De las cicatrices de las palabras

De las cicatrices de las palabras

Si lo atacan con groserías o palabrotas, ni pierda su tiempo. Hay una relación directamente proporcional entre la escasa educación e inteligencia, y la pobreza en el lenguaje

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marzo 03, 2017
De las cicatrices de las palabras

Muchos insultos no cicatrizan. Y podemos revivir, una y otra vez, palabras como flechas, que nos dejaron rotos y llenos de ira. Aunque también hemos sentido la liberación de insultar. Deshacernos del veneno de la lengua, que sube como espuma y que calcina el cuerpo. Lo cierto es que los insultos juegan un papel fundamental en el lenguaje, sin importar la cultura, el status o el idioma, lo que genera dudas sobre su naturaleza y sobre cómo prevenir sus efectos.

Sean afirmaciones, palabras o gestos, la función básica del insulto es herir emocionalmente al destinatario. Clave diferenciarlo de las groserías, que juegan también otros roles en el lenguaje, que no necesariamente implican insultar. Hay estudios que demuestran que insultar nos ayuda a librarnos de cargas emocionales intensas, como una catarsis, y en algunas ocasiones, evitan que necesitemos utilizar nuestra fuerza física.

En materia de insultos, es el contexto social y cultural, plagado de estereotipos y prejuicios, lo que permite que los humanos insulten a su oponente de forma directa. “Guache”, “traqueto” o “loba” pueden ser utilizadas para ofender en nuestro contexto, porque en nuestro imaginario, hacen referencia a oficios que se desaprueban y que van en contravía del deber ser.

Los insultos dependen de vínculos culturales porque, aunque los motivos que llevan a la gente ha insultar puedan ser los mismos, las herramientas que se emplean para hacerlo suelen ser radicalmente diferentes. Por eso, no sorprende que el uso de expresión de uso corriente en nuestro país, pueda ofender y atragantar a una mesa de variados extranjeros.

William Irvine, profesor de la Universidad de Wright State en Ohio (EEUU), explica que el dolor que causan los insultos no es otra cosa que el síntoma de un mal mayor: nuestra participación en el juego de jerarquía social. Afirma que, al ser criaturas sociales, entramos a hacer parte de ésta, y el lenguaje es una forma más de romper este orden. Es decir, los insultos buscan rebajarnos del lugar dónde pertenecemos, o al menos, del lugar dónde pretendemos pertenecer.

Si lo atacan con groserías o palabrotas, ni pierda su valioso tiempo. Hay una relación directamente proporcional entre la escasa educación e inteligencia, y la pobreza en el lenguaje. A medida que la mente es más estrecha, el uso de groserías se amplifica como una baraja de comodines. Aunque, hay que reconocer que es posible encontrar casos de pura pereza mental. Pero no se ofusque si se trata de otro tipo de insulto que evidencia al menos dos neuronas en la frente, hay formas de neutralizarlos.

Como en todos los roles sociales, podemos elegir no participar. Sin destinatario, el insulto pierde su sentido. Las palabras solo tienen un efecto si el mensaje es acogido con éxito. Entender el funcionamiento del insulto, es el razonamiento que necesitamos para mantener el control y no tomárnoslo personal. Reaccionar ante ellos con humor o no reaccionar del todo, es devolverle el veneno al insultante.

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