La violencia en Colombia y en Finlandia
Opinión

La violencia en Colombia y en Finlandia

Más allá de mirar el presente con envidia o admiración –“deberíamos ser como Finlandia”- tendríamos que aprender de su historia; allí es donde está la clave y los caminos posibles

Por:
abril 11, 2021
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Esta semana leí el artículo “Los orígenes violentos de la igualdad finlandesa” de los profesores Meriläinen, Mitrunen y Virkola. Revisando su trabajo, pensaba en una de las frases más tontas y repetidas que se oye tantas veces en Colombia, en especial cuando se habla de educación: “deberíamos ser como Finlandia”. Hace unos años, a Finlandia le fue muy bien años en las pruebas estandarizadas PISA – una prueba internacional que mide la calidad de la sistemas educativos- y los ojos del mundo se pusieron, por primera vez, en ese país. Era una historia bastante fácil de vender: un país ampliamente desconocido del norte de Europa, en la península escandinava, de apenas 5 millones de personas, tenía uno de los mejores sistemas de educación del mundo. La historia, además, tenía todos los elementos necesarios para la novela: contrario a algunos sistemas educativos asiáticos que brillaban por su exigencia extrema sobre los niños (Hong Kong, Taiwan, Singapur), los único al nivel de los finlandeses al comienzo del siglo, en Finlandia el sistema educativo se caracterizaba por la flexibilidad curricular, el buen trato a los niños y la búsqueda constante de la libertad del alumno. Y, sobre todo, por el respeto al maestro. Aprendimos entonces que, en Finlandia, los profesores de los colegios eran los más respetados de la sociedad. Es un gran privilegio ser un profesor en un colegio y Finlandia parecía ser el único país del mundo que así lo reconocía.

 

Empezó entonces a repetirse otra frase con regularidad: en Colombia, como en Finlandia, los maestros deberían ser las personas más importantes de la sociedad. Bastante ha cambiado el mundo desde comienzos del siglo. Ya Finlandia no está entre los primeros lugares de las pruebas PISA -aunque sigue siendo un sistema con resultados buenos-, China ha pasado a dominar ese y casi todos los otros rankings que nos gustan tanto a los humanos, y Colombia avanza, pero lento. Algunas mejoras, pero casi todas mediocres, en una fórmula que parece definirnos en este siglo: podría ser mejor, pero podría ser peor. Difícil no caer en la tentación: tibia descripción. El único proyecto que avanzó con potencial transformador a nivel nacional, el proceso de paz, quedó a medias también, condenado por el clientelismo santista y la cada vez más mezquina agenda del uribismo liderada por Iván Duque. Por supuesto, la pandemia es el gran momento transformador del siglo y sus efectos todavía están por sentirse. Para la discusión en Colombia, y probablemente para el resto del mundo, Finlandia sigue siendo relevante, por dos razones: su modelo educativo – tan exitoso en las últimas dos décadas- debería presentar un camino a seguir en la realidad pospandemia y su modelo de desarrollo político-económico, representante de lo mejor de los llamados estados de bienestar, se mantiene como una referencia constante cuando se buscan alternativas al neoliberalismo y al autoritarismo.

 

No tiene sentido sugerir que para que en Colombia mejore la educación deberíamos ser como Finlandia, una idea tonta por lo circular

 

