema en muchos sectores. No conozco las cifras de accidentalidad pero, todos los días, tengo la sensación de que un rappitendero va a morir en la vía. En las pocas veces que manejo un carro pienso -con algo de egoísmo-: “Que no lo vaya a matar yo”. Estuve cerca una vez, iba de noche a una velocidad baja, cuando de una calle sin respetar un pare, apareció un rappitendero, sin luces y sin casco y con una maleta gigantesca. Iba a toda velocidad en contravía por la carrera séptima en Bogotá. Lo esquivé. Se salvó él y me salvé yo.

El ciclista no respeta al peatón. En un choque entre un ciclista y un peatón lleva las de perder el peatón. Tengo que reconocer que, pocas veces, juzgo a los ciclistas irrespetuosos: yo fui uno de esos. Me esfuerzo por no serlo más pero ahí estuve. Ahora, el carro no respeta al ciclista. Y, acá, algo un poco más controversial: el carro tiene que respetar al ciclista así el ciclista ande cometiendo infracciones. Resulta que el carro podría matar al ciclista, pasa a diario, y el ciclista, en el peor de los casos, le daña una lata. Por mucha piedra que uno puede tener por un ciclista irrespetuoso, jamás debe tirarle el carro o cerrarlo. Baje el vidrio y le grita. Respire profundo y ejercite la paciencia. Pítele, aunque eso -créanme- empieza a ser arriesgado, cuando uno va en una bicicleta por una vía urbana, un pito de un carro al lado puede resultar en una caída.

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El mundo que me gusta más: en el que la norma es respetar al más frágil y en el que, así el más frágil cometa un error, no hay justicia por mano propia o desproporcionada

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Van hasta ahora dos puntadas del mundo que me gusta más: en el que la norma es respetar al más frágil y en el que, así el más frágil cometa un error, no hay justicia por mano propia o desproporcionada. Bajo esos principios es que decía, al comienzo, que las cosas no son como deberían ser. Están al revés. No son así en otro lugares. En varios sentidos, muchas sociedades han resuelto ya eso de que no se debe acelerar el carro si alguien está pasando la calle; es más, que se frena el carro para que pasen los peatones. Salvo contadas excepciones, en esos lugares, el bus deja un par de metros cuando va a pasar el ciclista. ¿Por qué acá no hemos podido dar ese salto? La respuesta no es fácil, al fin y al cabo, Colombia ha dado varios saltos en otros aspectos, es innegable. Sin embargo, es la hipótesis, hay un equilibrio perverso en algunos espacios sociales en donde es más evidente que hay una distribución desigual de la fuerza o del poder. La hipótesis no es original, es una instancia de la teoría que defienden, entre otros, Acemoglu y Robinson. Las instituciones políticas -formales e informales- tienden a reproducirse, para bien o para mal.

Por supuesto, subyace a esa persistencia el hecho evidente de que es conveniente para algunos mantener ese equilibrio. Desde lo más trivial, al del carro le incomoda un poco frenar para que pase el señor con bastón, hasta lo más profundo, el congreso no se va autolimitar. No es una condena – decía Bernie Sanders esta semana que es imposible hasta que se hace- pero es difícil. Tenemos más jerarquías invertidas. La vía pública es solo un ejemplo. Qué tal las desafortunadas declaraciones de la vicepresidenta. En un país con los traumas que tiene, sugerir que quizás hay demasiadas profesionales de la salud mental – se nota que no ha intentado acceder a una cita psiquiátrica en una EPS-. Es al revés, con toda sinceridad, si algo sobre en este país son los vicepresidentes que poco o nada suelen hacer. Así, como en el caso actual, sean más competentes que el presidente.

Jerarquía invertida: la bobada de estar celebrando que un político vaya en transporte público. Solamente en un país con una inercia de desigualdad profunda, puede parecer meritorio que políticos se suban un día a un bus, cuando hay cámaras. Es al revés, lo dramático es una clase dirigente que no usa los servicios públicos. Jerarquía invertida: sugerir que la organización de los trabajadores y sus reclamos pacíficos va en contra del capitalismo, o es de mamertos. Es al revés, el capitalismo solamente sobrevivirá – a las amenazas populistas de los extremos- si reconoce los derechos de los trabajadores a organizarse, a debatir sobre lo que es justo, a exigirlo si hace falta.

Piensen en qué jerarquías observan a su alrededor, cuáles les gustan, cuáles no. Aunque difícil, se pueden cambiar. Un camino, el que señalaba Desmond Tutu: “Haz tu pequeña parte de bien en donde estés, son esas pequeñas partes unidas las que conmocionan al mundo”.

@afajardoa

 

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