Ese ha sido un tema constante en esta columna, que al final refleja mis obsesiones: ¿no será posible que podamos plantear un modelo de desarrollo que tenga en el centro la búsqueda la justicia social, en donde el Estado proteja a los más débiles, pero que se sienten las bases para aprovechar lo mejor del capitalismo que es la competencia, el gran incentivo para la innovación productiva? ¿No podrá venir de América Latina una propuesta de vanguardia? ¿Estamos condenados en esta región a la irrelevancia y a copiar lo que planteen los otros? Sobre estos puntos han sido, entre otras, las columnas sobre Roberto Mangabeira Unger y la edad media en América Latina. Unger es crítico de la tentación de simplificar cualquier propuesta progresista a la fórmula esa de decir que debemos copiar a los escandinavos. Por su originalidad, parece naturalmente averso a la copia como mecanismo de desarrollo. Sin embargo, pienso que hay que tener cuidado con esa aversión: a veces, por lo menos cuando uno está lejos de la frontera de mayor avance en un campo, el mejor camino para dar el siguiente paso suele ser copiar lo que ha funcionado a otros. En este caso, de acuerdo con el trabajo citado al comienzo de la columna, parecería que Unger tiene razón: no tiene sentido pretender que podemos copiar el camino escandinavo sin tener en cuenta cómo fue que llegaron ahí; como no tiene sentido sugerir que para que en Colombia mejore la educación deberíamos ser como Finlandia, una idea tonta por lo circular. Es mejor ser rico que pobre, claro. Pero eso no es una fórmula ni un plan de acción.

 

Meriläinen y sus coautores muestran el origen de la igualdad que tiene hoy en día Finlandia (en todos los sentidos -económico, social y político- es una sociedad especialmente igualitaria). Si suponemos que Finlandia es relevante por su modelo educativo -que tiene como el eje el sistema público de educación primaria- y su modelo de desarrollo económico y político – que tiene como eje el alto crecimiento económico sin profundizar la desigualdad-, la pregunta sobre la igualdad nos tiene que interesar. Es precisamente porque es un país igualitario que Finlandia tiene sistemas educativos y de desarrollo interesantes. La pregunta entonces es: ¿por qué Finlandia es hoy en día un país igualitario? La respuesta que sugieren me parece fascinante: demuestran que, en buena parte, el origen de la igualdad finlandesa está en una hambruna que ocurrió entre 1866 y 1868. La hambruna llevó, inicialmente, a mayor concentración en la posesión de la tierra y en un empeoramiento del mercado laboral en algunas regiones. Por esas dos razones, parece que hubo mayor participación en movimientos insurgentes en 1918 en esas mismas regiones y, aunque la insurgencia no tuvo un triunfo definitivo, sí logró cambios radicales, empezando por ampliar la democracia a todas las personas y lograr una mejor repartición de la tierra. Es decir, la igualdad finlandesa no es una condición “natural” de los escandinavos, es producto de conflictos políticos que han llevado a cambios institucionales.

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La igualdad finlandesa no es una condición “natural” de los escandinavos, es producto de conflictos políticos que han llevado a cambios institucionales

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No sabía nada de esto antes de leer este artículo. Me pareció fascinante porque disfruto las explicaciones de fenómenos presentes cuando se anclan en discusiones históricas. En este caso, además, es un llamado a la prudencia cuando caigamos en eso de las frases tontas: por ejemplo, la igualdad que define hoy lo mejor de Finlandia, resulta de una historia de conflictos políticos, inclusive de una guerra civil muy violenta. Por supuesto, esta no es una condición necesaria para la igualdad: otros países escandinavos no tuvieron guerras de ese tipo. Sin embargo, todos comparten historias de lucha política, en donde, por ejemplo, los sindicatos han jugado papeles importantes. Por eso acierta Unger cuando pide que no digamos que debemos apuntar a ser Escandinavia: no hay forma de repetir esa historia, anclada en causas profundas como hambrunas de hace 150 años. Entre otras, por eso me sorprende el tono de una discusión en estos días: el de los defensores de la educación presencial y Fecode, que se acusan de lado y lado con crudeza. Al menos en teoría, esos dos grupos coinciden en que la educación de los niños es fundamental. En vez de conformar una coalición poderosa, que obligaría a que el gobierno y la sociedad compartan esa preocupación y, por ahí, promover los cambios institucionales que fundamentan las transformaciones perdurables, están en un enfrentamiento agresivo. Pierden todos, empezando por los niños, paradójicamente.

Para parecerse a Finlandia, más allá de mirar el presente con envidia o admiración, deberíamos aprender de su historia. Es ahí donde se encuentran los caminos posibles. Por ahora, lo único claro es que la violencia resultó en mayor igualdad en Finlandia y en mayor desigualdad en Colombia. Que no sea una condena.

@afajardoa

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